Aunque todavía se fabrican, el mosaico por excelencia es el romano, sobre el que los visitantes de los museos siempre realizan la misma pregunta: «¿cómo lo hacían?». Santiago Recio Blanco, técnico auxiliar de Arqueología y monitor del curso de formación «El arte de crear mosaicos», lo tiene claro: «paciencia, devoción, mimo y buen pulso son los ingredientes imprescindibles para realizar un mosaico romano», argumenta.
Según Recio, una de las producciones de la antigua Roma que más admiración causan son los mosaicos que adornaban suelos y paredes y, aunque no fueron privativos de Roma, sino que recogió una tradición ancestral y siguen fabricándose en época actual, «el mosaico por excelencia es el romano», de manera que lo que comenzó siendo un elemento decorativo acabó convirtiéndose «en un proceso de elaboración complejo y propio de albañiles especializados», explica. Tanto, que en todas las ciudades importantes existían talleres de elaboración de mosaicos, bien fijos o itinerantes, que recorrían el imperio mostrando sus catálogos. Una vez que el cliente elegía el dibujo, el pictor imaginarius lo hacía combinando motivos y el musaerius dirigía a toda una cuadrilla de trabajadores especializados: el calcis coctor preparaba el suelo o la pared; el pictor parietarius dibujaba el motivo elegido; el lapidarius cortaba las teselas; y el tessellator las colocaba.
El experto del Ayuntamiento de Carmona explica que existe constancia de que «templos y palacios del antiguo Egipto se encontraban decorados con mosaicos». La tradición se extendió luego por Oriente y por Grecia, llegando hasta Italia y al resto del Imperio Romano, como Hispania, la Bética y a la antigua Carmo. «Los mosaicos podían adornar las paredes y techos de muchos edificios, pero sobre todo los de domus y las villae, de las familias ricas», explica Recio, quien añade que siempre que era posible, los mosaicos se construían con materiales existentes en la zona mediante diversas técnicas como incrustar las teselas en el mortero o encajar los trozos de mármol u otras piedras de forma geométrica. Por último, afirma que «durante los dos primeros siglos imperiales predominó en Hispania el mosaico en blanco y negro, siendo en los comienzos del siglo III cuando empiezan a introducirse algunos colores». Asimismo, «quedaban reflejadas la forma de vida, las costumbres, la sociedad que representaban», dijo.