«Que por mayo era por mayo, cuando aprieta la calor», dice el romance anónimo. Y desde hace décadas, Carmona luce primaveral su primero de mayo. Y diferente. Tanto que en la capital alcoreña, las protagonistas el primero de mayo son la Santa Cruz y las imágenes marianas de la Virgen. Las mayas son pequeñas sillas, preferentemente de enea, vestidas con paños y decoradas con flores silvestres en las que se coloca, a modo de pequeños altares, una estampa mariana. La preferida, la Virgen de Gracia, patrona y alcaldesa perpetua de la ciudad.
Igualmente, se coloca una bandeja para que los niños y niñas, puerta a puerta, pidan «un chivito para mi maya». Esta expresión se remonta a siglos pasados. Ciertamente, el chivito procede del ochavo, moneda de cobre que correspondía a dos maravedíes en el siglo XIX, de ahí la tradición centenaria de esta fiesta.
Adela es una abuela carmonense que ha sabido transmitir la tradición de las mayas de generación en generación. Así lo hizo con sus hijos y ahora también a sus nietos. «Hace cuarenta años que comencé con mis niños a decorar las sillas de enea para crear la maya. Eran momentos familiares, íntimos, muy bonitos en los que todos colaboraban». Este año, Amaia, Nazaret, Carmen, Ana y José Manuel, sus nietos, han seguido con esta preciosa costumbre, única en España.
Manuel, que durante sus años de la infancia también montaba su maya, recordaba cómo era esa mañana en el barrio: «Quedábamos todos los amigos que íbamos a montar una maya con nuestros padres o madres, y nos íbamos al campo a coger las flores silvestres. Se dejaba todo listo el día anterior menos las flores, que salíamos a las cinco o seis de la mañana del propio 1 de mayo a recogerlas».
Pero no solo la maya fue la protagonista ayer. A la centenaria tradición se le une también la cruz florida, conocida en el argot cofrade como cruces de mayo. Hace 41 años, la peña de La Giraldilla recuperó la fiesta de las Mayas y las Cruces a modo de concurso, pues estaba en peligro de desaparecer. En los últimos años, el clásico paso pequeñito con la cruz florida en el que una, dos o cuatro personas lo portaban, ha dado paso a auténticas parihuelas en las que entran nueve costaleros. Una evolución de los últimos años en el que las propias hermandades colaboran en su elaboración con los chicos y chicas involucrados, ofreciendo lugar para guardar los enseres y poder montar el paso varios fines de semana antes.
José, un carmonense que ya supera los 70 años de edad, contaba su visión de esta fiesta: «Aún recuerdo el primer paso con cruz de mayo que sacamos hace varias décadas. Sólo éramos cuatro. Pasamos por delante de la casa que el cantaor Antonio Mairena tenía en el barrio de San Felipe, ya que su ahijado salía en esa maya y nos dio cinco duros. La comparo a las de ahora y son de grandes casi como un paso de Semana Santa».
Y es que dicha evolución llevó a la peña de La Giraldilla a crear, hace algunas ediciones, la categoría de pasos grandes, en la que puso como límite niños de hasta 14 años. En la edición de este año, se ha notado un leve descenso del número de participantes, motivado por el puente festivo. Pero la ilusión de los pequeños con sus mayas, y las jóvenes cuadrillas de costaleros, cantera de un futuro bajo las trabajadoras, hacen ver el mañana con más optimismo, ya que a pesar del descenso, más de una veintena de mayas, una quincena de pequeños pasos y los cuatro grandes pasos, bajo el mecenazgo de las hermandades de la Columna, el Santo Entierro, la Sagrada Expiración y Amargura han participado en este 2017.
Tras una mañana de contrastes primaverales, niños y niñas de comunión mezclados con familias enteras vestidas de domingo, mayas y cruces de mayo, el jurado dio su veredicto, siendo el fallo del paso grande el más esperado por las jóvenes cuadrillas. Este año, recayó en la Cruz de Mayo de la Expiración (San Blas), que hizo doblete tras conquistar también el de mejor cuadrilla. Y un año más de tradiciones vivas que siguen en pie en una ciudad donde el tiempo parece detenerse.