Sevilla toma la calle

El fenómeno sociocultural más masivo del otoño. La Noche en Blanco volvió a convertir ayer a la vieja Híspalis, por sexto año consecutivo, en la capital mundial de la alegría. Gente a más no poder para una oferta tan variopinta y atractiva como inagotable

06 oct 2017 / 23:32 h - Actualizado: 07 oct 2017 / 08:00 h.
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  • Sevilla toma la calle
  • Ruta guiada de misterios en la Plaza de San Francisco. / Jesús Barrera
    Ruta guiada de misterios en la Plaza de San Francisco. / Jesús Barrera
  • Visitantes del Museo de Bellas Artes de Sevilla, que también se sumó, al igual que el año pasado. / Manuel Gómez
    Visitantes del Museo de Bellas Artes de Sevilla, que también se sumó, al igual que el año pasado. / Manuel Gómez
  • En Santa Cruz tampoco faltó gente anoche. / Jesús Barrera
    En Santa Cruz tampoco faltó gente anoche. / Jesús Barrera
  • El Salvador se estrenó en la Noche en Blanco. / Manuel Gómez
    El Salvador se estrenó en la Noche en Blanco. / Manuel Gómez

Se confirma: la gente no tiene casa. La marabunta de la película de Charlton Heston era la procesión de impedidos del Tardón al lado de lo que entraba anoche a borbotones en el centro de Sevilla, para deslumbrarse por manojos con aquello de lo que pasa olímpicamente durante el resto del año: la cultura. Había hasta gente repetida, que se la encontraba uno en la cola del Alcázar y al rato aparecía en la calle San Luis como si nada. La Noche en Blanco volvió a hacer buena este viernes la teoría de que el sevillano está empatado con Kim Jong-un en el ranking de criaturas más dispuestas a apuntarse a un bombardeo. Era imposible abstraerse: bullas por doquier, bares atestados, grupos guiados... No es broma: solo en el apartado de rutas con guías, anoche las había teatralizadas, de las leyendas, de Juego de tronos, del flamenco, de la Sevilla romana, de la Sevilla macabra, de la picaresca, de la Sevilla de Murillo, de la Sevilla encantada, de la Sevilla paranormal, de la Sevilla oculta de la Catedral, de la del amor y el sexo, de la de los Montpensier, de la ciudad de los esclavos, de la monumental, de la Sevilla de cine, de la arquitectura regionalista, de la Sevilla literaria, de la de los levíes, de la de los templarios, de la de Magallanes... Faltaban únicamente la del adobo y la de asarse vivo. Y todas así de gente.

Un éxito, en resumen. Más de 160 actividades y 120 entidades e instituciones participantes, con la complicidad abrumadora del gentío, convirtieron el casco histórico sevillano en un espectáculo humano, más que cultural. Sevilla daba la sensación, anoche, de ser una de esas ciudades centroeuropeas que gustan de la ordinariez de que a las tres de la tarde sea ya de noche. Eso parecía: que de repente, a mediodía, se había ocultado el sol dejando a la gente en la calle, en pleno quehacer. Pero eso no era lo más llamativo, aun siéndolo bastante. Lo que de verdad se hacía notar, para un observador neutral, era la asfixiante sensación de tener que disfrutar; la cantidad de cosas que se podían hacer, la de propuestas a cual más interesante, rara u original; el descubrimiento de que la aproximación a la cultura, en algún momento que se nos ha pasado por alto, se ha convertido en una amazing experience, así, en inglés y todo, que es más esnob. Era indiscutiblemente bonito presenciar, bajo los verdes azulados con que la noche decora el Barrio de Santa Cruz, a un nutrido grupo de paisanos en la calle Judería escuchando la explicación del origen de todo aquello. Pero eso ya viene en la Wikipedia. Lo verdaderamente apasionante, tras haberse tomado uno la molestia de informarse, es ir a la calle Judería a vivirla a solas, de día o de noche; es más: de día y de noche, a sentir lo que ningún guía puede explicar, a recibir la impronta, a respirar el alma de los lugares y las cosas.

