Quién le iba a decir a Israel Pérez, nacido en El Madroño hace hoy justo tres décadas, que de aprender en un colegio rural –esos en los que los alumnos de 5º de Primaria están en la misma aula que los de 2º de ESO– iba a llegar a ser reconocido por su excelencia académica en el ámbito de la medicina. No con un galardón cualquiera, sino con el Premio Caixabank al Mejor Expediente MIR 2017, otorgado por el Colegio de Médicos de Andalucía. Y eso que, a este joven dermatólogo, un poco más y se le olvida presentarse: «Mi tutor me tuvo que insistir bastante para que me inscribiera en la convocatoria», admite Israel. Es más, una vez fallado el premio, desde la institución médica se las vieron y se las desearon para localizarlo y darle la buena nueva: «Estuvieron varios días llamándome y no daban conmigo», reconoce entre risas el ganador de la novena edición de un certamen que otorga un diploma y 2.500 euros, lo justo para que Hacienda no le quite ni un euro en estos tiempos que corren.
Llegó al mundo en una familia humilde de un pueblo que ahora mismo ni siquiera llega a los 300 habitantes, y recuerda su educación «como unas clases particulares, muy personalizado todo porque éramos apenas diez o doce niños por clase. Pero claro, estábamos muy mezclados y los maestros se volvían un poco locos. Lo que acababan haciendo realmente era cuadrar los temas para que las explicaciones sirvieran lo mismo para un chiquillo de 11 años que para otro de 14», rememora Israel.
Por eso, afirma haber escuchado siempre –y haberse enfadado al oírlo– «que así no había nivel, que no nos formábamos bien, cosa que me daba mucha rabia y que además era falso». Porque, al finalizar la etapa del cole rural, este madroñero hizo el segundo ciclo de Secundaria y el Bachillerato en el instituto del vecino municipio de Nerva (Huelva), recorriendo 18 kilómetros –unos nueve por trayecto– diarios. «Y la cuestión es que me costó más adaptarme a un centro con tantos niños –en este IES se imparte incluso Formación Profesional– que a lo que son los contenidos, que los sacaba adelante sin ningún problema». Aún siendo de ciencias, recalca. Eso fue lo que más claro tuvo desde el principio, que las letras no eran lo suyo. «No me hacían mucho tilín, la verdad». Tampoco la medicina le llamaba mucho la atención. «Me apasionaban, y me apasionan, las ciencias naturales, ambientales, la meteorología... Soy un auténtico friki del clima, estoy todo el día consultando el tiempo y me meto en foros y todo». ¿Que por qué no acabó estudiando algo relacionado? «También me gusta el trato con la gente, ayudar a que se sientan bien. Esa parte asistencial solo la tiene la medicina, así que la vocación que siente mucha gente en mí no se dio. Digamos que yo fui descubriendo a la medicina y la medicina me fue descubriendo a mí». Así, acabó entrando por primera adjudicación en la Universidad de Sevilla. Y de nuevo tuvo que aclimatarse a la «gran ciudad. Es que era todo tan grande y tan diferente...», rememora.
Sus seis años de carrera dieron para mucho. Incluso su madre enfermó de cáncer durante ese tiempo, una circunstancia de la que Israel supo sobreponerse y que no impidió en ningún caso que finalizara los estudios con normalidad ni que, posteriormente, sacara nota suficiente para hacer dermatología, tal y como se había propuesto: «Siempre he sido muy hormiguita».
Su elección le llevó hasta Granada, donde terminó la especialidad el pasado mes de mayo y desde donde presentó el brillante currículum que le ha valido para hacerse con el Premio Caixabank al Mejor Expediente MIR 2017.
Pese a este logro académico, es consciente de la situación laboral en la que se desenvuelven –como tantos– los profesionales sanitarios. Pero, de momento, el trabajo no le falta: «En Andalucía escasean los dermatólogos», asegura Israel. Y, gracias en parte a esta circunstancia, sus contratos temporales en el Hospital Comarcal de Baza (Granada) se van encadenando, lo que le permite tener una cierta estabilidad con la que su pareja, neurólogo en el nuevo hospital granadino, no cuenta. No descartan por tanto hacer las maletas para irse a algún otro sitio si fuese necesario. Eso sí, allí donde vaya, Israel se llevará consigo sus raíces: «En el hospital de Baza, hasta el gato sabe de dónde soy. Cuando tengo que dar charlas, cuelo fotos de mi pueblo por donde pueda, porque voy menos de lo que me gustaría a ver a mis padres, y a mis abuelos que están ya muy mayores, pero que no veas la alegría que se han llevado con esto del premio».