1967: Frente a un ministro de Franco (I)

Por primera vez, un periodista se enfrentó al ministro de Industria, Gregorio López Bravo, en defensa de los intereses de Andalucía, y luego sufrió el rigor de la censura en la sección ‘Números cantan’

10 mar 2017 / 08:33 h - Actualizado: 10 mar 2017 / 08:33 h.
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  • Gregorio López Bravo.
    Gregorio López Bravo.

La noche del día 6 de marzo de 1967, los medios informativos sevillanos fueron convocados para una rueda de prensa al día siguiente, por la mañana, con el ministro de Industria. La reunión habría de celebrarse en la planta primera del Ayuntamiento, donde estaba instalado provisionalmente el Gobierno Civil. El director de Abc, Joaquín Carlos López Lozano, me ordenó que fuera en representación del periódico, como redactor especializado en temas socioeconómicos y por haber seguido de cerca el asunto de la Siderúrgica del Sur.

Al entrar Gregorio López Bravo, acompañado de José Utrera Molina, en la sala donde se celebraría la reunión, coincidió con los técnicos de las emisoras locales, que estaban colocando los micrófonos sobre la mesa. El ministro, dirigiéndose a los citados técnicos, les dijo que los micrófonos no hacían falta, porque el acto consistiría en una reunión con las autoridades andaluzas y en la entrega, a los informadores, de una nota que él traía redactada.

Ya estaban quitando los micrófonos de la mesa, cuando intervine yo cerca del señor Utrera Molina, para decirle que los periódicos habían sido convocados a una rueda de prensa, y que los micrófonos eran muy útiles en una ocasión donde se trataría de asuntos técnicos y donde las intervenciones deberían ser recogidas con exactitud, para evitar falsas interpretaciones. Ante mis palabras, que significaban por su tono un ruego de que intercediera cerca del ministro para que se quedaran los micrófonos en la mesa, el señor Utrera Molina miró expresivamente al señor López Bravo, y este, con una leve sonrisa, respondió con un movimiento afirmativo de cabeza, al mismo tiempo que se sacaba de un bolsillo de su chaqueta unos papeles y los esgrimía diciendo:

Es igual, que se queden los micrófonos; pero lo que aquí se va a decir es esto que traigo escrito.

—Señor ministro —le dije, sonriente—: yo he venido aquí convocado a una rueda de prensa. Para recoger una nota, Abc envía a un ordenanza.

José Utrera Molina intervino entonces para decir que, efectivamente, la noche anterior se había llamado a los periódicos diciendo que habría rueda de prensa después de la reunión. El ministro, sin perder su sonrisa, añadió:

Bien, pues que pregunte lo que quiera.

En la mesa se sentaron, junto al ministro de Industria, para ser informados de la situación en que se encontraba el proyecto de la cuarta siderúrgica integral, los gobernadores civiles de Cádiz, Huelva y Sevilla, Santiago Guillen Moreno, Hernán Pérez Cubillas y José Utrera Molina, respectivamente; presidentes de las Diputaciones de las tres provincias, Álvaro Domecq y Diez, Francisco Zorrero Bolaños y Carlos Serra y Pablo-Romero; alcaldes de las tres capitales, marqués de Villapesadilla, Federico Molina Orta y Félix Moreno de la Cova. Cerca de la mesa se encontraban numerosos representantes sindicales y de las delegaciones ministeriales hasta llenar el Salón Colón.

Antes de comenzar la reunión, el señor López Bravo reiteró su deseo de que no funcionaran los magnetófonos, insistiendo en que era innecesario porque sus palabras las traía ya escritas, y que a los informadores les serían facilitadas las correspondientes copias.

Gregorio López Bravo había escuchado las palabras del gobernador civil de Sevilla, explicativas del acto, levemente sonriente. Después leyó algunos pasajes de la nota que ya traía redactada sobre el emplazamiento de la cuarta planta siderúrgica integral, y comentó otros, resumiéndolos. En Abc escribí al día siguiente: «En líneas generales, la nota no añade nada nuevo a cuanto se ha publicado sobre el tema en este periódico, pero la reproducimos íntegramente para que nuestros lectores conozcan con exactitud cómo piensa el ministro de Industria español».

Después de un breve cambio de impresiones entre el ministro y las autoridades provinciales, aquel dijo que los periodistas podían hacer las preguntas que consideraran oportunas.

Estábamos frente a frente, separados apenas cinco metros. Mi primera pregunta fue esta:

—Señor ministro, ¿han tenido en cuenta las entidades extranjeras que señalan a Sagunto como lugar no óptimo por la inexistencia de mineral de hierro suficiente para el autoabastecimiento en el Suroeste de España?

—No era necesario –respondió, para añadir en seguida–: Se ha contado con las variaciones de que hubiera seis millones de mineral de hierro nacional y un millón extranjero.

Le respondí rápido:

—No comprendo su afirmación. Tengo entendido que los gastos de explotación deben ser tenidos en cuenta. ¿Cómo es posible que no se contabilicen los enormes gastos de transporte que supondría el llevar el mineral hasta Levante?

El ministro, sin perder su sonrisa, respondió:

—Hay que tener en cuenta no sólo el gasto de transporte, sino el de agua, terrenos, etcétera. En este caso concreto, el contar con el mineral no es resolutivo.

—Señor ministro: ello supondrá más de mil quinientos millones de pesetas anuales. ¿Cómo es posible que sean tan opuestos los resultados de los estudios realizados por las entidades extranjeras y las nacionales?

—No existe oposición; hay unanimidad en señalar a Sagunto como el lugar más adecuado.

—Lamento, señor ministro, que mis noticias no sean esas...

Mi afirmación fue acogida con un impresionante silencio. Continué:

—...Yo le puedo asegurar que el informe de Ensidesa indica que el Sur ofrece mejores condiciones generales. Es más: calcula en más de ocho mil millones de pesetas los gastos extras que se originarían en Sagunto.

El ministro, todavía sin perder su sonrisa, contestó:

—Usted se refiere a cifras sectoriales, pero en el conjunto del estudio se observa una opinión favorable a aquella zona.

—Yo ratifico mi anterior afirmación.

Pausa por mi parte. Mientras proseguía el diálogo, el señor López Bravo me miraba de vez en cuando, demostrando cierta extrañeza en su rostro. Mi cara, desde luego, no debía de serle del todo desco¬nocida, pues desde hacía un año, aproximadamente, habíamos coincidido en varios actos celebrados en Andalucía, concretamente en el Campo de Gibraltar y Sevilla. Más aún: había sido portador de un mensaje suyo y del señor López Rodó para Miguel Primo de Rivera y Urquijo, la noche que pernoctaron en Jerez, y para José Luis de Pablo-Romero y Cámara, aceptando hacer una breve escala en El Torbiscal, para desayunar, de paso para Sevilla.