Sobre aquel mítico personaje lorquiano llamado el Amargo, contó el autor en su Romancero gitano: «El veinticinco de junio / le dijeron al Amargo / ya puedes cortar si gustas / las adelfas de tu patio». En Lebrija, uno de esos pueblos mágicos que a Federico le hubiera fascinado conocer porque sintetiza toda la esencia gitano-andaluza, fue otro 25 de junio, pero de 1997, cuando a otro ser mágico, dotado por el duende, le dijeron por unanimidad en el pleno de su Ayuntamiento, ya con las adelfas cortadas de su fatum sellado por accidente de tráfico, que iba a ser Hijo Predilecto para siempre.
Ahora, 20 años después, el festival de la Caracolá no solo se vuelca con la sonanta cuyo arte representó como nadie Pedro Bacán, –bautizado con el nombre de Pedro Peña Peña (1951-1997)–, sino que se abre este próximo jueves 29 de junio con una exposición de cien fotografías dedicadas a su figura bajo el título Aluricán. Fotografías en memoria del maestro lebrijano de la guitarra.
La cita flamenca, una de las que más solera atesora del panorama veraniego andaluz, tiene lugar unos meses después de haber inaugurado el segundo monumento dedicado al artista en la principal rotonda del pueblo, pues hace una década que Augusto Arana firmó un primer trabajo escultórico como homenaje al guitarrista a la entrada de la localidad, adonde no llegó el biznieto del legendario Pinini cuando volvía el 26 de enero de 1997 desde Sevilla... Tenía solo 46 años y toda la Historia por delante.
La sala PeriArt acogerá la muestra entre el 29 de junio y el 28 de julio –lo que dura esta 52ª Caracolá– y en ella podrán contemplarse documentos gráficos, hemerográficos y fotografías de una decena de autores, como Robert Klein, Mario Fuentes, Tato Olivas, Miguel Alcalá, Madeline Berger, Claudia Ross o la propia Jill Snow, la norteamericana enamorada del flamenco con quien se casó Pedro Bacán y con quien tuvo dos hijos, uno de los cuales, Bastián, preside desde hace un lustro una asociación cultural con el nombre de su padre con el objetivo de documentar e investigar su figura. En esta ocasión, han aportado sus conocimientos y sus experiencias personales el Premio Nacional de Flamencología Manuel Martín y el escritor y exrector de la Universidad Internacional de Andalucía, Juan Manuel Suárez-Japón.
La exposición, producida por el Ayuntamiento que preside la socialista María José Fernández, no solo ofrecerá mágicas instantáneas en blanco y negro de algunas de las actuaciones de Bacán en el corazón de su tierra o en algunos de los escenarios donde fue tan admirado de París, Suiza o Japón, sino retratos más íntimos del guitarrista desde su más tierna infancia y rodeado de los suyos, ese clan de los Pinini a los que elevó a dimensión internacional con series en canales de televisiones de Francia y Alemania. Pedro Bacán era nieto de Fernanda la Vieja, sobrino de Fernanda y Bernarda de Utrera y primo hermano, entre otros, de Juan Peña El Lebrijano, El Turronero o Miguel Funi.
Criado y bregado en la carnicería familiar hasta los 20 años, Pedro Bacán se lanzó entonces al mundo profesional acompañando a algunos de los genios que tuvo siempre al alcance de la mano, como Curro Malena, su primo El Funi o Manuel de Paula. Luego se fijarían en su guitarra, como un talismán al que imantarse por todos los escenarios del mundo, cantaores de la talla de José de la Tomasa o Calixto Sánchez. Fue la época de los 80 en que consiguió en Jerez el Premio Nacional de Guitarra Flamenca; cuando participó como único español en el Festival Internacional de la Guitarra de París; cuando tuvo la oportunidad de enseñar en el Departamento de Etnomusicología de varias universidades norteamericanas; y cuando se decidió a presentar en solitario su primer trabajo discográfico, titulado como esta muestra, Aluricán (1989).
«Aluricán es una palabra que yo no he oído fuera de mi familia», reconocía Bacán. «Ignoro su origen, pero mi padre, Bastián Bacán, cantaor flamenco, empezaba siempre sus historias así: Aluricán de la noche... Aluricán es una palabra llena de misterios. Ella descubre las primicias de las cosas». Tal era el valor iniciático que Bacán otorgaba a este vocablo, muy probablemente emanado de otro con el que guarda un incontestable parecido: lubricán, «crepúsculo» o, ahondando en su etimología «el momento del día en el que el lobo se confunde con el perro».
Pedro Bacán no confundió, sino que fundió las músicas de Oriente con las de Occidente, el ímpetu del creacionismo con la serenidad de la pureza, la melodía del pentagrama con su disciplina matemática en ese crisol mamado en su casa y en su pueblo que es el flamenco.