«¿Me sacas una foto aquí dando con el pico?», pide Víctor Jado, catalán de Barcelona. Ha estudiado Ingeniería en la Universidad Politécnica de la Ciudad Condal y lleva cuatro años acudiendo como voluntario a campos de trabajo de toda España. Este verano ha decidido pasar sus vacaciones en el campo del yacimiento arqueológico de El Picadero de Écija, aprendiendo cómo trabajan los arqueólogos.
Víctor lo aprende a pico y pala, pero también conociendo qué se hace cuando se descubre una pieza, cómo se limpia, se clasifica, se documenta... «Me imaginaba el yacimiento distinto, que trabajaríamos en la calle, no tan abierto, pero es precioso; hay un patio mozárabe, pinturas en las paredes, mosaicos... muy chulo», opina.
El joven ingeniero catalán es uno de los 25 chicos y chicas que desde el 17 y hasta el 30 de julio trabajan en el campo de trabajo voluntario de la Plaza de Armas del Alcázar de Écija, un yacimiento arqueológico en el que realizan actividades de desbroce y limpieza del sector, excavan, limpian y documentan las estructuras del yacimiento y, en definitiva, se forman en tareas de análisis y descripción del material arqueológico excavado.
Muy pocos de los 25 –nueve chicas y 19 chicos, de entre 18 y 25 años– son arqueólogos. Solo cuatro. «Aquí han venido historiadores del arte, periodistas, ingenieros, médicos, enfermeras, licenciados en Derecho, técnicos de sonido y un chico que tiene 18 años, el más pequeño de todos, que aún no ha decidido qué quiere estudiar», relata Cristina Cívico, una de las responsables de la asociación ArqInnova, promotoras del campo de trabajo, bautizado con el nombre de ÉcijArqueológica.
ArqInnova quiere que el campo de trabajo de la Plaza de Armas del Alcázar sirva para difundir el patrimonio histórico artístico de Écija «a todos los niveles» y para fomentar el yacimiento, del que han salido importantes mosaicos romanos, un edificio colosal con frescos romanos comparables a los de Pompeya y, en general, vestigios que sirven para datar los dos milenios de historia de la ciudad, anteriores incluso a la fundación de la Astigi romana.
Una de las estudiantes de Arqueología es Vanessa Rodríguez, graduada este año. También es de los cinco ecijanos participantes. Se confiesa «enamorada de este yacimiento» que le ha hecho querer dedicarse aún más a la arqueología. «Poder trabajar aquí es una gran oportunidad, me estoy dando cuenta que me quiero dedicar a esto», afirma, y confiesa que «antes decía que no quería excavar, pero ahora sí».
Para algunos voluntarios, el de Écija es su primer campo de trabajo. Es el caso de Francisco Cívico Morales, jiennense recién licenciado en Derecho, unos estudios «diferentes a lo que se hace aquí», señala, «pero estoy descubriendo un poco la Arqueología, algo que me parece bastante interesante, y la función del arqueólogo, que me parece completa». Es una idea que muchos repiten: tenían la imagen del arqueólogo limpiando restos con su brochita, o el Indiana Jones que descubre tesoros, y han descubierto algo diferente.
El hándicap del calor
«Es un trabajo bastante duro, hace bastante calor aquí y tienes que ser bastante delicado, tanto en picar como en coger las piecitas para que no se rompan, siglarlas... todo un trabajo muy minucioso», dice Beñat Garrote, bilbaíno, licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco, que reconoce que llegó a Écija «por casualidad: me apunté a otro campo, no llegaron al número de plazas y dije ‘pues a este’». No conocía nada de la historia de Écija. «La ciudad es bonita, me gusta, la gente es maravillosa y los responsables del campo se lo curran», dice.
El otro vasco del campo de El Picadero es Marco Sánchez. Es de San Sebastián y licenciado en Historia. También es de los veteranos. Lleva tres años acudiendo a campos de trabajo y está encantado con el de Écija. Tanto que teme que la segunda semana se le pase volando, como la primera. Reconoce que le costó «casi dos horas» hacer un mosaico, una de las actividades formativas paralelas. «No voy a volver a ver los mosaicos con los mismos ojos porque ahora sé todo el trabajo que hay detrás».
Los 25 voluntarios trabajan de 8.00 a 12.30 horas. La canícula astigitana no concede más plazo. Todos pasan por todos los trabajos. Todos pican, excavan, limpian, clasifican, siglan –«eso es identificar cada pieza que encontramos, es como darle un DNI a cada una», explican al profano–, documentan y van a tener que exponer su trabajo el viernes. Además, reciben cursos sobre la materia, como uno para crear recreaciones en 3D de las estructuras documentadas.
Como no todo es trabajar y estudiar, también tienen tiempo para divertirse: han ido a la piscina, han paseado por Córdoba, han practicado con piraguas en el río Genil y, como los veintañeros que son, han salido juntos de copas. Porque esa es otra cosa que todos destacan: la convivencia, «porque somos gente muy distinta, de muchos lugares distintos. Todos aprendemos de todos y nos compenetramos», concluye Beñat.