«Ha sido duro pero inolvidable»

Los miembros de la peña ecijana L@s Papafrita que viajaron hasta Dakar en bici rememoran su hazaña ciclista, de la que rescatan «la hospitalidad de la gente»

30 jun 2018 / 21:07 h - Actualizado: 30 jun 2018 / 23:50 h.
"Viajes"
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Han vuelto de su aventura una semana antes de lo previsto, pero L@s Papafrita que viajaron en bici de Écija hasta Dakar (Senegal) todavía están reponiéndose del esfuerzo y de las vacunas y medicinas que han tenido que tomar para cruzar tres países y un desierto hasta la capital senegalesa.

Francisco Méndez, en concreto, todavía tiene flojera por las pastillas que ha tomado para la malaria. Ha tenido que hacerse analíticas, «no vaya a ser que me haya traído algo infeccioso de África», pero los médicos han descartado que tenga nada más allá de los efectos secundarios de la medicación. Méndez lleva la voz cantante de la aventura. Ha perdido más de nueve kilos en el mes y pico que han estado pedaleando desde Écija hasta Dakar. A todo el que le saluda con un «¿cómo estás?» le responde sonriendo: «Vivo, que no es poco».

«Ha sido muy duro», dice el socio de la peña L@s Papafrita. «Pero inolvidable sobre todo por la hospitalidad de la gente, que me ha salvado la vida», enfatiza Méndez, «me atendían cuando llegaba exhausto, atendían a un forastero, un desconocido con ropa rara, con una bici, que llegaba en problemas y pidiendo agua; me han dado calor».

CALOR EN MAURITANIA

Calor es algo que no le ha faltado a Méndez. Sobre todo en Mauritania. Sus compañeros prefirieron coger el atajo de los autobuses y visitar pueblos mientras él cruzaba el desierto mauritano en cuatro días y medio, solo, con temperaturas por encima de 50 grados y por carreteras que no merecían tal nombre. Cerca de 500 kilómetros de pedaleo que llegaron tras los más de mil que ya había cubierto por el desierto del Sahara, «un paseo», según cuenta.

«El Sahara era gloria bendita comparado con el desierto de Mauritania», subraya. «Allí tenías que abrigarte para dormir y las temperaturas eran de 38 grados de media; paseaba y daba de comer a los camellos; en Mauritania las noches no bajaban de 30 grados y la media durante el día era de 50». Desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde Méndez no hacía otra cosa que pedalear y a la una ya tenía que ir pensando en buscar donde echar la siesta antes de seguir pedaleando por la tarde, buscándose la vida para encontrar agua y un sitio donde descansar. «Un bidón de agua era un oasis», rememora, «porque podías pasar horas sin ver rastro de nada ni nadie». Y a eso se añade que les pilló el Ramadán y la actividad se reducía en los pueblos y aldeas musulmanas.

NO TODO MALOS RATOS

En el desierto de Mauritania, Méndez se vio dentro de una tormenta de arena. «Fue el 7 de junio, y pasé cinco horas escondido tras un árbol con un litro de agua sin saber si aquello iba a durar mucho; suerte que empezó a aflojar, salí y encontré un pueblo a ocho kilómetros». Llegó cubierto de la molesta y fina arena.

No todo han sido malos ratos. Había que buscarse la vida, improvisar durmiendo en casas viejas y abandonadas, en bohíos donde ha compartido siesta con gentes del lugar. «Ha sido duro pero satisfactorio», insiste Méndez, que sonríe al recordar la gente «amable y hospitalaria» con que se ha ido encontrando. Como un mauritano de su edad con 24 hijos que se admiraba de ver que las piernas del ecijano tenían dos tonos de color, por el moreno de tantas horas al sol. O los niños de la aldea a la que llegó y que jugaban con una pelota de trapos y a los que «les di un rato de risas a mi costa» cuando lo vieron con la ropa de ciclista y el culotte.

En esas aldeas ha recibido y ha dado. «Medicinas, que es lo que le piden a un occidental». Y allí se enteró del cambio de gobierno en España. «Un maliense que trabajó varios años en Málaga nos dijo ‘Sabréis que os habéis quedado sin Rajoy, ¿no?’». El viaje ha sido tan satisfactorio que Méndez repetiría. «Pero no lo haría en junio, por el calor, ni en Ramadán», sonríe.