El discípulo de Buiza

Desde Gines, Francisco Berlanga defiende desde hace décadas la técnica escultórica y pictórica que aprendió del casi olvidado maestro imaginero

20 mar 2018 / 07:30 h - Actualizado: 20 mar 2018 / 07:30 h.
"Cuaresma 2018"
  • Francisco Berlanga tallando en su taller de Gines, desde donde defiende la técnica que le enseñó su maestro, Francisco Buiza. / El Correo
    Francisco Berlanga tallando en su taller de Gines, desde donde defiende la técnica que le enseñó su maestro, Francisco Buiza. / El Correo
  • El alcalde de Gines le otorgó el reconocimiento el pasado 28 de febrero. / E. C.
    El alcalde de Gines le otorgó el reconocimiento el pasado 28 de febrero. / E. C.

Dice Francisco Berlanga que de su maestro, Francisco Buiza, ha heredado «su integridad». La defiende desde su taller de Gines, el pueblo que lo acogió hace años y que este pasado 28 de febrero le nombró como uno de los ginenses del año. Para los devotos de este pueblo aljarafeño realizó una de sus primeras obras en solitario, heredada de su maestro, la restauración del Cristo de la Vera Cruz. Tan contentos quedaron que, al final, terminó restaurando «toda la parroquia». Por sus manos han pasado la imagen de la patrona del municipio, la Virgen de Belén, la Virgen de los Dolores, Santa Rosalía, la Virgen del Rosario o el Divino pastorcito de la carreta de la Hermandad del Rocío.

Berlanga lleva la imaginería en las venas. No es de extrañar, pues nació a la vera de la iglesia de San Juan de la Palma, correteó alrededor de la Virgen de la Amargura y descubrió su vocación, cuando apenas la razón despertaba en su cabeza, de la mano de Francisco Buiza, quien trabajaba en la Casa de los Artistas y acabaría convirtiéndose en su maestro de la vida. Le obligó a terminar la educación básica y luego a pasar por la Escuela de Artes y Oficio antes de entrar a trabajar con él como aprendiz.

Fue a finales de los 70 cuando empezó a aprender toda la técnica de la mano de Buiza, hasta que la muerte de su maestro le obligó a caminar en solitario. Desde entonces aplica con rigor toda la destreza escultórica y pictórica que el imaginero carmonense le enseñó. Primero lo hizo desde la calle Castellar, hasta que 18 años después partió a Gines, donde reside y trasladó el taller en el que «todos los días se le recuerda», asegura Berlanga.

El imaginero confiesa sentir «verdadera vocación» por su maestro. Por eso, lamenta que la figura de Buiza haya quedado en el olvido no sólo para la ciudad de Sevilla, sino también para muchos cofrades. «A un escultor tan grande no solo hay que agradecerle lo que hizo en imaginería, sino también la cantidad de discípulos bien formados que dejó para la Semana Santa y que hoy están trabajando con plenas garantías».

A pesar de que la crisis sigue apretando, «porque ahora las hermandades tienen como máxima prioridad la caridad, y si tenían previsto remozar su patrimonio o engrandecerlo, ahora lo dedican a pagar el recibo de la luz de quien lo necesite», Berlanga no se permite «prostituir» su oficio por el beneficio. Por eso, asegura sobrevivir «ofreciendo siempre la misma calidad», aquella que aprendió de Buiza.

La nómina de obras que llevan el sello Berlanga así lo avala. Por sus manos han pasado la mayoría de las imágenes de El Museo para ser restauradas. «La dolorosa, los evangelistas de Ruiz Gijón, los arcángeles de Buiza, la Virgen de la Merced,...», enumera.

Pero una de las obras de la que está más orgulloso es la escultura que realizó para las monjas del convento de la Candelaria. «Se trata de una Virgen de la Candelaria sedente, dorada, estofada, policromada» a la que le tiene «un cariño especial» por la historia que tiene detrás. «Las monjas vivían en el convento de la Encarnación, pero la desamortización de Mendizábal las dejó en la calle y tuvieron que buscar cobijo», relata. Recalaron en una casa, delante del Palacio arzobispal, donde siguen viviendo su clausura. «En el siglo XVIII, una madre superiora tiene una visión y le cuenta a sus hermanas que la Virgen de Candelaria estaba sentada en su sillón de abadesa. Por lo que compran una estampa, la enmarcan y la colocan en el sillón, donde desde entonces ninguna abadesa se ha vuelto a sentar». Pero en 1992, la congregación encargó a Berlanga una talla de la Virgen de la Candelaria «para que conviviera con ellas y estuviera permanentemente sentada en el lugar de la abadesa».