1961-1977: Postales de una ciudad abandonada

Calles cortadas por casas ruinosas, muebles en las calles de los desahuciados, barriadas clandestinas abandonadas por el Ayuntamiento, casas apuntaladas...

25 ago 2017 / 21:30 h - Actualizado: 25 ago 2017 / 21:36 h.
"Local"
  • Testimonios gráficos de la situación sufrida por la ciudad durante el período 1962-1977, cuando los desahucios estaban a la orden del día. / (Fuente: Archivo de Gregorio Cabeza Rodríguez-Fototeca Municipal, fondos de Serrano, Gelán, Narbona, Cubiles y Vilches)
    Testimonios gráficos de la situación sufrida por la ciudad durante el período 1962-1977, cuando los desahucios estaban a la orden del día. / (Fuente: Archivo de Gregorio Cabeza Rodríguez-Fototeca Municipal, fondos de Serrano, Gelán, Narbona, Cubiles y Vilches)
  • Toda una calle ocupada por camiones para transportar los enseres de los desahuciados. / (Fuente: Archivo de Gregorio Cabeza Rodríguez-Fototeca Municipal, fondos de Serrano, Gelán, Narbona, Cubiles y Vilches)
    Toda una calle ocupada por camiones para transportar los enseres de los desahuciados. / (Fuente: Archivo de Gregorio Cabeza Rodríguez-Fototeca Municipal, fondos de Serrano, Gelán, Narbona, Cubiles y Vilches)
  • 1961-1977: Postales de una ciudad abandonada

{El balance final, después de diecisiete años de actividad de la Secretaría de Viviendas y Refugios, dejaría para la historia de La Ciudad de los Refugios unas cifras expresivas del drama vivido por la población más modesta. Nada menos que 33.578 familias, formadas por 152.455 personas, fueron propuestas para la adjudicación de viviendas sociales, después de años de espera en los refugios, procedentes de los suburbios de chabolas y de los edificios en ruina. A esas cifras hay que añadir decenas de miles de personas que buscaron soluciones por sí mismas o eligieron emigrar.

En el curso del tiempo, muchos no gozarían de la tan ansiada vivienda social. Las personas de más edad, con dolencias crónicas por las enfermedades provocadas por las periódicas riadas en los corrales de vecinos, fueron falleciendo sin llegar a ver la vivienda prometida. Las epidemias crónicas de la Sevilla del siglo XIX (tuberculosis, reuma, hepatitis...) volvieron a ser habituales pese a la existencia de la penicilina que tantas vidas salvó.

Otros, más jóvenes, quedarían atrapados por las zarpas de la muerte en los derrumbamientos de edificios ruinosos. Algunos de estos edificios fueron declarados inhabitables en diciembre de 1961, pero seguían cobijando a familias que se resistían a irse a los suburbios de chozas y luego a los refugios, como paso obligado para acceder a un piso. Esta era la cara oculta de una ciudad que había vivido alegre y confiada, hasta noviembre de 1961, sin conocer la dramática realidad social que soportaban unos dos tercios de la población en los barrios y los 53 suburbios, más las barriadas clandestinas.

Las muertes por derrumbamientos despertaban momentáneos sentimientos de dolor, pero no alteraban la situación. Las autoridades locales y provinciales seguían porfiando con el Gobierno de Madrid, para obtener cupos de viviendas con protección oficial y créditos especiales para la adquisición de pisos y ajuares.

Mientras tanto, la crónica negra sevillana sumaba nuevas calamidades por causa de edificios declarados en ruina y que seguían habitados. Gentes que tuvieron que enfrentarse a la supervivencia en los años posteriores a la Guerra de España, que en la madurez consiguieron la ilusión de su vida al disponer de nueva vivienda, y que mantuvieron como objetivo prioritario de su lucha cotidiana, lograr para sus hijos y nietos un destino mejor que el de ellos. Gentes que sufrirían las consecuencias de la ruptura generacional.

