El último domingo de agosto volvió a dirigir las miradas y los caminos hacia Castilblanco de los Arroyos y la ermita de San Benito. No llevó al visitante la contemplación de grandes pasos –aunque un artístico templete cobije al Santo– ni los bordados, a pesar de que el Patriarca los luzca en su hábito monástico. Ni magistrales chicotás de costaleros, pues fueron mujeres castilblanqueñas las que portaron al santo, como es costumbre. Lo que llevó a tanta gente hasta este paraje en la calurosa tarde de ayer fue algo intangible, pero tan inmenso y palpable como es la devoción hacia un Santo milagroso, protector desde tiempos inmemoriales de su pueblo, su entorno e incluso de hasta más allá de la comarca.
No hay que ser hermano de la corporación castilblanqueña o las filiales de Cantillana, Brenes y Tocina para sentirse sambenitero. Uno es del Santo desde el instante en que a él se encomienda con la fe heredada de sus antecesores. No es algo extraño, pues San Benito cala en las almas y en los corazones de forma profunda y arraigada.
Durante la jornada del sábado las hermandades fueron jalonando su entrada en el recinto. Ayer, desde bien temprano, el trasiego de personas, coches y autobuses fue incesante. La misa temprana dio paso a la función principal, oficiada por Pablo Colón, director espiritual de la Hermandad, en la explanada delantera de la ermita y acompañada por el coro de la hermandad de Cantillana. El público fue creciendo en espera del reencuentro con San Benito, que hizo su salida a las 20.00 horas. Superado el atrio, el paso fue arriado para recibir el sermón del mismo sacerdote. Acto seguido retomó el ascenso hasta la cruz que corona el real de la ermita. Más del millar de personas se congregaron soportando un aplastante calor bajo el cielo nublado, en el escaso centenar de metros por los que San Benito procesionó. Brillaban los estandartes de las filiales, componiendo el cortejo que precedía al paso. Las marchas de la Asociación Músico-cultural Virgen de Gracia acompañaban el murmullo de los rezos y emocionadas acciones de gracias que extasiaban las miradas al paso de la efigie.
A San Benito se le pide sobre todo salud, como narran los exvotos que llenan el cuarto de los milagros. Andando con las hermandades o en solitario, en autobuses fletados desde tantos lugares, o en coches particulares, los fieles llegaron para saldar cuentas de un año de favores. Los santeros no daban abasto para atender las compras de velas ni tenían más cabida los quemaderos, para los que se hacía difícil hallar un hueco donde depositar la ofrenda de fe.
Un inmenso gentío llevó en volandas al Patriarca. Los nardos de las esquinas del paso embriagaron de perfume el recorrido, una efímera ida y vuelta de la imagen en el abarrotado real. Dos horas después paró en la puerta para uno de los ritos más esperados, la puja de bancos. Momento de agradecimiento pleno, pujando con cantidades de hasta cuatro cifras por agarrarse a una de las maniguetas del paso y depositarlo, hasta el próximo año, en el presbiterio de la ermita. Un punto y seguido a un año de protección, con los corazones ardiendo como velas de promesa, agradecidos por los regalos del milagroso santo, y para cuyo reencuentro los fieles empezaron en el camino de vuelta a descontar días para su próximo agradecimiento.