La Pasión según San Ignacio

Los vecinos de la pedanía alcalareña revivieron por sus calles la Pasión de Cristo mediante una cuidada y realista representación

08 abr 2017 / 21:24 h - Actualizado: 08 abr 2017 / 22:14 h.
"Semana Santa en la provincia","Semana Santa 2017"
  • La Pasión según San Ignacio
  • La Virgen María llora desconsoladamente.
    La Virgen María llora desconsoladamente.
  • Los romanos castigan a latigazos el cuerpo de Jesucristo.
    Los romanos castigan a latigazos el cuerpo de Jesucristo.
  • Momento de la crucifixión.
    Momento de la crucifixión.

La plaza mayor de San Ignacio del Viar fue ayer el epicentro de Jerusalén. En ella, sumos sacerdotes, sanedritas y el propio Poncio Pilatos decidieron la condena a muerte de Jesucristo. Porque la pedanía hizo del Sábado de Pasión una completa Semana Santa, en una jornada, donde un Cristo de carne y hueso volvió a rememorar el cruento destino del Salvador del mundo. Fue La Pasión de Cristo, la octava edición de la representación, que volvió a congregar a cientos de personas en las calles de la pedanía por las que discurrió la escenificación. «Un viacrucis representado en clave de oración para vivir la pasión de una forma diferente», explicó al inicio el párroco y también director de la obra, Martín del Valle.

La fachada de los almacenes Geniz proporcionaba arquitectura al Sanedrín. La confabulación de los sacerdotes ponía el inicio dramático de la historia. Ante ellos, un Judas Iscariote –de nombre Juan Pablo Justo y acento sevillano– cerraba el precio de su traición, mientras el público seguía atentamente los lances del guión, que no por conocido dejaba de despertar expectación. Porque con una profesionalidad fruto de los años de trabajo y muchos viernes de ensayo desde que se recogió la cabalgata de Reyes Magos, el aficionado grupo de teatro daba visos de profesionalidad a una escenificación donde primaba el realismo, en una suerte de catequesis callejera.

Las Misioneras de la Doctrina Rural fueron las que en el año 2010 crearon esta representación. La iniciativa caló hondo y pronto en los vecinos. Más de 80 personas se implican directamente en la obra, que cuenta además con la colaboración de toda la pedanía y el Ayuntamiento alcalareño. Bajo la dirección del párroco y con la coordinación de Pepe Calderón, San Ignacio del Viar volvió a revivir por octavo año consecutivo la pasión de un pueblo por una Semana Santa en la que no hay pasos, y la única cofradía es la de un Cristo vivo que arrastró la cruz por esos mismos lugares por donde día a día se desarrolla la vida de los habitantes de la pedanía. Prácticamente el elenco es el mismo desde el primer año, algunos repitiendo papeles –como el Sanedrita Calderón o Justo en el de Iscariote– o con incorporaciones, como Esperanza Hurtado, que lleva dando vida a la Virgen cuatro años.

Ellos, los que cada día se encuentran en las tiendas, en los bares o viven pared con pared fueron ayer una turba de judíos que pedían a Pilatos ante las escalinatas de la iglesia –obra de Aníbal González– que crucificara a aquel Mesías con el semblante de José María Martínez. Él fue el primer Jesucristo de esta representación y, tras varios años, ha vuelto a protagonizar la obra. Desde el fingido Pretorio, Pilatos lo condenó a muerte de cruz, tras azotarlo y coronarlo de espinas. Y en ese afán de credibilidad, reales parecieron la sangre y los latigazos, ante los que muchos del público volvían la mirada. Tal vez no tanto por lo crudo de la escena sino por el sentimiento de dolor rememorando la verdadera Pasión del Señor.

Un viacrucis de teatro y fe que los espectadores seguían por las aceras desde la condena hasta su crucifixión en el parque local. Las caídas de Jesús, donde por tres veces el público se sobrecogía con su dolor –mitad actuado y mitad de verdad– fueron marcando el itinerario del Cristo de San Ignacio. «Todo se hace tan real que acaba siendo real», señalaba el coordinador de la representación, tanto que es habitual que el actor que encarna a Cristo acabe con magulladuras y habiendo recibido –involuntariamente y por exigencias del guión– algún latigazo de verdad.

Azuzado por los romanos, que aprovechaban para hacer sonar el látigo sobre las espaldas del Nazareno, los más pequeños miraban atónitos con la apostilla de «por todo eso pasó el Señor», con la que los padres contextualizaban la visión.

La Verónica, valiente vecina que desafió la autoridad romana para limpiar la cara del Hijo de Dios, los lastimosos quejidos de las mujeres de San Ignacio que lloraban sin consuelo al Redentor o el dramático encuentro con la Virgen, en una calle de la Amargura escenificada en la plaza del Greco desembocaron en la Ronda de las Escuelas. Continuó así la vía doliente hasta el Gólgota del parque Manuel Ruiz Luque. Allí, mediante distintos mecanismos, Martínez fue crucificado de forma tan realista que sus manos simulaban a la perfección estar traspasadas por clavos. Con el llanto de su Madre al pie del patíbulo, tras el fatal desenlace desde su costado manó realmente sangre tras clavar la lanza el paisano Longinos –otro de los inventos de este virtuoso grupo de teatro, que ha creado un sistema que hace que brote la sangre al contacto con el cuerpo del crucificado–. Descendido con el mimo y cuidado propios de tener entre las manos a Cristo y al mismo tiempo a un vecino que ha de acabar este teatro ileso, los Santos Varones trasladaron el cuerpo del Señor al sepulcro mientras la madre penaba sola al pie de la cruz. Momento este de la coda final cuando, en un salto de tiempo y de gozo, Cristo Martínez reapareció victorioso, vivo y despojado del martirio de su pasión, entre la alegría de la Resurrección y del aplaudido final feliz de la esperanza del público y como en la Semana Santa, de los cristianos en su salvación .