Junto a la ruptura generacional de la segunda mitad de los años sesenta y primeros setenta, se produjo una creciente confusión en los estamentos básicos de la sociedad. Franco parecía eterno y hasta julio de 1969 no designó al príncipe Juan Carlos de Borbón sucesor suyo a título de Rey.

Mientras tanto, las bases del Régimen comenzaron a reflejar tendencias diferentes, incluso abiertamente enfrentadas a las tesis del Movimiento. En este apartado de toma de posiciones con vistas al imprevisible futuro, al posfranquismo, el caso de la Iglesia fue espectacular.

Fueron tiempos promotores de la canción testimonial, de la canción protesta. La gente cantaba el estribillo de la popular copla de Laredo: «Si yo tuviera una escoba, si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería, cuántas cosas barrería...».

A raíz de la catástrofe del Tamarguillo, el problema número uno era la falta de viviendas, que se mantendría durante dos largas décadas. Pero había otros problemas básicos que rara vez se planteaban en los periódicos y por las autoridades en Madrid, sometidos todos, sociedad y políticos, a la disciplina del Gobierno.

El índice de paro obrero situaba a la provincia de Sevilla con un 2,49 por ciento sobre la población activa de 1967, cuando la media nacional era del 1,35 por ciento. En números absolutos, Sevilla ocupaba el primer lugar andaluz con 11.591 parados.

En 1966, Sevilla tenía 3.018 emigrantes asistidos en Europa, que fueron 3.408 en 1968 y 5.570 en 1969. Sevilla era la segunda provincia andaluza en números de emigrantes a Europa, precedida por Granada.

Sevilla era cada vez más pobre en relación con la media nacional y con las primeras provincias en rentas por habitante. Un empobrecimiento, además, galopante, como reflejan las cifras comparativas.

Naturalmente, a esta situación no se llegó sólo por circunstancias socioeconómicas coyunturales, sino por causas estructurales. La metamorfosis provocada por la catástrofe del Tamarguillo en 1961, tuvo consecuencias negativas «invisibles» en las estructuras socioeconómicas sevillanas, que nunca fueron bien valoradas por las fuerzas vivas de la capital y provincia, y menos aún, por la Administración central, para conceder a Sevilla los apoyos subsidiarios que estaban más que justificados.

¿Reaccionaba la sociedad sevillana ante la marginación que sufría? ¿Era consciente de la realidad y de sus seguras consecuencias negativas futuras? ¿Tenía capacidad de gestión y de presión en Madrid?

Las tres respuestas eran negativas. Sevilla, en los años sesenta y setenta, era tal y como la definió Teófilo Gautier en 1848, es decir: «Sevilla tiene todo el rumor y movimiento de la vida. Le importa poco el ayer, y menos aún el mañana; se entrega al día presente...».

Para el gobernador civil José Utrera Molina el mandato sevillano, entre agosto de 1962 y noviembre de 1969, fue una experiencia excepcional, pues le correspondió ser protagonista de la etapa más crítica vivida por los sevillanos en tiempos de paz. Nada menos que vivió la primera y crucial etapa de la metamorfosis de la ciudad, cuando cambió de piel urbana, pasando su población de los barrios históricos a las nuevas barriadas. Fue un tiempo largo, diecisiete años, cuando los sevillanos sufrieron rupturas generacionales provocadas por el drástico cambio del hábitat.

José Utrera Molina fue gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de Sevilla desde el 14 de agosto de 1962 al 7 de noviembre de 1969, sustituyendo a Hermenegildo Altozano Moraleda, «primer y único gobernador civil de camisa blanca». Durante su etapa, José Utrera Molina fue testigo directo de la metamorfosis de Sevilla, el tiempo más decisivo de la ciudad durante el siglo XX por causa de los efectos colaterales de la catástrofe hidráulica provocada por el desbordamiento del arroyo Tamarguillo en noviembre de 1961.

Fue un gobernador civil comprometido con los intereses sevillanos, que defendió apasionadamente ante las autoridades de la Administración central. Al término de su mandato, Rafael Ariza Jiménez, subjefe provincial del Movimiento, analizó las cuatro ideas básicas de la gestión de Utrera Molina en Sevilla: 1) Articular una justicia como base para la convivencia. 2) Integración en el Movimiento de todos los sevillanos de buena voluntad. 3) Acceso del pueblo a la cultura. Y 4) Incorporación de la juventud a la tarea integradora.

