La llegada de la modernidad con las, cada vez más necesarias en nuestras vidas, nuevas tecnologías y las técnicas de producción industrial están terminado por hacer desaparecer algunos oficios que antaño eran imprescindibles en nuestras vidas en las distintas poblaciones de la provincia y de las que hoy quedan pocos ejemplos o están exclusivamente en la memoria de los mayores.
Este el caso de la ciudad de Utrera, donde hasta principios de los años 80 del pasado siglo existía un gremio importante de zapateros artesanales repartidos por toda la ciudad que era el encargado de calzar a los utreranos y muchos ciudadanos venidos de otras poblaciones de la comarca y de la provincia. Era una época en la que solo existían dos tiendas industriales de zapatería y su clientela era más bien escasa porque los ciudadanos preferían lo que llamaban «el zapato de verdad hecho a mano y a medida».
En concreto, en Utrera a principios de los años 50 del pasado siglo llegaron a contabilizarse cerca de cuarenta talleres de zapatería artesanal en cada uno de los cuales había un maestro, oficiales y varios aprendices. Allí se fabricaba el zapato de caballero en todas sus modalidades, desde el zapato fino a los botos camperos y el boto bajo, además de las botas y calzado de trabajo.
Hacer calzado de este tipo artesanalmente partiendo desde cero tenía una duración de unas 10 o 12 horas de trabajo, una jornada laboral completa de las de entonces de esas que se llamaban «de sol a sol» y que no estaban bien remuneradas.
Según explicó a este periódico Miguel Sola Pilín, uno de los tres zapateros artesanales de Utrera que quedan en vida, «el proceso era muy laborioso, pero el resultado muy eficaz, mucho mejor que el del zapato de fábrica industrial actual, ya que tenía la ventaja añadida de que al ser artesanal siempre se podía reparar».
En Utrera durante la época de mayor auge de las zapaterías artesanales se llegaron a contabilizar más de 80 profesionales de este sector, la mitad maestros con sus propias zapaterías para la fabricación y reparación del calzado, y el resto oficiales y aprendices.
Algunos de estos profesionales duplicaban horarios o incluso trabajaban para varias zapaterías de Utrera o su comarca y provincia, donde algunos de ellos abrieron tiendas y talleres o incluso eran vendedores de zapato artesanal ambulante, cada día en un pueblo.
Pilín entró por primera con 13 años en el taller de zapatería de José Obando un 3 de octubre de 1943. Era, según recuerda, en la época dura de la posguerra, donde pocos tenían al alcance del bolsillo pagarse un calzado nuevo hecho artesanalmente, por eso «a algunos un calzado le duraba media vida» manteniéndose a base de reparaciones
A este taller de zapatería Miguel Sola fue con la intención, como afirma, «de hacerme un hombre y tener un oficio para matar el hambre». Aquí fue donde aprendió este oficio del que apenas se ha separado un su trayectoria profesional y que le ha dado para vivir hasta su jubilación
En sus años como profesional Miguel Sola paso de ser aprendiz a convertirse en oficial y maestro, regentando sus propias zapaterías que son hoy muy recordadas por sus contemporáneos y que estuvieron en zonas como el Arrecife, la plaza de abastos y la calle Castillejos, donde colgó el cartel de cierre por jubilación y donde hoy conserva su pequeño taller a modo de particular museo con todos los útiles y maquinaria necesarios para la fabricación del calzado artesanal.
En este particular museo, propio nuestro protagonista todavía se atreve a realizar pequeños trabajos y reparaciones para la propia familia, porque los últimos que sirvieron para su jubilación, agotando los materiales que le quedaban, fueron una bota gigante y una muy pequeña con las que Pilín posa para fotografiarse para nuestro periódico.
Como recuerdo para la posteridad de este oficio tradicional ya extinguido en Utrera, Sola ha dejado un importante trabajo recopilatorio documental con fotografías, datos históricos y los nombres de la mayoría de los profesionales de este oficio artesanal que ejercieron Utrera desde mediados del siglo pasado hasta el cierre de los talleres que fueron más de 80.
Junto a Miguel Sola Pilín, que cuenta con 86 años, sólo quedan otros dos zapateros artesanales en vida, Manuel Méndez Díaz, también de 86 años y José Galván Vázquez, de 95 años