Nuevos aires para la peña flamenca más vieja del mundo

El Pozo de las Penas, en Los Palacios, estrena presidente después de tres décadas: Enrique Duque, de la saga de ‘los Currelas’, que lo empezaron todo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
25 ene 2018 / 11:53 h - Actualizado: 25 ene 2018 / 11:55 h.
"Flamenco"
  • La nueva directiva de la peña Pozo de las Penas con su presidente, Enrique Duque –el tercero por la izquierda–. / A. R.
    La nueva directiva de la peña Pozo de las Penas con su presidente, Enrique Duque –el tercero por la izquierda–. / A. R.
  • La nueva directiva quiere darle una vuelta a La Mistela para que «funciones más y se llene». / El Correo
    La nueva directiva quiere darle una vuelta a La Mistela para que «funciones más y se llene». / El Correo

La peña flamenca El Pozo de las Penas, de Los Palacios y Villafranca, es probable y oficialmente la tertulia jonda más antigua del mundo. La duda surge, recurrentemente, por La Platería de Granada, que también nació en aquel medio siglo en que el flamenco era todavía otra cosa. En 1951, en el patio de la taberna de Juan Duque, su hijo Francisco, que pasaría a la posteridad con el noble sobrenombre de Currela, se apoyaba en el brocal del pozo para contarle no solo sus penas sino también sus sueños de veinteañero a Manuel Muñoz, alias el Gafas. Y entre pena y sueño, un cantecito. Era la época en que el maestro de la sonanta Manuel Carmona venía ya de acompañar a algunos faraones del cante como Manuel Torre o Tomás Pavón. Junto al pozo de Currela, Carmona contaba anécdotas y noches sin fin por los cortijos en que las fatigas se traducían por soleá. Y entonces llegó Francisco Sánchez Cabrera, un listero de la marisma al que la historia del flamenco y su interminable labor cultural, incluso a nivel provincial –pues con el tiempo habría de intervenir decisivamente en la creación de la Bienal de Sevilla– bautizaría como Paco Cabrera de la Aurora.

Con Paco cambió todo, no solo porque arrastró el entusiasmo de otros muchachos inquietos del pueblo como Miguel Roldán, Rafael González Palacios o Antonio Romerito, ni porque formalizara la creación de El Pozo de las Penas como peña en 1961, sino, sobre todo, porque hizo el milagro de los panes y los peces en clave flamenca, es decir, atraer a los más grandes sin apenas recursos. Por aquella peña, cuya sede fue cambiando por varios sitios del centro hasta recalar en una casa de la calle Real –recientemente incorporada al nuevo restaurante Casa Moral–, no solo pasaron primeras figuras como Juan Talega, El Lebrijano, Fernanda y Bernarda de Utrera o Camarón, sino que la mismísima Niña de los Peines amadrinó a la peña palaciega. La primera vez que entró aquí la gitana de la Alameda lo hizo con mal pie y tropezó en el escalón, y aquella anécdota le dio para cantar por bulerías: «Ay cuántos umbralitos / tiene esta casa / y en tós he tropezaíto yo». Por aquella misma época, fue esta peña la primera en homenajear a Antonio Mairena tras haber conquistado la Llave del Cante.

Medio siglo después de aquella época dorada, y tras 32 años bajo la batuta de Juan García Bodi, apoyado por gente tan capaz como Manuel Herrera o José Luis Castillo, la directiva ha cambiado, para que su presidente sea el último vástago de los Currelas: Enrique Duque Algarín, nieto de Juan e hijo de Curro, aquellos patriarcas cuyo pozo casero dio nombre y sentido a la idiosincrasia de una peña que sigue latiendo a compás. «Mi padre fue la semilla que tuvo que morir para engendrar nueva savia», dice orgulloso Enrique, que se ha rodeado de jóvenes aficionados como Florián Ramírez, Antonio Muñiz, Sergio Moguer y hasta el cantaor Juanelo para emprender una nueva etapa. «Seguimos contando con los viejos, para los que no tenemos sino palabras de agradecimiento», dice. Entre ellos, siguen en la directiva Manuel Calvente y Miguel Gavira, entre otros. «Pero queremos darles un aire nuevo a algunas cosas, como el festival de La Mistela», añade. «Lo que más nos preocupa es mirar hacia arriba en el teatro y ver un tercio vacío», explica en relación al encuentro flamenco que volverá a celebrarse en junio. «No hemos decidido nada, pero habrá que dar con la tecla para que La Mistela funcione más y se llene». «Por supuesto, continuaremos con las actuaciones los viernes alternos y con las proyecciones y tertulias de los sábados, y ni que decir tiene que vamos a consolidar los Otoños flamencos», añade, en referencia a un proyecto estrenado este año que busca formar en el flamenco a los chavales de todos los institutos del pueblo con conferencias didácticas y actuaciones en la propia peña. El Otoño Flamenco, en su primera edición, acabó con una noche en el teatro municipal en la que actuaron casi todos los artistas locales, desde José Sánchez Itoly o Juan Carmona –los socios más viejos de la peña junto al presidente saliente– hasta Anabel de Vico, José Ángel Carmona o la niña Reyes Carrasco, pasando por la bailaora Merche Quinta o el guitarrista Niño del Fraile. La velada sirvió, además, para homenajear al periodista más célebre en la difusión del flamenco, también palaciego: Manuel Curao.

El nuevo presidente insiste en que «no solo tenemos que ser más abiertos como peña, sino también parecerlo». El último Currela recuerda ahora, presidente a sus 45 años de la peña flamenca más vieja del mundo, cuando de joven «me veían raro porque me gustaba Porrina de Badajoz o Pepe Aznalcóllar mientras a los demás les gustaba Hombres G».