No se puede tener más arte en menos espacio, el que tiene atendiendo y cuidando su negocio Álvaro Peregil y el que reúne este templo de las tabernas antiguas sevillanas. A la sombra de los naranjos del Barrio de Santa Cruz, su mostrador de madera antigua soporta el continuo trasiego de cerveza fría y de los vinos de Huelva, su vino de naranja, el mosto de Manzanilla y otros vinos para acompañar sus mejillones gigantes, la mojama en aceite o unas migas con secreto culinario. Pero hay platillos emblemáticos en este tarro de buenas esencias, como sus caracoles cuando es el tiempo y los montaditos, donde el de pringá es el protagonista de la película. De cocina no falta tampoco el potaje de garbanzos, que se sirve en esta casa de toda la vida y ese grito de españolidad y gracia que es el Islote Peregil, en una casa donde son todos bienvenidos, extranjeros y autonómicos, siempre recibidos con una sonrisa.

La tapa es un alarde de buena cocina y buen humor a la vez que un guiño patriótico que aprovecha aquel incidente del islote del Estrecho y el apellido de guerra del propietario. Así, este islote pacífico está compuesto de carne picada que se trata adecuadamente con hierbas aromáticas y especias, con una base de crema de patata y un cubrimiento de tomate casero, coronando el peñón una banderita rojigualda.