Las dos imágenes que reproducimos dan idea de las vivencias de Utrera Molina como gobernador. Durante su mandato la ciudad sufrió dos terremotos (1964 y 1969), un accidente de aviación de la línea Barcelona-Sevilla, en el término de Carmona; la ruina de casi un tercio de las viviendas de los barrios históricos, numerosas víctimas provocadas por los derrumbamientos de casas, y una larga lista de episodios dramáticos y trágicos. Y como trasfondo, 53 suburbios infrahumanos y 25 refugios de fortuna.

En Abc, se publicó una foto de Serrano de un desahucio, con este texto: «Sin la menor posibilidad de ser evacuadas a los refugios, las once familias que residían en la finca número 101 de la calle Teodosio se hallaban desamparadas totalmente. El gobernador civil gestionó del presidente de la Audiencia Territorial le fuera permitida a los damnificados pasar la noche en las viviendas, que por orden judicial abandonaran horas antes. El señor Utrera Molina permaneció con las afligidas familias hasta que se reintegraron al inmueble». No fue la única vez que Utrera Molina pasó la noche junto a familias desahuciadas, mientras Gregorio Cabeza lograba encontrarles acomodo en alguno de los veinticinco refugios de fortuna que llegó a tener Sevilla en ese tiempo.

La formación de las nuevas barriadas de casas para las clases obrera y media, se desarrolló principalmente en la etapa 1962-1969, aunque continuara hasta 1977 la terminación de gran parte de las urbanizaciones. Y Utrera Molina fue uno de los factótumes de la creación de esas nuevas barriadas construidas por el Instituto Nacional de la Vivienda y la Obra Sindical de la Viviendas para el sector público, además de numerosas promociones privadas.

Había que dejar bien claro ante las autoridades centrales, que no se trataba de una riada más o menos catastrófica en la historia de la ciudad, sino de que había dado la cara la ruina acumulada durante decenios en el caserío ocupado preferentemente por las clases obreras y empleada. Esta era la realidad dramática y acusadora: el abandono que había sufrido Sevilla. Primero, durante el período del reinado de Alfonso XIII, salvo en la breve etapa de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera; después, en los años republicanos; por último, después de la Guerra de España, durante la posguerra.

La excepción fueron los años en que el general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra gobernó la ciudad y provincia como máxima autoridad militar [1936-1939]. Entonces sí que se construyeron viviendas sociales para obreros, surgiendo núcleos y barriadas en varias zonas, que todavía subsistente. Pero aquel avance extraordinario, aquel cambio positivo en la política de viviendas para obreros, terminó con el destierro a Roma del general Queipo de Llano.

Desde 1940 hasta 1976, se construyeron en Sevilla 115.490 viviendas. De ellas, 44.455 fueron de promoción pública y 71.035 de promoción privada. Pero estos datos esconden varias realidades negativas y comportamientos administrativos insolidarios con Sevilla, como recogemos seguidamente.

Para empezar, adelantamos que de esas 115.490 viviendas construidas entre 1940 y 1976, nada menos que el 73 por ciento [más de 84.000] fueron edificadas después de 1961, es decir, a partir de la primavera de 1962 y como consecuencia de la tragedia del Tamarguillo y la situación vergonzosa de Sevilla ante España, con 53 refugios infrahumanos, 25 refugios de fortuna y un tercio del caserío declarado en ruina.

Todo el triunfalismo que acompañó al enorme esfuerzo realizado en Sevilla en materia de viviendas por el Gobierno, que fue evidente a partir de la catástrofe del Tamarguillo, tuvo, sin embargo, una contrapartida estadística que dejó bien claro que Sevilla no había recibido trato de excepción respecto a otras capitales. Peor aún, en términos relativos había sido gravemente perjudicada, y no fueron valorados por las autoridades de Madrid, los antecedentes de abandono estatal y la dramática realidad que la situaba como la única capital española con refugios para familias sin vivienda.

