La memoria del nardo

Miles de peregrinos se reencuentran con San Benito, en una romería con temperaturas más frescas de lo habitual y con mejores accesos a la ermita

27 ago 2017 / 22:35 h - Actualizado: 27 ago 2017 / 22:50 h.
"Tradiciones"
  • Decenas de miles de devotos rodean la figura de San Benito a la salida de la ermita. / Fotos: F.J.D.
    Decenas de miles de devotos rodean la figura de San Benito a la salida de la ermita. / Fotos: F.J.D.
  • Como en un paseo, San Benito fue hasta la cruz del Real y volvió a la ermita.
    Como en un paseo, San Benito fue hasta la cruz del Real y volvió a la ermita.
  • Las velas ardían como cuentas cumplidas entre el humo.
    Las velas ardían como cuentas cumplidas entre el humo.

Es volátil su perfume. Dura apenas el instante en el que el Santo discurre ante la mirada del devoto, y luego, como su bendita presencia, se esfuma. Pero era el nardo el que traía ayer a la memoria el recuerdo pasado de tantas romerías en el exorno del paso. Capaz además de evocar en ocasiones futuras lo sentido y vivido en este recóndito paraje de Castilblanco de los Arroyos. Porque es la de San Benito la romería de la memoria y del recuerdo –a los que no están–, del agradecimiento –por sus favores– y la de la profunda devoción al Santo.

Este año la romería ha coincidido en su día histórico, el 27 de agosto, fecha en la que siempre se celebró desde el siglo XIX, hasta que decidió fijarse el último domingo de agosto de forma perpetua. Pero el calendario ha querido este año traer también así la memoria aquellos tiempos pretéritos de la devoción histórica, que se congregaba en torno al Santo tal día como ayer.

La ermita nunca está lejos, y por duro que sea el camino nunca es inconveniente para llegar hasta este enclave. Pero con la vía reparada y con las temperaturas más frescas de lo que en esta romería se acostumbra, la asistencia fue aún mayor. Se hacía difícil encontrar un espacio que no estuviera copado de devotos, como tampoco había aire que no trasladase una plegaria, felicidad o pena. Porque la romería sonaba alegre, pero también retumbaba triste en esos corazones que se aceleraban en las horas previas, debatiéndose entre la emoción de reencontrarse con el bendito protector y el dolor y la pena por la ausencia, la enfermedad o la distancia.

La romería se pintó de los colores de la sierra, de pura tradición y fe profunda. De un sol brillante a intervalos cubierto por el gris de las nubes y alguna llovizna. De esencia de pueblo, de esencia de familias, de estirpes que a pie, en burro, en autobuses, apretados en utilitarios o en modernos turismos han ido escribiendo un calendario de visitas anuales. De visitas de agosto. Y de enero, y de mayo, porque la ermita siempre está abierta y nunca es mal momento para acercarse a charlar con el protector de la comarca. Porque San Benito no es solo unos días de agosto. San Benito está todo el año.

Una espera de murmullos hacía de cuenta atrás hasta la salida del Patriarca. Porque ese es el tono que siempre ha sustentado esta devoción y esta ermita. El tono íntimo de la conversación cercana con el Santo como quien habla con un padre, un hermano o un amigo. Como el que acude confiado a su confesor. Como el que se acurruca en el regazo de su madre para dejar que en esa seguridad infinita las lágrimas corran sin miedo ni vergüenza. Sobre todo porque el santo Benito escucha, contempla y guarda. E intercede, sin duda, y de ello dan cuenta los devotos que aquí se han ido reuniendo.

Si no, ¿existiría ese exvoto agradeciendo la milagrosa curación de la enfermedad que los médicos daban por imposible? ¿Hubiera encargado ese cuadro el cantillanero al que daban por deshauciado? ¿Colgaría el traje de novia de esa brenera como agradecimiento por un favor? ¿Cómo es que la prótesis de ese castilblanqueño cuelga de una pared en vez de llevarla puesta? ¿El uniforme, el retrato del niño, el mechón de pelo tendrían entonces sentido? ¿Acaso compensa venir desde Alcalá del Río, La Rinconada o Villaverde del Río solo por encender una vela? De eso saben los que de sus favores y milagros tienen por artífice al Santo. Y las velas, que ardían como cuentas cumplidas entre el humo que perfumaba de promesas, de favores y de agradecimientos los espacios ya de por sí repletos de plegarias hacia el Santo.

Y si no, ¿se contarían por miles las personas que hasta aquí llegan? Historias hay tantas como devotos. Como la de Antonio y Esperanza Soledad. Llegaron andando desde Alcalá del Río con un grupo de amigos. Él y algunos de la pequeña comitiva procedentes de El Viso del Alcor. Todos juntos recorrieron a pie la distancia entre la Vega y la Sierra como agradecimiento y testimonio de esperanza frente al cáncer.

Como en un paseo, San Benito fue hasta la cruz del Real y volvió a la puerta de la ermita, para asistir a la puja de bancos, con la que los fieles aportaron varios miles de euros a cambio del privilegio de agarrarse a las maniguetas y depositarlo de nuevo en el presbiterio. Un paseo de las devotas que lo portaron con dulzura. Un desborde de ternura cuando los bebés volaban sobre las cabezas, alzados para acercarlos hasta el templete y recibir la bendición del Patrón. Un paseo de ilusiones de La Algaba y Burguillos, venidos como grupos de devotos con el sueño de constituirse en hermandades filiales y dar más testimonio de fe y devoción.

Cuando en este lunes se comiencen a desandar los caminos, Castilblanco aún vivirá una jornada más de romería, con actuaciones, música y toros de fuego. La llegada de las filiales hará día de fiesta en sus respectivos pueblos para recibir con júbilo a los fieles sambeniteros. Y en cada corazón y cada conciencia quedará por un año más, y por toda la vida, la memoria de la intercesión que San Benito nunca escatima.