El maestro que nunca olvidó La Puebla

Manuel Almanza Rayo. Maestro de origen cigarrero, dedica toda una elegía al pueblo que lo vio nacer y crecer, La Puebla del Río, recopilando en su nuevo libro los recuerdos que atesora de las calles, los juegos, personajes y vivencias ocurridos entre 1950 y 1975 en este municipio a la vera de las marismas del río Guadalquivir.

16 jul 2016 / 21:00 h - Actualizado: 16 jul 2016 / 22:36 h.
  • Manuel Almanza en la plaza del Corpus Christi de La Puebla del Río. / María Caballero
    Manuel Almanza en la plaza del Corpus Christi de La Puebla del Río. / María Caballero

Manuel Almanza se denomina a sí mismo «aprendiz de cigarrero» por el pueblo que lo vio nacer en 1946, La Puebla del Río. Maestro jubilado, profesión que ha ejercido durante más de 40 años en diversos pueblos de la provincia de Sevilla, ha dedicado una de sus grandes aficiones, la escritura, a homenajear a través de su primer libro aquellos años en los que residió en La Puebla: Hablando con mis recuerdos: elegía cigarrera (1950-1975). Una vuelta a la niñez, ya que nunca ha abandonado el municipio, en el que mantiene una casa en Las Palmillas, y en el que ha pregonado el Corpus, Rocío y Semana Santa.

Muchos son los nombres y apellidos cigarreros que aparecen en las páginas de su libro. Hijo de Francisco el Cuqui y de Paquita Rayo, es más conocido por su madre, «porque Cuquis éramos muchos», a la que le dedica el libro, por ser «la culpable de que yo estudiara». Almanza demuestra en cada palabra que dice –y escribe– un profundo cariño por la vida y su gente, y se emociona al recordar la frase que decía su madre: «mi Manolito tiene que aprender a leer y escribir bien». «Algo que no era tan habitual en los tiempos de la dictadura», dice Almanza. Y así lo empezó a hacer: «mis amigos me decían que era un viejo, porque pasaba horas y horas hablando con Timoteo, que vivía en la calle Larga. Me contaba un sinfín de historias, y cuando llegaba a casa, las escribía. Ahí comenzó este libro».

Manuel también le dedica este libro a sus hijos y a su mujer Mari Carmen Vargas, fallecida en 2007 por un repentino cáncer. «Desde entonces empecé a venir menos a La Puebla, todo me recordaba a ella. Pero ahora sí puedo venir más, y no me pierdo ninguna de las citas importantes como el día de San Sebastián, el Corpus o los encierros», dice.

«Cuando yo era pequeño, La Puebla olía a Vega, el aire tenía silencio y el mundo se movía muy despacio», escribe en su libro. Este canto a su pueblo cuenta con 130 capítulos, relatos breves que combinan prosa y poesía, y hace vibrar a aquellos que reconocen el paisaje y costumbres, pero que también, quiere servir «para que los jóvenes de hoy aprendan a valorar las pequeñas cosas, y miren siempre hacia el futuro, como el tranvía del capítulo cincuenta», dice Almanza.

Repleto de escenarios ya desaparecidos o transformados, como «cuando se podía vislumbrar los grandes barcos acercándose por el río al corazón del pueblo, que parecía que querían hacer de la calle Larga un canal veneciano». También, el tranvía en el que tantos jóvenes «accedían al saber y la cultura», o «la casilla del viejo muelle de madera a la que los niños no podían subir, porque era la misteriosa casilla del reloj: donde apuntaban las mareas». No se olvida del cine de verano Eslava, el horno del Nene, los cambios de ubicación de la Cruz, o los niños jugando al aro y volando cometas desde el cuartel de los carabineros.

Algunas escenas permanecen, como los espigones a las orillas del río, invisibles cuando sube la marea, la llegada de los ánsares, los anzuelos y los albures, y los camarones.

También recuerda las personas que marcaron aquellos años, como Inés «de las mejores rocieras», Dolores la coja, Antoñito el practicante, Lola la morisca, el ingenioso cojo la Lila y su perrita, el doctor Joaquín Fernández Cruz, Don José Carrasco, la niña Ana y su tienda, Paco Chico, los zahoneros o el trapero.

El que fuera maestro del actual alcalde cigarrero, Manolo Bejarano, tiene muy claro cómo debe ser la enseñanza, tras haber crecido en las escuelas del franquismo. «A los niños no hay que condicionarlos en nada, hay que darles libertad, no tienen que conocer la ideología ni la religión del maestro». De hecho, la nostalgia le llena al hablar de su maestro don Juan Sánchez, «desterrado de Madrid a La Puebla por republicano», y recuerda también cómo en aquellos años «el cura tenía más poder que alcalde, comandante de puesto, director del colegio y jefe de los municipales juntos».

Lejos ya de la enseñanza, llena sus horas con muchas otras aficiones aparte de la narrativa y la poesía, como la fotografía, los cuadernos de viaje, ir al aula de la experiencia de la Universidad y pasar tiempo con su familia.

Este inquieto escritor seguirá hablando de lo que más le gusta, ya que tiene registrado un guión cinematográfico y está acabando de escribir una novela, que, acorde a lo que le llena de vida, está ubicada en el lugar que lo vio nacer, las vegas y marismas del Guadalquivir.