En efecto, durante el período de vigencia del I Plan de Desarrollo Económico y social [1964-1967], coincidente con la crisis de viviendas sociales de Sevilla posterior a la riada del Tamarguillo, se construyeron poco más de diecinueve mil viviendas con protección estatal, todo un récord en comparación con épocas anteriores. Teniendo en cuenta los plazos de gestión y construcción, ofrecemos mejor el balance del cuatrienio 1965-1968, contenido en las memorias del Ministerio de la Vivienda.

–Durante el cuatrienio citado se construyeron en España 717.625 viviendas con protección estatal, equivalente a 21,9 viviendas por cada mil habitantes.

–En el mismo período de tiempo, en Sevilla se construyeron 19.073 viviendas también con protección estatal, equivalente a 13,4 hogares por cada mil personas.

–Siempre sobre idéntico período de tiempo, en las ocho provincias de Andalucía se construyeron 103.633 viviendas con protección estatal, con un promedio de 15,1 viviendas por cada mil habitantes.

Las anteriores cifras revelan que Sevilla estuvo muy por debajo de la media española y aún de la andaluza. Pero todavía son más expresivos los números referentes a otras ciudades, en valores absolutos y relativos. Por ejemplo:

–En Alicante se construyeron 37.404 viviendas con protección estatal, equivalente a 44,5 nuevos hogares por cada mil habitantes. En Valencia, 63.604 (39,2); en Madrid, 121,761 (37,1); en Vizcaya, 32.259 (34,4); y en Barcelona, 110.594 (31,6).

Hemos seleccionado aquellas provincias donde la Administración central, siguiendo las directrices sociales de los Planes de Desarrollo, admitió tener en cuenta la solidaridad estatal necesaria motivada por sus fuertes tasas inmigratorias. Sevilla, desde principio de siglo, y más aún en los años cuarenta y cincuenta, tuvo la misma presión inmigratoria, además de sus problemas endémicos de falta de viviendas sociales. Basta conocer las cifras absolutas y relativas antes indicadas para poder afirmar, sin rodeos, que Sevilla no recibió ningún trato de favor por parte del Gobierno tecnócrata del general Franco. Ni tampoco el apoyo que en justicia le pertenecía.

Además, ninguna de las ciudades antes indicada, aunque tuvieran suburbios de chabolas, sufría la lacra social de los refugios. En 1968, en Sevilla todavía estaban abiertos y repletos de personas quince refugios, más La Corchuela que se abriría al año siguiente. En cuanto a suburbios de chabolas, sumaban veintitrés. Dos años después, en 1970, el déficit alcanzó la cifra de 42.764 viviendas. Un escándalo social y político que Sevilla nunca esgrimió ante las autoridades de Madrid. ~

{El balance final, después de diecisiete años de actividad de la Secretaría de Viviendas y Refugios, dejaría para la historia de La Ciudad de los Refugios unas cifras expresivas del drama vivido por la población más modesta. Nada menos que 33.578 familias, formadas por 152.455 personas, fueron propuestas para la adjudicación de viviendas sociales, después de años de espera en los refugios, procedentes de los suburbios de chabolas y de los edificios en ruina. A esas cifras hay que añadir decenas de miles de personas que buscaron soluciones por sí mismas o eligieron emigrar.

En el curso del tiempo, muchos no gozarían de la tan ansiada vivienda social. Las personas de más edad, con dolencias crónicas por las enfermedades provocadas por las periódicas riadas en los corrales de vecinos, fueron falleciendo sin llegar a ver la vivienda prometida. Las epidemias crónicas de la Sevilla del siglo XIX (tuberculosis, reuma, hepatitis...) volvieron a ser habituales pese a la existencia de la penicilina que tantas vidas salvó.

