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La Virgen vuelve a Castilblanco

La Virgen de Escardiel fue llevada al pueblo, donde permanecerá hasta septiembre. Se cumple así la tradición aunque en una fecha anticipada

06 may 2017 / 23:31 h - Actualizado: 06 may 2017 / 23:34 h.
"Religión"
  • Momento en el que la Virgen de Escardiel es cubierta, por primera vez fuera de su templo. / Fotos: F.J. Domínguez
    Momento en el que la Virgen de Escardiel es cubierta, por primera vez fuera de su templo. / Fotos: F.J. Domínguez
  • Cientos de devotos acompañaron a la Virgen en su camino hasta el pueblo.
    Cientos de devotos acompañaron a la Virgen en su camino hasta el pueblo.
  • Instantes previos a la partida, cuando la Virgen abandona su ermita.
    Instantes previos a la partida, cuando la Virgen abandona su ermita.

Se dice que la Virgen de Escardiel viene al pueblo siguiendo la antigua costumbre de traerla como protectora ante calamidades y vicisitudes de difícil resolución, para disfrutar de su intercesión como divina medianera. Pero el castilblanqueño sabe que los motivos ciertos son otros. Porque la sienten dentro de su corazón. Anhelan esa cercanía de hijos con su madre, de poder contarle sus cosas, que Ella los escuche y los atienda en sus ruegos. Con tal motivo siguen trayéndola. Y en ese lustro entre los años acabados en 2 y en 7, en el que permanece en la ermita y se visita en contadas ocasiones, engrosan el sueño esperando volver a tenerla cerca. Por eso el pueblo acogió con júbilo la propuesta del párroco y aprobó adelantar la Venida a mayo. Porque el deseo no podía esperar ya hasta agosto.

El pueblo ha estado estos días en un trasiego nervioso, dejándolo todo dispuesto para recibir a la bendita peregrina. Pero a pesar de revestirse de este cariz extraordinario, los ritos intrínsecos no entienden de fecha. Como movidos por resortes invisibles, cada escardielero ha preparado con ahínco su corazón y su pueblo para recibir a la Virgen.

La habitual función de mayo ha sido la elegida para iniciar la Venida. Pero en primer sábado, y no en primer domingo como marca la costumbre. Con los peregrinos en camino desde primeras horas, casi fueron un paseo los cinco kilómetros de la pasá de Escardiel, el camino que recorrieron en dirección a la ermita para acompañar a la Señora.

Exultante, en sus sencillas andas, aguardaba Santa María de Escardiel ataviada con el terno rojo. Ella y su vestidor, José Javier Fernández, guardaban el secreto de por qué este y no el otro traje de pastora que posee. Tras la solemne función, las manos de la Virgen fueron marcando la cuenta atrás en un piadoso y continuo besamanos. En las primeras horas de la tarde la ermita ensanchaban sus muros. La explosión de colorido de los frescos de Miguel Ángel González ofrecían infinitas tonalidades desde las paredes para acompañar el rezo del rosario, con el Cristo de los Vaqueros –de Ruiz Gijón– como testigo de excepción.

Y como en un sueño, entre nubes de rezos y casi como en un celestial vuelo, poco a poco la imagen fue dejando la ermita para dar luz por fin al esperado momento. Entre una ovación de emociones, la Virgen cruzó el dintel. Como novedad, fue cubierta en el exterior, a escasos metros del recoleto templo y bajo una encina, para permitir que todos los devotos disfrutaran del esperado momento. Entre cantos, el vestidor comenzó a colocar el guardapolvos que protegería a la imagen de los estragos del trayecto.

Así, entre vivas, comenzó el camino. Brillaban los cantos y las lágrimas en uno de los instantes más emotivos. Por fin llegaba el momento, los cinco años de espera habían concluido. La Venida ya era una realidad y era cuestión de horas que nuevamente la recibiera su pueblo.

«Por el viejo sendero y entre encinares de vida», como cantaba su coro, arropada por todo Castilblanco y por devotos de muchos puntos de los contornos, se iban completando metros, como si de cuentas de un rosario se tratase, en el metafórico rezo del camino hasta el pueblo. La alegría hacía plena a la comitiva, entre tamboriles, rezos y cantos. Hombres y mujeres, propios y foráneos arrimaban el hombro para seguir avanzando. Y entre los encinares, por encima de todas, parecía refulgir un árbol en concreto. «La encina de la Virgen», explicaba Miguel Neyra –hermano mayor–, donde «como se acostumbra en cada Venida, se reza una plegaria, un rosario y el canto de unas sentidas sevillanas».

Las lluvias de la víspera prepararon el camino, asentando el polvo y suavizando las temperaturas, para que el trayecto supiera a gloria. La caída del sol en las últimas horas de la tarde pintó de añejos dorados el literario Mesón del Agua, el enclave que conociera incluso Cervantes y que durante siglos ha sido el encargado de recibir a la Virgen. Allí, entre plegarias y nervios, el vestidor volvió a ese cara a cara con la Virgen, tan íntimo y tan público a la vez, para despojarle el rostro del velo –cargado y pleno de gracia para continuar, tras proteger a la Virgen, su función acompañando a los enfermos –.

Así, como encarnada Pastora de la sierra, bajo guirnaldas de flores blancas fue completando el camino hasta la parroquia. Rezos, saludos y vivas fueron empapando de lágrimas y oraciones el traje de la Señora, despertando pasiones contenidas en esta espera que tan larga se ha hecho. «Se le sonríe la cara bajo el ala del sombrero», aseguraban. Sabiendo que estaban poniendo en el celestial rostro el desborde alegre de los corazones de cada uno de sus devotos en esta bienvenida a tan ilustre vecina. Y en las mentes y en los labios brotaban piropos en este sueño cumplido: «La Virgen viene a su pueblo / de pastora y peregrina / y va llenando de gracia / cada puerta y cada esquina», recitaba un devoto.

Ya entrada la noche, y bajo una simulada cúpula de guirnaldas de flores de papel, hizo su entrada en el templo del Divino Salvador. Ahí permanecerá, pasando hojas del calendario entre cultos y actos extraordinarios. Y llegado agosto, volverán a repetirse las procesiones y celebraciones propias de la Venida hasta que, el segundo sábado de septiembre, vuelva en romería a su ermita.