La heráldica del pueblo llano

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
04 jun 2017 / 13:20 h - Actualizado: 04 jun 2017 / 20:46 h.
"Historia"
  • Reunión del alcalde con los empresarios que financian el escudo que se colocará a la entrada del pueblo. / Á.R.
    Reunión del alcalde con los empresarios que financian el escudo que se colocará a la entrada del pueblo. / Á.R.
  • Escudo original de Los Palacios y Villafranca. / Á.R.
    Escudo original de Los Palacios y Villafranca. / Á.R.

Al margen de la naturaleza caprichosa o arbitraria de los símbolos, los de cada lugar llevan aparejada una carga significativa de su idiosincrasia. En el municipio de Los Palacios y Villafranca, que aún celebra actos por el 180 aniversario de aquella unión que en 1836 puso fin a dos poblaciones por separado, precisamente han descubierto con motivo de esta efeméride todo lo referente a lo que encierra su escudo desde la primera vez que se usó, probablemente en junio de aquel año.

Lo que ya se sabía acerca del símbolo lo recogía precisamente el escritor más célebre de la localidad, Joaquín Romero Murube, en el libro que le inspira el lugar en el que ve la luz, Pueblo lejano (1954). El primer capítulo se titula precisamente el escudo y da pie a la obra: «Dios quiso que naciéramos en este pueblo de Andalucía, junto a las marismas del Guadalquivir...». Luego hace una descripción del escudo: «Aparece un hombre con una levitilla y una castora, tendiendo la mano con ramitas de olivo a un duro labriego de las marismas. Abajo, un enorme toro sostiene con la majestad de su cuerna la cortesía de tan delicada y política convivencia». Lo que no sabía Romero Murube, porque lo ha descubierto el actual archivero municipal, Julio Mayo, hace tan solo unos meses, es que, en el escudo original, los hombres no se estrechaban las manos, como ha seguido ocurriendo en los célebres tratos de la Feria Agroganadera del pueblo como símbolo de acuerdo entre los tratantes, sino que, más allá, se fundían en un cálido abrazo, «al modo del famoso abrazo de Vergara» producido en 1839 entre el general isabelino Espartero y el general carlista Maroto al terminar la primera Guerra Carlista.

El abrazo, sin embargo, se emborronó «por la tosquedad del sello de la estampación, en la que es posible que no se apreciaran con nitidez los detalles». De hecho, en ninguno de los escudos conocidos dentro de su evolución a lo largo de más de siglo y medio se había apreciado que los hombres se abrazaran, salvo en el primero, descubierto por Mayo en el Archivo del Arzobispado de Sevilla. Este escudo concreto aparece en el sello de una comunicación fechada el 12 de junio de 1836 y remitida por el alcalde, Juan García Valdés, al gobernador eclesiástico suplicándole que dejasen ejercer como cura a su propio hermano, Miguel García Valdés, en la parroquia del pueblo recién unido.

«Las dos personas que se abrazan son de distinta condición social, pues una es el administrador de la Casa de Arcos –a la que pertenecía Los Palacios hasta la abolición de los señoríos en 1835– y la otra es un labrador de Villafranca de la Marisma», explica Mayo, y añade: «Está clara la victoria de aquellos hombres que consiguieron desterrar privilegios y plasmaron así el triunfo de la lucha social y política del momento; se exalta la igualdad de los hombres, y no solo ante Dios, sino ante la ley y la vida misma». En este sentido, el cronista oficial de la villa, Antonio Cruzado, insistió en el último coloquio que se celebró sobre el proceso de esta Unión en que «Villafranca de la Marisma hizo mucho más por la unión y por configurar un pueblo igualitario como el de hoy que Los Palacios».

Y es que aquella fusión de dos pueblos –Villafranca aportaba la tierra que envolvía a Los Palacios, que era un castillo y unas pocas calles adyacentes, y que aportaba la ganadería– «constituyó un hito en la distribución racional y equitativa de las tierras expropiadas a la Iglesia mediante la desamortización», explica Mayo, quien recuerda que «los medianos y pequeños propietarios terminan convirtiéndose en el pilar fundamental de la sociedad local». O sea, los manchoneros, cuyo símbolo aparece también representado en el escudo mediante la vid. Actualmente, ese producto de la tierra ha transmutado en el tomate, verdadero símbolo del manchón palaciego. Pero el archivero encuentra el primer precedente simbólico en aquel acuerdo histórico, «que encarna el logro de la lucha por la tierra y representa la pujanza de la actividad agroganadera, el homenaje más hermoso que se le puede tributar a la memoria de quienes trabajaron tanto, de sol a sol».

Los protagonistas del escudo, en fin, no son referencia alguna al linaje ni a las huellas de ciertas dinastías, sino dos vecinos corrientes y molientes que empezaron abrazándose y terminaron dándose la mano.