Otros, más jóvenes, quedarían atrapados por las zarpas de la muerte en los derrumbamientos de edificios ruinosos. Algunos de estos edificios fueron declarados inhabitables en diciembre de 1961, pero seguían cobijando a familias que se resistían a irse a los suburbios de chozas y luego a los refugios, como paso obligado para acceder a un piso. Esta era la cara oculta de una ciudad que había vivido alegre y confiada, hasta noviembre de 1961, sin conocer la dramática realidad social que soportaban unos dos tercios de la población en los barrios y los 53 suburbios, más las barriadas clandestinas.

Las muertes por derrumbamientos despertaban momentáneos sentimientos de dolor, pero no alteraban la situación. Las autoridades locales y provinciales seguían porfiando con el Gobierno de Madrid, para obtener cupos de viviendas con protección oficial y créditos especiales para la adquisición de pisos y ajuares.

Mientras tanto, la crónica negra sevillana sumaba nuevas calamidades por causa de edificios declarados en ruina y que seguían habitados. Gentes que tuvieron que enfrentarse a la supervivencia en los años posteriores a la Guerra de España, que en la madurez consiguieron la ilusión de su vida al disponer de nueva vivienda, y que mantuvieron como objetivo prioritario de su lucha cotidiana, lograr para sus hijos y nietos un destino mejor que el de ellos. Gentes que sufrirían las consecuencias de la ruptura generacional.

Junto a la ruptura generacional de la segunda mitad de los años sesenta y primeros setenta, se produjo una creciente confusión en los estamentos básicos de la sociedad. Franco parecía eterno y hasta julio de 1969 no designó al príncipe Juan Carlos de Borbón sucesor suyo a título de Rey.

Mientras tanto, las bases del Régimen comenzaron a reflejar tendencias diferentes, incluso abiertamente enfrentadas a las tesis del Movimiento. En este apartado de toma de posiciones con vistas al imprevisible futuro, al posfranquismo, el caso de la Iglesia fue espectacular.

Fueron tiempos promotores de la canción testimonial, de la canción protesta. La gente cantaba el estribillo de la popular copla de Laredo: «Si yo tuviera una escoba, si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería, cuántas cosas barrería...».

A raíz de la catástrofe del Tamarguillo, el problema número uno era la falta de viviendas, que se mantendría durante dos largas décadas. Pero había otros problemas básicos que rara vez se planteaban en los periódicos y por las autoridades en Madrid, sometidos todos, sociedad y políticos, a la disciplina del Gobierno.

El índice de paro obrero situaba a la provincia de Sevilla con un 2,49 por ciento sobre la población activa de 1967, cuando la media nacional era del 1,35 por ciento. En números absolutos, Sevilla ocupaba el primer lugar andaluz con 11.591 parados.

En 1966, Sevilla tenía 3.018 emigrantes asistidos en Europa, que fueron 3.408 en 1968 y 5.570 en 1969. Sevilla era la segunda provincia andaluza en números de emigrantes a Europa, precedida por Granada.

Sevilla era cada vez más pobre en relación con la media nacional y con las primeras provincias en rentas por habitante. Un empobrecimiento, además, galopante, como reflejan las cifras comparativas.

Naturalmente, a esta situación no se llegó sólo por circunstancias socioeconómicas coyunturales, sino por causas estructurales. La metamorfosis provocada por la catástrofe del Tamarguillo en 1961, tuvo consecuencias negativas «invisibles» en las estructuras socioeconómicas sevillanas, que nunca fueron bien valoradas por las fuerzas vivas de la capital y provincia, y menos aún, por la Administración central, para conceder a Sevilla los apoyos subsidiarios que estaban más que justificados.

¿Reaccionaba la sociedad sevillana ante la marginación que sufría? ¿Era consciente de la realidad y de sus seguras consecuencias negativas futuras? ¿Tenía capacidad de gestión y de presión en Madrid?

Las tres respuestas eran negativas. Sevilla, en los años sesenta y setenta, era tal y como la definió Teófilo Gautier en 1848, es decir: «Sevilla tiene todo el rumor y movimiento de la vida. Le importa poco el ayer, y menos aún el mañana; se entrega al día presente...».