Hablando de alma: es probable que lo más delicioso que sucedió el viernes en Sevilla, al calor de la Noche en Blanco, fuese esa legión de niñas de colegios de monjas que, vestidas con sus uniformes y repartidas en pequeñas brigadas entusiastas, se dedicaron a hacer apostolado. Algunas de ellas, pertenecientes al colegio de las Irlandesas de Bami, explicaron que en el asunto intervinieron chiquillas de diversos centros escolares, y que se trataba de preparar un campeonato llamado Canta y baila (que por lo visto se va a celebrar el 4 de noviembre) y de repartir a los ciudadanos unas hojillas con distintos mensajes destinados a «hacer reflexionar», como explicó la joven Jimena. El papelito que cayó en manos del cronista mostraba unos corazones volanderos y una frase del Salmo 17:8, a saber: Escóndeme bajo la sombra de tus alas. La intención no podía ser mejor ni más caritativa. Pero eso vale para las tres de la tarde. Anoche, con 31 grados a las nueve, después de haberse uno pateado media ciudad y tener que patearse la otra media, se le aparece a quien suscribe una criatura divina dispuesta a esconderlo bajo la sombra de sus alas y lo siguiente es presentar una solicitud de apostasía en la sucursal del Vaticano más próxima. Efectivamente, la Noche en Blanco es la despedida extraoficial del verano en las calles de Sevilla. «Un señor me preguntó que quién era Jesús», dijo la niña. Ese debía de haber empezado a andar todavía más temprano.

Pero la gente era muy ajena a todas estas consideraciones. La calle volvía a ser suya. Espectacular todo: los balcones rebosantes de banderas de España, el humo del incienso y el de las castañas mezclándose en la Avenida, estatuas humanas mirando de reojo a los jóvenes que pintaban con tiza en el pavimento, las pompas enormes de jabón cayendo sobre las cabezas de los músicos callejeros en la Plaza Nueva, los faroles de la calle Rodrigo Caro imaginando fantasmas en la muralla del Alcázar, el azulejo de la Muerte riéndose de los paisanos a los que les estaban contando la leyenda de Susona, las acequias del Patio de Banderas tragándose los tacones de las más osadas, los chasquidos de las pezuñas de los caballos sobre los adoquines, el fresquito de una Plaza de Doña Elvira adonde habían ido los turistas a refugiarse en la intimidad de sus veladores. Los autobuses y el metro eran auténticos palomiteros de gente, y no era para menos: la cita convocada por la asociación Sevilla se mueve, y secundada por toda institución sevillana que se precie, ponía a disposición del respetable toda la artillería pesada de la ciudad: sus museos, sus monumentos, sus fundaciones... En esta sexta edición, además, se sumaban el CaixaForum, la Iglesia del Salvador y la de Santa María la Blanca, la Casa Palacio del Pumarejo, el Espacio Santa Clara, el Teatro Lope de Vega, el Hospital de los Viejos, el Corral de San José y el Jardín Americano. Y seguían los que ya estaban: la Catedral y la Giralda, el Archivo de Indias, el CAAC, San Luis de los Franceses, la Casa de la Ciencia, Isla Mágica, Torre Sevilla, el Centro de Cerámica de Triana, el Instituto Andaluz de Flamenco, el Pabellón de la Navegación, la Biblioteca Infanta Elena, el Ayuntamiento, la Casa de la Provincia... Empezaba el fin de semana, la gente acababa de cobrar la nómina, la noche estaba de dulce y a Sevilla le llegaban los brazos abiertos hasta Triana. Si mañana sale la organización diciendo que ha habido más gente que nunca, será hora, definitivamente, de entonar el Salmo 17:8. Y que sea lo que Dios quiera.