Andrés Martos Aguilar podría estar mejorando la estadística lectora de la biblioteca municipal de Écija él solo. Este ecijano, que acaba de cumplir 92 años, aprendió a leer con 70 y prácticamente devora un libro por semana desde entonces. Su sobrina nieta Valle, sobre todo, se encarga de sacarle los libros de la biblioteca Tomás Beviá, de Écija, cuando no le acompaña para que sea él personalmente quien retire los libros que más le interesen con su carnet de usuario.
Los empleados de la biblioteca conocen a Andrés y su voracidad lectora. «Más quisiéramos algunos estar la mitad de bien que está él», le piropean. «Me mantengo bien», casi se ruboriza el anciano, que tiene que ayudarse de su sobrina nieta y de una muleta para andar, pero que muestra una envidiable lucidez. Nacido en diciembre de 1925, Andrés Martos aprendió a leer con 70 años. Dejó la escuela con diez años. «Yo de niño había ido a la escuela, pero a partir del Movimiento no había escuelas», afirma. «Cuando ingresé en la escuela no dije ni buenos días y el maestro me echó», se ríe, «porque no había entrado correctamente, entré como por mi casa».
«Y ya no fui más», zanja, como para explicar por qué no aprendió a leer hasta que se jubiló. Con diez años, Andrés prefería escaparse a un tejar cercano a hacer ladrillos. A trabajar. «A las primeras iba al colegio, me llevaba mi madre, pero conforme me dejaba en la escuela de la calle Mayor me escapaba», reconoce. «En el momento que mi madre se iba, me iba también cuando no me veía».
Trabajador del ladrillo
Se escapaba y se iba «al tejar, que es lo que me gustaba, a trabajar en los ladrillos. Me daban dos reales». Era el mayor de cinco hermanos y su madre no se enteraba de que faltaba a la escuela porque bastante tenía con irse también a trabajar para sostener a la familia, viuda como era.
«En el tejar me hice un hombre», afirma Andrés, que estuvo encadenando trabajos de temporada en hornos haciendo ladrillos. «Trabajaba donde me salía, donde me pagaban más». Ninguno de los tejares donde trabajaba de niño existen ya. En uno de ellos, en la calle Caleros, pidió un aumento de sueldo. «Mi madre me empujaba a decirle que me diera más dinero y Laguna [el dueño] no me lo daba; no me echaba cuenta y, encima, tenía la maña de sacarme dos o tres cargas más al horno». El trabajo de hacer ladrillos en un tejar es de temporada. Y cuando Andrés se cansó de trabajar para otros se instaló por cuenta propia. Aunque antes estuvo empleado como albañil un tiempo, «porque junté un dinerillo y no quería que se me escapara», explica. Con un hermano, levantó un tejar en la carretera a Palma del Río, donde compraron un terreno de 2.000 metros en el que levantaron también su casa.
Entonces ya tenía 33 años y había pasado más de la mitad trabajando. Siguió trabajando en su tejar «hasta que me jubilé, fastidiado de la cintura por estar haciendo ladrillos desde que aprendí el oficio con diez años», rememora. El horno sigue en pie pero allí ya no se hacen ladrillos. No se hace nada.
Andrés se jubiló y enviudó casi al mismo tiempo. Con 70 años volvió a la escuela. Se puso a aprender a leer y a escribir, empujado por familiares que le habían hablado de una escuela para adultos en el centro de Écija. Y le gustó la idea. Dice que no le costó coger los libros de nuevo. «Me gustaba», dice. «Las letras las conocía, pero no sabía leer». Hay quien le dice que lee perfectamente. Él encaja el halago. «Tanto como perfectamente... pero leo». Y devora más de un libro por semana. Tiene sus preferencias. «Me gusta cuando cojo un libro que sea de emoción, de peleas y eso... que pase algo, que se enfrentan y se peguen tiros. De eso leí algunas novelas».
Algunas de sus lecturas rondan las 500 páginas. El último ha sido el clásico entre los clásicos, Don Quijote de la Mancha. Eso sí, en una versión adaptada para adolescentes, que tiene la letra más grande y Andrés lee a la luz de un flexo. «Me gustan las historias que te enganchen, que te amarren; de esas que dices ‘Anda, qué hora es ya, me voy a acostar ya’. Pero sigues leyendo», relata.
Por su lista de preferencias pasan Viaje al centro de la Tierra, que se lo prestó un amigo suyo, y las historias que protagoniza la familia Borgia. «me las he leído todas... Lucrecia Borgia... muy guapa ella», sonríe. Tras ellos, no oculta su predilección por las novelas de ambientación histórica. Tan claro como que no le gusta nada los libros de Harry Potter. Intentó leer la saga del joven mago y, aunque admite que «es buen libro», no le enganchó. «Me cansaba», zanja. Y es que Andrés no le ve aliciente a las historias que no hablan de cosas reales.
Andrés ignora cuántos libros se ha podido leer en los últimos 20 años. Su sobrina nieta dice que más que los que se haya podido leer ella en su vida. «Muchos», calcula lacónico el anciano. La mayoría son libros prestados o sacados de la biblioteca. En su casa tiene pocos volúmenes propios. Sí que sabe que desde que aprendió a leer ha leído todo lo que no leyó de niño. «Porque de niño lo que hacía eran diabluras, iba al campo, me dedicaba a rayar las pizarras», sonríe travieso.
¿Una vida que, ya puestos, podría dejar por escrito? Andrés se lo piensa antes: «Una vida de trabajar. Yo no sé desperdiciar día ninguno».