Un gesto tan cotidiano como abrir la despensa y coger un brick de leche para desayunar puede llegar a ser una odisea en la vida diaria de una persona ciega. «Me ha pasado más de una vez que he abierto el cartón y ha resultado ser caldo de pollo, nada apetecible para empezar el día», relata Rocío Sánchez, una joven invidente de 37 años que asegura vivir situaciones como estas con más frecuencia de la que le gustaría. «Por la noche decidí cenar algo ligerito, un envase de arroz para cocer al microondas acompañando a un trozo de pez espada a la plancha. El contenedor resultó ser de calamares en su tinta, que no casaban muy bien con el filete», lamenta con cierta sorna. La cuestión es que estas «eventualidades», como ellas las denomina en un blog llamado Vivir a ciegas, pueden resolverse con una ley europea que obligue al etiquetado en braille de los productos alimenticios o de cosmética, entre otros.

Y en defensa de esta causa Rocío inició una campaña en la plataforma Change.org para pedir al Parlamento Europeo que su legislación obligue a que el envasado incluya el sistema de escritura para ciegos, «como ya se hace en supermercados extranjeros de países como Inglaterra», asegura esta joven profesora de música de Secundaria que ahora está afincada en Granada.

En cuestión de apenas un mes –la inició el 6 de marzo–, la petición ha superado las 50.000 firmas, e incluso miembros de Change.org se pusieron en contacto con Rocío para patrocinarla ante el interés social que podía generar: «Esto demuestra que no soy una loca solitaria, sino que la iniciativa es realmente necesaria», incide Rocío. No en vano, lo que busca su causa es incrementar la independencia y la autonomía de las personas ciegas, que con la implantación del etiquetado en braille dejarían de «depender de otros para hacer la compra», de «preguntarle al vecino cada dos por tres qué contiene la lata que se va a coger hoy para comer» o de abrir hasta tres botes hasta dar con el que verdaderamente buscan.

No obstante, ella, que vive sola, se apaña porque intenta comprar casi todo relacionado con la alimentación en un negocio de menús preparados que es barato y que está cerca de su casa, «simplificando» la hora de ir al supermercado para evitar precisamente este tipo de equivocaciones. Pero no le parece justo que los ciegos tengan que continuar sufriendo contratiempos como esos en su día a día. Además, cree que el tema del etiquetado de productos no debe ser tan complicado de ejecutar a tenor de que en España ya se incluye el braille en todos los medicamentos gracias a la Ley 29/2006 de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. «Ten en cuenta que si uno se toma algo que no es, le puede caer un puro a la farmacéutica en cuestión», aclara Rocío.

El siguiente paso, ahora que se ha «vuelto mediática» –ha salido en varios medios de comunicación a raíz del éxito de su iniciativa–, será escribir de su puño y letra a los 54 eurodiputados para hacerles partícipes de la causa, como ya hiciera allá por el 2009 con varios supermercados y restaurantes a los que instó a incluir el braille tanto en los productos como en las cartas. «Algunos me contestaron diciéndome que era muy difícil, pero otros llegaron a hacerme caso», cuenta orgullosa. Y aunque sabe que aún queda mucho por hacer, agradece que algunas empresas ya han dado el paso de hacer la vida un poco más fácil a las personas ciegas. La ONCE, por su parte, tiene constituida la Comisión Braille Española, en la que se proporciona información y recomendaciones para que la inclusión del texto en braille en envases sea efectiva para las personas con discapacidad visual. Sin embargo, recuerdan que el etiquetado de productos de consumo, hasta el momento, se hace de forma voluntaria por parte de los fabricantes y, a diferencia de lo que ocurre con los medicamentos, actualmente no hay disponible un repositorio donde figuren los productos que están etiquetados en braille.

Con respecto a la implicación del Gobierno español, Rocío se queja de que es usual que las peticiones de mejoras para ciegos se deriven precisamente a la ONCE: «He comprobado en otros países que se ocupan más de la accesibilidad en ciudades: medios de transporte con megafonía operativa, semáforos acústicos, mapas y maquetas en braille en las calles, museos con información en nuestro sistema de lectoescritura y reproducciones en relieve, etiquetado en productos», entre otros». Mientras tanto, ella ya ha puesto un importante granito de arena.