Para el gobernador civil José Utrera Molina el mandato sevillano, entre agosto de 1962 y noviembre de 1969, fue una experiencia excepcional, pues le correspondió ser protagonista de la etapa más crítica vivida por los sevillanos en tiempos de paz. Nada menos que vivió la primera y crucial etapa de la metamorfosis de la ciudad, cuando cambió de piel urbana, pasando su población de los barrios históricos a las nuevas barriadas. Fue un tiempo largo, diecisiete años, cuando los sevillanos sufrieron rupturas generacionales provocadas por el drástico cambio del hábitat.

José Utrera Molina fue gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de Sevilla desde el 14 de agosto de 1962 al 7 de noviembre de 1969, sustituyendo a Hermenegildo Altozano Moraleda, «primer y único gobernador civil de camisa blanca». Durante su etapa, José Utrera Molina fue testigo directo de la metamorfosis de Sevilla, el tiempo más decisivo de la ciudad durante el siglo XX por causa de los efectos colaterales de la catástrofe hidráulica provocada por el desbordamiento del arroyo Tamarguillo en noviembre de 1961.

Fue un gobernador civil comprometido con los intereses sevillanos, que defendió apasionadamente ante las autoridades de la Administración central. Al término de su mandato, Rafael Ariza Jiménez, subjefe provincial del Movimiento, analizó las cuatro ideas básicas de la gestión de Utrera Molina en Sevilla: 1) Articular una justicia como base para la convivencia. 2) Integración en el Movimiento de todos los sevillanos de buena voluntad. 3) Acceso del pueblo a la cultura. Y 4) Incorporación de la juventud a la tarea integradora.

Las dos imágenes que reproducimos dan idea de las vivencias de Utrera Molina como gobernador. Durante su mandato la ciudad sufrió dos terremotos (1964 y 1969), un accidente de aviación de la línea Barcelona-Sevilla, en el término de Carmona; la ruina de casi un tercio de las viviendas de los barrios históricos, numerosas víctimas provocadas por los derrumbamientos de casas, y una larga lista de episodios dramáticos y trágicos. Y como trasfondo, 53 suburbios infrahumanos y 25 refugios de fortuna.

En Abc, se publicó una foto de Serrano de un desahucio, con este texto: «Sin la menor posibilidad de ser evacuadas a los refugios, las once familias que residían en la finca número 101 de la calle Teodosio se hallaban desamparadas totalmente. El gobernador civil gestionó del presidente de la Audiencia Territorial le fuera permitida a los damnificados pasar la noche en las viviendas, que por orden judicial abandonaran horas antes. El señor Utrera Molina permaneció con las afligidas familias hasta que se reintegraron al inmueble». No fue la única vez que Utrera Molina pasó la noche junto a familias desahuciadas, mientras Gregorio Cabeza lograba encontrarles acomodo en alguno de los veinticinco refugios de fortuna que llegó a tener Sevilla en ese tiempo.

La formación de las nuevas barriadas de casas para las clases obrera y media, se desarrolló principalmente en la etapa 1962-1969, aunque continuara hasta 1977 la terminación de gran parte de las urbanizaciones. Y Utrera Molina fue uno de los factótumes de la creación de esas nuevas barriadas construidas por el Instituto Nacional de la Vivienda y la Obra Sindical de la Viviendas para el sector público, además de numerosas promociones privadas.

Había que dejar bien claro ante las autoridades centrales, que no se trataba de una riada más o menos catastrófica en la historia de la ciudad, sino de que había dado la cara la ruina acumulada durante decenios en el caserío ocupado preferentemente por las clases obreras y empleada. Esta era la realidad dramática y acusadora: el abandono que había sufrido Sevilla. Primero, durante el período del reinado de Alfonso XIII, salvo en la breve etapa de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera; después, en los años republicanos; por último, después de la Guerra de España, durante la posguerra.

La excepción fueron los años en que el general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra gobernó la ciudad y provincia como máxima autoridad militar [1936-1939]. Entonces sí que se construyeron viviendas sociales para obreros, surgiendo núcleos y barriadas en varias zonas, que todavía subsistente. Pero aquel avance extraordinario, aquel cambio positivo en la política de viviendas para obreros, terminó con el destierro a Roma del general Queipo de Llano.

