Pudiera ser que la Historia fuera una mujer, atendiendo al género femenino de la palabra que la designa. A veces clara, a veces oculta. Siempre grande, amplia, inconmensurable y poliédrica. Como una mujer. Por eso una mujer está consiguiendo entenderla y sacar a la luz cuestiones de gran relevancia, con un método particular y el instinto especial de comprenderla desde el mismo género. Ella es María Soledad Garrido. Alcalareña, nacida en 1968, licenciada en Derecho, casada y madre de dos hijas. Tímida en el trato, es oficial administrativo en la Diputación de Sevilla, destinada en los centros sociales de Miraflores. Siempre quiso ser abogada, pero la Historia siempre fue un tema recurrente. Un interés personal que, si bien no lo barajó como opción profesional, siempre la llevó a tener curiosidad y no despreciar el tema. El primer contacto directo le llegó cuando, recién salida de la universidad, pudo optar a unas prácticas en la Expo 92. De entre las opciones disponibles, se decantó por el pabellón del siglo XV. Una experiencia gratificante al poder acercarse a un periodo histórico concreto.
La accesibilidad de internet y la gran cantidad de documentación digitalizados despertaron su curiosidad, y por ella comenzó a navegar entre legajos y archivos. Pero la inmersión total en la investigación histórica le llega desde la hermandad de la Soledad, corporación de Alcalá del Río a la que pertenece desde su nacimiento. En 2007 entra a formar parte del incipiente grupo de investigación histórica de la misma, abriéndosele una nueva perspectiva con la que mirar a la Historia. De la mano de sus componentes –Mariano Velázquez, Felipe Jiménez e Ignacio Montaño– comenzó a conocer archivos, a sentir los documentos, a buscarlos y entenderlos, y a conocer los modos para que la Historia muestre sus secretos.
Con rigor científico –y una corazonada especial–, comenzó a realizar búsquedas en internet, con sorprendentes hallazgos y resultados. Quizás será por eso de ser mujer como la Historia, sabía que había que tratarla de manera especial y «con otra manera de buscar». O por el recuerdo de una cita de un anticuario extranjero –«llevo afiladas las garras y una bolsa enorme»– le despertó la sospecha de que los documentos de Sevilla podrían estar por cualquier parte del mundo, trasladados por coleccionistas. Saber que en el siglo XIX venían desde todo el mundo a Sevilla a adquirir documentos le dio la alas para emprender su búsqueda. Una referencia en un catálogo, Regla antigua de la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, despertó el interés pensando que podría tener relación con su hermandad. Un mapa de EEUU y otro de Europa, tachando universidades y ciudades donde podía buscar y no encontraba nada, llevó la búsqueda hasta Pensilvania donde, tras año y medio, dio con las reglas de la hermandad de San Lorenzo de Sevilla. Un sorprendente hallazgo, de suma importancia al ser inéditas y desconocidas, y con la que ningún profesional había dado. A ese se sumó otro fruto de su investigación, las reglas de la extinta hermandad de Santa Ana de Triana, también halladas en EEUU, o las de otra desaparecida hermandad sevillana, la de los caballeros de la Asunción –encontradas en Oxford–. O la vinculación de Catalina de Ribera y la familia Enríquez con Alcalá del Río y la devoción a su patrón San Gregorio.
Achaca parte del resultado de sus investigaciones a la suerte, porque sigue manteniendo ser una aficionada con interés. Sus hallazgos aportan una visión sobre la sociedad y el tiempo al que aluden y que cede «a los profesionales». Una labor de facilitadora para que los historiadores realicen su trabajo: «Hay que compartir lo que se encuentra, para que los profesionales puedan trabajarlo. El conocimiento si se guarda no vale de nada». Cree además que está contribuyendo a despertar el interés por la Historia, y recomienda «acercarse a un archivo y tomar algún legajo en las manos». Porque conocer el pasado, además de importante, es «apasionante».
Dedicada también a la divulgación, a través de la página de Facebook del grupo, cree que «todo lo que se comparta se asegura que no se pierde. Lo que sale a la luz no desaparecerá, alguien siempre lo tendrá y lo perpetuará en el tiempo». Soñando con encontrar la autoría y el contrato de hechura de la imagen de su devoción, la alcalareña Virgen de la Soledad, por la que lleva su nombre, continúa mimando la Historia, tratándola de mujer a mujer para compartir con ella esos secretos que hasta ahora a nadie nunca ha contado.