El piano que armoniza las galaxias desde Las Cabezas

El director de la Escuela Municipal de Música lanza su disco ‘Andrómeda’, que ilustrará las ponencias de Sebastián Hidalgo, del Instituto Astrofísico de Canarias

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
17 oct 2016 / 19:17 h - Actualizado: 18 oct 2016 / 08:32 h.
"Música"
  • Francisco Acosta, director de la Escuela de Música de Las Cabezas, posa junto a su piano. / El Correo
    Francisco Acosta, director de la Escuela de Música de Las Cabezas, posa junto a su piano. / El Correo
  • Foto de familia durante la presentación del disco el pasado sábado en el Teatro Pedro Pérez Fernández.
    Foto de familia durante la presentación del disco el pasado sábado en el Teatro Pedro Pérez Fernández.

Hace casi medio siglo, por los embarrados caminos de Villaverde del Río que conducían a los chiquillos de la única escuela del pueblo a sus casas, Francisco Acosta, un mocoso de diez años cuya ración de fuerzas de aquel día había desparramado jugando al fútbol con sus compañeros, hizo una parada reflexiva porque le había impactado en la última clase la redacción del único niño que no jugaba en el patio con los demás porque prefería, ya entonces, leer a Descartes y a Nietzsche.

La redacción se titulaba La pestilente carroña y el amiguito se llamaba Sebastián Luis Hidalgo Rodríguez, «y le perdí la pista cuando salimos de octavo de EGB», recordó muchos años después Acosta, cuando volvieron a reencontrarse gracias a la magia electrónica de las redes sociales y al guiño memorioso que él supo lanzarle hasta Tenerife, en cuya Universidad de La Laguna era ya profesor el autor de aquel relato «cuyas descripciones, para aquella edad que teníamos, me impresionaron de verdad». El caso es que Francisco Acosta y Sebastián Luis Hidalgo volvieron a hacerse amigos más de 40 años después, cuando el recuerdo de sus correrías por el Villaverde regado por el Guadalquivir que ambos acabarían abandonando para construir sus vidas a golpe de pasión era ya una nebulosa empapada de nostalgia.

El precocísimo lector era ahora profesor de Técnicas Computacionales Básicas en la Universidad de La Laguna, amén de investigador en el Instituto de Astrofísica de Canarias. Francisco Acosta, por su parte, se había convertido en el director de la Escuela Municipal de Música de Las Cabezas de San Juan, después de haber luchado media vida por vivir no del clavel de invernadero –a lo que se dedicó durante más de una década, levantándose a las cinco de la mañana para estudiar piano antes del trabajo– sino del mismo arte que le resonó siempre por dentro. Para entonces, además, no solo le había publicado ya la Consejería de Educación un disco con los conciertos didácticos que había dado por colegios e institutos para ilustrar a los alumnos sobre la Historia de la Música Clásica, sino que acababa de editar su primer disco personal, compuesto por él bajo el título de Hydromuria, una de esas palabras que aporta Julio Cortázar a su inventado idioma glíglico desde la universal Rayuela. Y fue este disco que combinaba el minimalismo con el impresionismo, en la línea de Scriabin, Satie o Debussy, el que llegó a los sensibilizados oídos de Sebastián Luis Hidalgo, acostumbrado a agudizar mucho más los ojos en busca de las razones últimas del Universo.

«A él le gustó mucho la música de Hydromuria», recuerda Acosta, «y entonces me sugirió que estaría muy bien que le compusiese algo para poder ilustrar sus conferencias», que imparte por muchas ciudades europeas y América Latina. En rigor, sus trabajos tienen mucho en común. «Evocación trascendente», señala Acosta. «Esta música inunda el espacio con una sonoridad muy potente. Tiene mucho colorido armónico y eso la hace muy expansiva, un amplio universo sonoro». Desde luego, es inspirador oír las explicaciones de Hidalgo de cómo el universo sigue en expansión, más allá de la popularizada idea de que es infinito; las imágenes de las galaxias como juegos siderales en eterna transformación en la que los humanos apenas somos infinitesimales y ridículas motas de polvo ni siquiera cósmico, mucho menos; y la música minimalista y misteriosa del piano de Acosta, como una banda sonora de esos grandes interrogantes perpetuos de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

«Pensamos en que yo titulara el disco Música de las estrellas, pero luego se me ocurrió el esdrújulo Andrómeda», que no solo «suena fonéticamente muy bien», sino que es el nombre de nuestra galaxia más próxima, vecina de La Vía Láctea y un referente habitual en las conferencias internacionales de Hidalgo. Algunos de los temas del disco llevan nombres de constelaciones o satélites como Casiopea, Berenice, Nembus, Nereida o Pegasus. Todos ellos se pudieron disfrutarse –embargado el público en la inspiración sonora de otra dimensión– con imágenes del Universo especialmente seleccionadas por el astrofísico Hidalgo, el pasado sábado en el Teatro Municipal Pedro Pérez Fernández de Los Palacios y Villafranca, el pueblo ahora de Francisco Acosta. A partir de este primer concierto de presentación, el disco empezará a girar, como cualquier planeta.