Un blues con alma de tomate

La séptima edición del festival de Los Palacios y Villafranca inunda el parque de Las Marismas de blues, jazz y rock entre miles de asistentes animados por el tiempo de este ‘verano’ remolón

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
07 oct 2017 / 20:05 h - Actualizado: 07 oct 2017 / 21:08 h.
"Cultura","Música"
  • Los músicos sevillanos de Tamal Hot Band, en pleno concierto. / Á.R.
    Los músicos sevillanos de Tamal Hot Band, en pleno concierto. / Á.R.
  • Francisco Acosta, el pianista que abrió el concierto a las 16 horas. / A.R.
    Francisco Acosta, el pianista que abrió el concierto a las 16 horas. / A.R.
  • Los asistentes no perdieron oportunidad de montar un picnic. / A.R.
    Los asistentes no perdieron oportunidad de montar un picnic. / A.R.

La vocación del Tomate & Blues de Los Palacios y Villafranca, uno de los festivales del género referente en media Andalucía, es impregnar de auténticos sonidos negros el aire marismeño en el que se desarrolla durante doce horas, desde el mediodía hasta la media noche, y medio lo consigue, si no fuera por el imprevisto de un verano que no nos abandona y que lleva el mercurio a los treinta y tantos durante toda la siesta y al público, a la sombra de donde puede.

Por eso el pianista palaciego Francisco Acosta, que ayer inauguró la cita con un magnífico concierto de baladas de rock condensadas en su teclado Roland, a las cuatro de la tarde, no tuvo a todo el público esperado bajo el escenario, sino desperdigado por las varias hectáreas de césped donde los asistentes cogieron sitio para el picnic desde horas antes. Las notas de Pink Floyd atravesaban en cualquier caso el muro de contención del pueblo y se mecían a gusto por los arrozales de más allá...

El medio millar de personas que ya se congregaba en el parque buscaba a esa hora la brisa que mitigaba los grados, la cerveza que refrescaba el ambiente que orillaba la barra y, aún entonces, liquidar los 240 kilos de tomate frito (cedidos por la cooperativa Algosur, de la pedanía de El Trobal) que la asociación del Tomate Blues que preside Francisco Calerón parecía haber multiplicado como en el milagro de los panes y los peces, pues todavía a media tarde, cuando el público fue inundando la pista de una manera notable, quedaba alguna olla en la cocina del Échate P’allá, que por segundo año consecutivo hizo las delicias de tantos asistentes, incluso de diversos puntos de la geografía española, que aprenden a olvidar la cuchara para mojar pan, y gratis. A las cinco de la tarde subieron al escenario los músicos sevillanos de Tamal Hot Band, una banda formada por instrumentistas de influencia jazzística de Misisipi que hicieron disfrutar al público de una singular mezcla entre las añejas notas americanas de hace un siglo y sus hallazgos personales más suaves. Cuando los sustituyeron los palaciegos de The Red Apple’s Club Band habían pasado las peores horas del Lorenzo, y se notaba con un incremento de público encantando de bañarse en vatios. Los chicos de esta banda oriunda del pueblo han progresado en su directo, porque la maestría ya la arrastraban de sus orígenes dispersos por la banda de música Fernando Guerrero o por el experimento que les supuso Método Eslava, entre otros, donde se acostumbraron a saltar del jazz al grunge sin demasiados complejos.

Hasta entonces le estuvo ganando el césped a la pista, pues la arboleda del fondo era un alivio para quienes oían la música de lejos mientras paseaban por los puestos de pulseras, collares y cachimbas, que de todo había; quienes remoloneaban entre el picoteo de media tarde gracias a sus propias neveras; y quienes disfrutaban de que decenas de chiquillos se lo pasaran también a lo grande, a su manera, con un grupo de animadoras. Pero cuando subieron The Downtown Alligators, enérgicos madrileños que vinieron a darlo todo, el concierto ya era otra cosa. Las camisetas negras de esta edición empezaron a ser mayoría, y el ánimo del público parecía haberse calentado sin vuelta atrás. Tocaron temas de artistas como Freddie King o Little Milton, entre otros, pero, abajo, la gente agradecía sus improvisaciones.

Era noche cerrada cuando subieron los músicos de uno de los platos fuertes: el dúo formado por el guitarrista y cantante estadounidense Buddy Whittington y el español Santiago Campillo. El americano demostró ser lo que es: uno de los valores más rotundos del blues y el rock sureño de EEUU. No en vano, en la última década y media se ha lucido en los Bluesbreakers de John Mayall. El español, por su parte, es uno de los guitarristas más prestigiosos del blues rock de nuestro país, miembros fundador y primera guitarra del grupo M-Clan, y frecuente colaborador de Raimundo Amador. Anoche se lo pasaron genial sobre el escenario, y demostraron que no solo venían a trabajar.

Era ya casi de madrugada cuando la Lito Blues Band hizo un recorrido por clásicos de Jimi Hendrix, Eric Clapton o Etta James, entre otros. Ni Juan Herrera, de la directiva de la asociación cultural Tomate Blues, ni Manuel Carvajal, el concejal del equipo de gobierno que se vuelca con la causa, acertaban a aquellas horas a precisar cuántos miles de personas se dejaban contonear por el ritmo de una madrugada casi de verano, pero el festival había colmado sus expectativas de atraer a más 6.000 personas.

Al menos los hoteles y pensiones del pueblo no tenían una cama libre. El año que viene más.