La semilla cofrade sevillana, y la de Los Palacios y Villafranca en particular, no radica en la antesala de la Cuaresma, aunque lo parezca por tanto ensayo y tanta tertulia entre costales, sino muchísimo antes –en el calendario y en la vida de quienes luego sienten la llamada de la trabajadera–: en plena primavera, ahora que han cesado las lluvias y las calles se inundan de flores incluso de papel, de esas que revisten las cruces de la Resurrección y que en un par de semanas se reaprovechan para las carriolas de la romería de San Isidro, o para la alegría doméstica y peregrina de quienes siguen el Simpecado hasta la Aldea. Porque, en rigor, la Semana Santa no empieza por los sones negros de la muerte de Cristo, y ni siquiera por La Borriquita, sino por la algarabía infantil en plenas cruces de mayo, por la inocente alegría de tantas cruces sin crucificado, por la ingenua ilusión de ser capataces sin haber hecho siquiera la Primera Comunión.
Ayer se celebró el tradicional Desfile de Pasos Infantiles que organiza desde hace tantos años precisamente el grupo joven de la hermandad de La Borriquita. Y aunque no fueron ellos desde el principio, el número verdadero da solera: XXVI edición, casi tres décadas ya, de manera que los adultos que hoy precisamente lideran el evento, caso de José Antonio Gallardo, Francis Maestre o Navarro, entre otros, fueron niños de pasitos hace 26 años, aunque en su época no estuvieran sus padres tan pendientes como ahora, y a los pasos se les notara mucho más su naturaleza de palés de almacén y desde luego no colaborara con una música tan profesional la sección juvenil de la mismísima banda Fernando Guerrero, que ayer ambientó a la perfección una procesión de media docena de pasitos que salió desde La Almazara –el barrio de la capilla de la Entrada Triunfal de Jesús y Jerusalén, San Juan de la Palma y Nuestra Señora de los Ángeles–, y volvió a La Almazara, mientras un millar de adultos disfrutaba por alguna razón de pequeña semilla cofrade: porque su hijo iba encorbatado como un capataz de veras y daba gloria oírlo llamar a sus compañeros de abajo antes de tomar el martillo, porque el suyo parecía un costalero de toda la vida a pesar de no saber que era patero, o porque aquel otro sufría como un contraguía mirando por la mirilla de su pasión en cada revirá de estos pasitos que llevan más de un mes ensayando, dividiendo el mérito entre la ilusión de los chavales y la pasión de sus padres.
Desde la más pura idiosincrasia del popular bar El Moli, en pleno Pradillo, llegaban dos pasos para la ocasión: uno grande cual referencia seria para el costal que se renueva, y otro pequeño porque la cantera no tiene límites... El propio barrio anfitrión hacía lo propio con otros dos pasitos. E incluso del otro extremo del pueblo llegaban otros dos, bastante lucidos: uno del Horcajo y otro del populoso barrio de La Cañadilla. No en vano, la ocasión reúne a casi 300 niños, al margen de niñas de mantilla o vestidas de flamenca...
La fiesta en La Almazara se alargó casi todo el día, porque el grupo joven de La Borriquita había preparado en la plaza una charanga, un guiso y hasta actividades infantiles para que la procesión no fuera más que el principio. A las 20.00 horas, al otro lado del pueblo, en pleno Furraque, el grupo joven de la Vera Cruz también tenía un desfile infantil con su propio pasito. Es ahora el único que se desmarca de la procesión general de la mañana en La Almazara, con un admirable paso con sus maniguetas, sus faroles de guardabrisa, su cruz y sus escaleras, y gracias al empuje del grupo joven y del liderazgo de Encarni Fernández y Fran Pérez, pero consigue alargar la jornada entre esta nueva hornada de cofrades del mañana.