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Un milagro bajo la tierra de Aznalcóllar

El 10 de diciembre de 1968 una mina se colapsó hundiendo diez plantas con 35 trabajadores dentro. Un corrimiento de tierra debido a un relleno no apropiado pudo ser la causa

10 dic 2016 / 21:51 h - Actualizado: 11 dic 2016 / 13:57 h.
  • Fotografía de los trabajadores que quedaron atrapados aquel 10 de diciembre de 1968. / El Correo
    Fotografía de los trabajadores que quedaron atrapados aquel 10 de diciembre de 1968. / El Correo

Aznalcóllar vive de su riqueza minera desde tiempos inmemoriales. El yacimiento de pirita ha dado bonanza a la localidad, así como tiempos de incertidumbre. Uno de ellos fue el que tuvo lugar el 10 de diciembre de 1968, un desastre de grandes proporciones que pudo constituir una gran tragedia. Un hecho grabado en la memoria del pueblo, que lo califica como «un milagro».

Cuchichón era la explotación, gestionada por la empresa Andaluza de Piritas. Los mineros habían denunciado «la mala situación en que se encontraba, pensando que podría haber hundimientos parciales, accidentes por caídas de piedras... pero no el desastre que ocurrió», explica Francisco Mateos, trabajador de la oficina técnica en el momento del suceso. La jefatura provincial de minas además emitió varios días antes un informe señalando la inexistencia de peligro inminente. Toda esa situación provocó desencuentros entre empresa y trabajadores e incluso la despedida de tres mineros.

Nadie vio el alcance que aquello pudo tener. Los mineros seguían trabajando, pero se negaban a hacerlo en el lugar donde temían el peligro. «Estuve el día antes en el piso 11 con el geólogo alemán. Vimos hundimientos parciales, caída de rellenos de antiguas labores, grietas evidentes en los pozos. Daba miedo de estar allí, lo más impresionante es que al partirse la pirita por las grietas, saltaban chispas, sonaban relámpagos y había pequeñas explosiones», recuerda Mateos. Aviso premonitorio de lo que al día siguiente sucedió.

A las 10.30 de la mañana de aquél martes, los 35 mineros que se encontraban trabajando se reunieron en la zona de enganche donde conectan las galerías con el pozo de salida para desayunar y esperar a los que venían de Huelva para trabajar donde los aznalcorellos se negaban. La mina colapsó y desde las plantas 1 a la 10, ambas inclusive, se hundieron. Un estruendo, «acompañado de un viento muy grande, apagó las lámparas de carburo. Al momento vino otro viento aún más grande, que acabó con todo. Nos tiró 20 o 25 metros, arrastrando por el pozo escaleras, vagones... Quedó cerrado y no podíamos salir por allí», explica José Hidalgo, uno de los mineros que quedaron atrapados. Prácticamente desnudos –«el viento nos arrancó la ropa»–, a oscuras, sin saber qué había pasado y si volvería a pasar, magullados y con heridas leves soportaban la incertidumbre de no saber si aquella sería su muerte. «Había hombres que pedían que los mataran: matarme por Dios, darme con una pala en la cabeza y matarme que no quiero vivir esto, decían. Fueron momentos muy malos», relata José.

Un genéfono, teléfono para comunicar la mina, sonó inesperadamente y avisó de que los mineros se encontraban bien. Se había prohibido el acceso al pozo y las fuerzas del orden trataban de frenar a los vecinos del pueblo que, tras el estruendo, el temblor y la polvareda corrieron hasta la mina para saber de sus familiares. Entre ellos, Diego Sánchez, Leonardo Macías y Manuel Martín, mineros y entibadores del turno de noche, que volvieron para trabajar en las labores de rescate. Tardaron en abandonar la mina para explicarles a sus compañeros la situación en las galerías, por lo que el hundimiento les cogió cerca y de inmediato volvieron. Ellos fueron los que accedieron al pozo para, tras cinco horas, depositar en la superficie a todos los compañeros.

«Gracias a que estábamos en esa zona comiendo juntos y que los de Huelva no se presentaron, podemos contarlo», explica José. «Si llega a suceder media hora antes, hubiéramos estado cada uno en nuestro tajo y posiblemente no nos hubiéramos salvado», señala. «Aquello fue un milagro, y grande. Yo no soy persona de mucho creer, pero fue un milagro», añade.

El ingeniero José Zomeño explicó entonces que el hundimiento fue consecuencia de un corrimiento de tierras al no rellenar convenientemente el espacio resultante al extraer el material. Un error en la gestión técnica de la excavación que podría haber tenido consecuencias fatales. Pero que no registró ni una sola víctima.

Podría tildarse como un cúmulo de casualidades que los mineros de Nerva sufrieran una avería en el coche y no llegaran a la mina. Que los trabajadores de las galerías se reunieran todos en un mismo punto para comer justo en ese momento. O que los entibadores tardaran más en abandonar la mina tras su turno de trabajo y pudieran emprender de inmediato las labores de rescate. Sin embargo, en Aznalcóllar lo tomaron como «un milagro obrado por Santa Bárbara, patrona de los mineros, y la Virgen de Fuente Clara, patrona de la localidad».

La mina pudo ser reconquistada, como se denomina en el argot minero a la reanudación del trabajo. Treinta años después, en 1998, la rotura de la balsa produjo una catástrofe ambiental. La actividad cesó y hoy día el pueblo sigue mirando a la mina esperando esos tiempos de bonanza. Porque es parte de la idiosincrasia aznalcollera. Como la creencia en este milagro bajo tierra y la honra a aquellos mineros que se entregaron de lleno a su labor. Muchos ya hoy no viven, pero se les sigue recordando, incluso el Ayuntamiento les dedicó el pasado día 1 un acto de homenaje. Sobre todo a Diego, Leonardo y Manuel, «los verdaderos héroes» de esta tragedia con final milagroso y feliz