Desde 1940 hasta 1976, se construyeron en Sevilla 115.490 viviendas. De ellas, 44.455 fueron de promoción pública y 71.035 de promoción privada. Pero estos datos esconden varias realidades negativas y comportamientos administrativos insolidarios con Sevilla, como recogemos seguidamente.

Para empezar, adelantamos que de esas 115.490 viviendas construidas entre 1940 y 1976, nada menos que el 73 por ciento [más de 84.000] fueron edificadas después de 1961, es decir, a partir de la primavera de 1962 y como consecuencia de la tragedia del Tamarguillo y la situación vergonzosa de Sevilla ante España, con 53 refugios infrahumanos, 25 refugios de fortuna y un tercio del caserío declarado en ruina.

Todo el triunfalismo que acompañó al enorme esfuerzo realizado en Sevilla en materia de viviendas por el Gobierno, que fue evidente a partir de la catástrofe del Tamarguillo, tuvo, sin embargo, una contrapartida estadística que dejó bien claro que Sevilla no había recibido trato de excepción respecto a otras capitales. Peor aún, en términos relativos había sido gravemente perjudicada, y no fueron valorados por las autoridades de Madrid, los antecedentes de abandono estatal y la dramática realidad que la situaba como la única capital española con refugios para familias sin vivienda.

En efecto, durante el período de vigencia del I Plan de Desarrollo Económico y social [1964-1967], coincidente con la crisis de viviendas sociales de Sevilla posterior a la riada del Tamarguillo, se construyeron poco más de diecinueve mil viviendas con protección estatal, todo un récord en comparación con épocas anteriores. Teniendo en cuenta los plazos de gestión y construcción, ofrecemos mejor el balance del cuatrienio 1965-1968, contenido en las memorias del Ministerio de la Vivienda.

–Durante el cuatrienio citado se construyeron en España 717.625 viviendas con protección estatal, equivalente a 21,9 viviendas por cada mil habitantes.

–En el mismo período de tiempo, en Sevilla se construyeron 19.073 viviendas también con protección estatal, equivalente a 13,4 hogares por cada mil personas.

–Siempre sobre idéntico período de tiempo, en las ocho provincias de Andalucía se construyeron 103.633 viviendas con protección estatal, con un promedio de 15,1 viviendas por cada mil habitantes.

Las anteriores cifras revelan que Sevilla estuvo muy por debajo de la media española y aún de la andaluza. Pero todavía son más expresivos los números referentes a otras ciudades, en valores absolutos y relativos. Por ejemplo:

–En Alicante se construyeron 37.404 viviendas con protección estatal, equivalente a 44,5 nuevos hogares por cada mil habitantes. En Valencia, 63.604 (39,2); en Madrid, 121,761 (37,1); en Vizcaya, 32.259 (34,4); y en Barcelona, 110.594 (31,6).

Hemos seleccionado aquellas provincias donde la Administración central, siguiendo las directrices sociales de los Planes de Desarrollo, admitió tener en cuenta la solidaridad estatal necesaria motivada por sus fuertes tasas inmigratorias. Sevilla, desde principio de siglo, y más aún en los años cuarenta y cincuenta, tuvo la misma presión inmigratoria, además de sus problemas endémicos de falta de viviendas sociales. Basta conocer las cifras absolutas y relativas antes indicadas para poder afirmar, sin rodeos, que Sevilla no recibió ningún trato de favor por parte del Gobierno tecnócrata del general Franco. Ni tampoco el apoyo que en justicia le pertenecía.

Además, ninguna de las ciudades antes indicada, aunque tuvieran suburbios de chabolas, sufría la lacra social de los refugios. En 1968, en Sevilla todavía estaban abiertos y repletos de personas quince refugios, más La Corchuela que se abriría al año siguiente. En cuanto a suburbios de chabolas, sumaban veintitrés. Dos años después, en 1970, el déficit alcanzó la cifra de 42.764 viviendas. Un escándalo social y político que Sevilla nunca esgrimió ante las autoridades de Madrid