Bagués es un recóndito pueblo a 160 kilómetros de Zaragoza. Sólo cuenta, con el último padrón a mano, 15 vecinos de los que 10 han superado los 65 años. No se trata de un caso excepcional: cerca del 25 por ciento de los pueblos aragoneses –la friolera de 175– cuentan con menos de cien habitantes. Un extremo, el de la despoblación o éxodo rural, que no es un patrimonio único de Aragón, sino que se extiende por las dos Castillas o Valencia. Sus pueblos se mueren y activan la señal de alarma que ha llegado incluso a oídos de la Unión Europea.
La despoblación se ha convertido en un asunto de Estado en el que, por fortuna, Sevilla no tiene cabida. La provincia sevillana echó, hace ya décadas, raíces en lo rural, lo que propicia que en la actualidad, el árbol que sostiene a los municipios sea robusto. Si lo contáramos como una fábula, sería como el ratón de campo, que se sentía feliz en su humilde madriguera y disfrutaba de la paz y el sosiego de lo rural. Tanto es así que el fenómeno aragonés no se da: no hay ni un solo pueblo sevillano con menos de 100 habitantes. Es más, sólo hay cuatro con menos de mil empadronados (El Madroño, El Garrobo, Castilleja del Campo y San Nicolás del Puerto) y sólo el último sufrió una progresiva caída de población en el último siglo –de 2.500 personas en 1920 a los 599 de 2015, multiplican por cuatro en verano–.
[TABLA CON LA EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICO DE LOS MUNICIPIOS SEVILLANOS]
No hay amenaza de pueblos fantasmas en las zonas rurales, por muy lejos que se esté de la capital. Y lo avalan los datos demográficos. Aunque en el último lustro (2010-2015), casi la mitad de los municipios sevillanos ha perdido población y los descensos se concentren en zonas como la Campiña y las sierras Sur y Norte, la realidad es que el escalón en negativo es mínimo. No se puede hablar de desplome cuando se trata, en su mayoría, de una variación de centésimas. Las pérdidas más significativas en estos cinco años se han detectado en Villanueva de San Juan (2,10%), Guadalcanal (1,52), El Castillo de las Guardas (1,23), Villanueva del Río y Minas (1,23), Constantina (1,23), Coripe (1,23) o Las Navas de la Concepción (1,22). El resto de bajadas está por debajo del imperceptible 1%, que en números globales apenas son unas pocas decenas de habitantes.
Esto implica que, pese a ser los años más duros de la crisis, el sevillano de las zonas rurales se ancla en su pueblo. De hecho, las posibilidades que otorga el campo haya propiciado que los que en su día se fueron a trabajar en la construcción vuelvan a la Campiña o la Sierra Sur para labrar su porvenir en las tierras de olivar; o a la Vega para los cultivos hortofrutícolas. Pero ese sevillano con denominación de origen viene de más lejos. Ahí lo constatan los datos del Anuario Estadístico de la Provincia del Año 2016, que muestra la evolución histórica, desde principios del siglo pasado, de todos los pueblos de la provincia. Revelador es que, en 115 años, poblaciones que están a 100 kilómetros de distancia de Sevilla como Aguadulce, Herrera, Gilena o Casariche (Sierra Sur), no sólo mantengan población, sino que hayan ganado. Lo mismo ocurre, aunque con más intensidad en la Campiña, con pueblos como Arahal que ha duplicado su territorio, en la Campiña. O la Vega, con un municipio, La Rinconada, que apenas contaba con 848 habitantes en 1900. Ahora son 38.180 gracias a ese plus de estar a tipo de piedra de Sevilla. Sólo la Sierra Norte, con una orografía compleja y peores comunicaciones, está más de capa caída. Sus capitales de comarca, como Cazalla y Constantina, han pasado de tener 7.748 y 9.687 habitantes a coquetear con esa consideración de pueblo pequeño, que se alcanza en cuanto se baja de los 5.000 habitantes.
LAS RAZONES DEL NO ÉXODO
¿Qué ocurre para que Sevilla sea la rara avis de las migraciones? Una de las teorías es el papel del antiguo PER como eje vertebrador de los municipios. Un estudio reciente del Centro de Estudios sobre la Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales, bajo el título Perceptores del Subsidio de Desempleo Agrario y de la Renta Agraria en el sur de España, resalta a la provincia de Sevilla «como la que acapara la quinta parte de los perceptores, con valores entre el 30,75% de 1990 y el 26,55% de 2013 respecto del total andaluz». La Diputación, aunque con diferente visión, también palpa las virtudes de estas ayudas, pero no sólo por los empleados temporales que son subsidiados (fueron 28.980 sevillanos en 2015), sino porque las obras vinculadas al PER o Pfoea «suelen ir a parar a empresas locales y suelen ser un acicate para la economía de los municipios». Idéntico efecto causa otras iniciativas más recientes, como el Plan Supera, que aplica la Diputación a partir del superávit del presupuesto. De ahí extrae que las obras resultantes –la primera edición fueron mil– se han podido repartir a «centenares» de pymes con «mano de obra autóctona».
Pero no sólo de empleo se fijan los habitantes a sus territorios. Otra clave, aportada por técnicos de la Diputación, se encuentra el sistema urbano existente. No existen pueblos pequeños que estén apartados, sino que siempre tienen en su entorno «alguna cabecera de comarca» que sirve de esponja para sus demandas. Agrociudades medias como Osuna y Estepa en la Sierra Sur; o Marchena y Arahal en la Campiña son ejemplos claros. Los servicios, ahí, están a la mano. A eso se suma que, en comparación con otros territorios, la provincia «está bien conectada» por carretera. E incluso por otras autovías, las de la comunicación. Desde la Diputación defienden la labor realizada por la sociedad Inpro para acercar territorios a través de las tecnologías y permitir, por ejemplo, gestiones telemáticas como el cobro de tributos a través del Opaef. En esta lista de puntos a favor, no obvia el reparto de las inversiones, con vías como la llamada fórmula currito, que propicia que vaya más dinero por habitante a los pueblos más pequeños.
Sevilla es tan singular que va a contracorriente incluso de los pensamientos de Madrid, cuando se planteó la opción de fusionar pueblos de poca población. En este caso, el efecto es el contrario. En las últimas décadas, Isla Mayor, Cañada Rosal o El Cuervo han declarado su independencia. Y quiere seguir esa estela El Palmar de Troya, cuyos habitantes aspiran a ser el municipio 106.