La víspera de la Nochebuena de 2015, mientras en Sevilla o en Sotiel Coronada –el pueblito onubense donde comienza esta historia de superación– tanta gente esperaba que naciera el Niño Jesús, al niño Mario, que había nacido el año anterior con solo 950 gramos después de que su mamá se quedara sin líquido amniótico al séptimo mes, le detectaron un tumor cercano a un riñón que le despejó a su familia el misterio de un rosario de supuestas enfermedades que no parecía tener fin.
Su padre, Manuel Crespo, natural de aquel pueblo minero, y su madre, Juliana Madinoaie, de origen rumano, habían luchado hasta lo indecible para que el hospital de Río Tinto «le hiciese al niño unos análisis definitivos para detectar qué le pasaba», porque, hasta entonces, las explicaciones de su malestar y de ciertas manchas en las ojeras eran siempre «un derrame, una bronquitis, luego una bronquiolitis...». Aquellas navidades de hace dos años salieron de dudas, pero les cayó el drama de algo mucho más serio: un neuroblastoma, un tipo raro de tumor canceroso que se desarrolla a partir del tejido nervioso.
«Aquello era un hospital robado, nunca mejor dicho», cuenta su padre, «por las fiestas y una plantilla al mínimo». A los tres meses, al niño lo operaron finalmente en el Virgen del Rocío y todo salió relativamente bien, sin contar las curas de heridas, la radioterapia, la quimio, los TAC y otros regímenes hospitalarios que, a sus padres, que se llevaron un mes durmiendo junto a la cama del pequeño Mario, no les hubieran pesado si no llega a ser por la metástasis. En marzo de este año, el tumor se le reprodujo en la cabeza. Algunos médicos tuvieron pocas esperanzas. Otros «nos aconsejaron que lo dejásemos apagarse, sin dolor». Pero sus padres no se rindieron. «Llegamos incluso a pedir una segunda opinión a un comité de médicos cubanos a través de unos amigos», cuenta Manuel. Le abrieron el cráneo, lo operaron y sobrevivió, no solo a las primeras curas y potentes tratamientos postoperatorios, sino a la quimio que sigue recibiendo desde entonces.
En Los Palacios y Villafranca, daba alegría ver protestar a Mario porque quería salir a la calle, jugar, un helado, como cualquier pequeño de su edad.
En este pueblo del Bajo Guadalquivir llevan solo un mes viviendo, de alquiler, porque cuando terminó la operación volvieron a Huelva. Sin embargo, volver al hospital cada dos o tres días para tratamientos o pruebas –que es lo que le espera al menos durante el próximo año– era un auténtico calvario para Mario. «Levantarnos a las seis de la mañana, ingresar, darle unos medicamentos, que desayunara, la quimio, las horas que debe estar allí, y luego volver a Huelva a las cuatro de la tarde para seguir dándole la quimio a través de unas pastillas cinco días...», cuenta su madre. Las posibles residencias hospitalarias son para pacientes cuyos domicilios estén a más de 150 kilómetros. El de Mario, en Sotiel Coronada, Cartaya o Huelva, no llegaba por muy poco. «Así que tuvimos que venirnos mucho más cerca», concluye el padre, parado y con solo 426 euros mensuales. «Yo trabajaba en el campo y en bares, pero con esta tarea a todas horas con el niño, ¿quién me va a querer contratar?», dice la madre.
«Es todo muy difícil», cuenta Granada Luna, la palaciega que ha iniciado un movimiento de solidaridad bautizado con el nombre de Los Palacios con Mario que le ha cambiado la vida a esta familia. Luna ha liderado un grupo inicial de palaciegos volcados con la causa que no para de crecer. Primero fue la asociación de alumnos del Aula de la Experiencia, Los Palacios con la Donación, el Tomate Blues, Crápulas de Nervión y la asociación del Palacio Metal Fest, pero desde hace unos días se han incorporado algunas hermandades y cofradías del pueblo, decenas de empresas y establecimientos y hasta varias asociaciones teatrales para hacer funciones en beneficio del niño. «Nosotros no queremos más dinero que el necesario, y yo comprendo que hay muchas causas que merecen la solidaridad de este pueblo que nos está apoyando tanto», dice el padre, y añade: «Y lo que me gustaría es que la sanidad pública amparase de otra forma a los hijos de los trabajadores a los que les puede ocurrir una cosa así, porque esto le puede tocar a cualquiera». La situación de Mario lo obliga a visitar el hospital de dos a tres veces por semana.
Los Palacios con Mario, con páginas en redes sociales y cartelería por el pueblo, ha iniciado una campaña de venta de pulseras con ese lema y los colores de la bandera local, a un euro. Además, tienen abierto un número de cuenta: ES46 2100 8363 9701 0015 1975. «Nos daba vergüenza, pero tenemos que tragarnos el orgullo, porque lo único importante es la vida del niño», concluye su madre, con un cansancio visible que no oculta, sin embargo, el coraje por el que Mario resiste, y Los Palacios con él.