El Trobal, un milagro marismeño

Los fundadores supervivientes de este poblado de colonización de Los Palacios y Villafranca asisten, al cabo de medio siglo, a la urbanización definitiva de su polígono industrial

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
21 oct 2017 / 22:03 h - Actualizado: 21 oct 2017 / 22:04 h.
"Agricultura","Infraestructuras"
  • Operarios trabajando en el reasfaltado del polígono industrial El Trobal. / A.G.
    Operarios trabajando en el reasfaltado del polígono industrial El Trobal. / A.G.
  • Foto histórica de Aurelio García en su parcela junto a sus nietos.
    Foto histórica de Aurelio García en su parcela junto a sus nietos.
  • José Antonio Martínez, Antonio Vargas, Gabriel Núñez y Rogelio Vega. / Á.R.
    José Antonio Martínez, Antonio Vargas, Gabriel Núñez y Rogelio Vega. / Á.R.

«Esto fue la conquista americana», asegura categórico –el dedo índice segurísimo–, a sus 80 años, Gabriel Núñez. No es cualquier vecino de El Trobal, una de las tres pedanías palaciegas creadas por el Instituto Nacional de Colonización (luego Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario, Iryda), sino uno de aquellos 30 fundadores que asistieron en 1968 al asombro bíblico de llegar a una de las tierras más llanas y salvajes de nuestro país mientras terminaban de construir un centenar de casas iguales ahogadas por las malas yerbas. «Cuando llegamos, aquí no había nada», dice, e insiste: «Nada. Ni agua potable. Los mosquitos nos comían. Y solo a veces venía una furgoneta vendiendo, y que echaron cuando montaron la primera tienda». No hace ni cincuenta años de aquello, pero Gabriel ilumina el recuerdo con el azul de sus ojos, entonces tan emprendedores que no tardó en fundar la cooperativa agrícola Las Palmeras, el motor económico, todavía hoy, de este poblado, y del que él fue presidente durante veinticinco años.

«La tierra que se encontraron ellos», dice José Antonio Martínez, actual presidente de la cooperativa –250 socios en un poblado de 1.200 habitantes– no es la de ahora; hoy esto es un vergel, pero entonces aquí no había quien sembrara nada». «Si mi padre llega a saber lo que se iba a encontrar, no viene», tercia Rogelio Vega, hijo de colono y responsable de la empresa Vega Marismas, dedicada a la recolección de tomates. En efecto, como recuerdan tantos viejos en El Trobal y en Los Palacios y Villafranca –el municipio al que pertenece la pedanía–, estas tierras se ofrecieron primero a los palaciegos, pero todos las rechazaron con el argumento palmario de que en plena marisma no iban a crecer ni los cardos borriqueros. «Algunos, en todo caso, preferían Maribáñez –la otra pedanía, junto a Chapatales–», recuerda Rogelio. Por eso, llegaron colonos soñadores de todas las sierras cercanas, a quienes el Gobierno prestó una yegua y varios aperos de labranza sin la certeza de que estas marismas iban a convertirse, en efecto, en una de las principales fuentes de algodón, maíz y remolacha de todo el país. Lo recordaron, hace casi una década, en un libro conmemorativo e ilustrado sobre la historia de El Trobal el propio Rogelio y Emilio García, trobaleño y actual concejal del PA.

De los orígenes al boom

La tierra despertó a los primeros estímulos, y en 1972 aquellos primeros colonos fundaron su cooperativa con el propósito inicial de venderles productos y maquinaria a sus agricultores. Entonces había un solo trabajador, el guarda de la casilla. Hasta que en 1986 instalaron su propia desmotadora de algodón, que ha estado funcionando hasta que en 2007 se desmantelaron todas las de la zona para depender de la de Lebrija. Al poco tiempo, montaron su secadero de cereales. Y tuvieron hasta capacidad para ampliar sus terrenos en cuatro hectáreas más –gracias a una permuta que le hicieron al Ayuntamiento– e instalar así su propia fábrica de transformación de tomate industrial. Había empezado el siglo XX, y el boom y su bonanza. En 2015, sin embargo, la cooperativa –al borde de la asfixia– tuvo que vender aquel terreno añadido y la fábrica al empresario Antonio Martín Antúnez –Algosur–, que ha conseguido producir 7.000 toneladas diarias tras una potente inversión. Hoy, el motor económico del poblado sigue estando a la entrada, aunque el terreno se divide entre la cooperativa Las Palmeras y la empresa privada de Antúnez. Un posible cambio de manos se cierne sobre la planta.

Enfrente, el polígono industrial que empezó a construirse y se paralizó a comienzos de los noventa, acaba de terminar de urbanizarse tras un parón de casi un cuarto de siglo. La razón ha sido el Plan Supera IV de la Diputación de Sevilla, que ha invertido 180.000 euros que, según reconoce el alcalde palaciego, Juan Manuel Valle (IU), ha supuesto «la transformación total» del polígono trobaleño después de siete meses de obras. Aunque alberga pocas empresas –sociedades familiares dedicadas a la recolección–, la mayoría de las naves familiares cuentan ahora con un contexto más prometedor, pues no ha sido hasta ahora cuando se ha acometido la instalación de un alcantarillado generalizado y sustitución del antiguo –de cemento y destrozado–, agua potable, acerado y alumbrado. Además, se ha instalado el servicio de telefonía, internet y cableado eléctrico para la iluminación de la zona, completándose con el asfaltado de las tres calles que circundan el polígono. Se ha reconstruido por completo la antigua calle de más de 200 metros que conecta el polígono con la calle Palo. «Para nosotros, se trata de un proyecto muy importante porque aloja un buen número de naves industriales, de empresarios de El Trobal y de fuera de la pedanía, que tienen aquí sus empresas», dice Valle.