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A clase por el simple gusto de aprender

Escritura creativa, artes plásticas, idiomas, cocina y hasta croché: la oferta formativa da la oportunidad a miles de personas de ampliar su horizonte más allá de la obsesión por acumular títulos

10 feb 2018 / 07:55 h - Actualizado: 10 feb 2018 / 07:55 h.
"Aprender por gusto"
  • Alumnos y profesores de Cookstorming, una de las escuelas que enseñan todo tipo de técnicas de cocina desde Sevilla. / El Correo
    Alumnos y profesores de Cookstorming, una de las escuelas que enseñan todo tipo de técnicas de cocina desde Sevilla. / El Correo
  • A clase por el simple gusto de aprender
  • A clase por el simple gusto de aprender
  • El escritor Eduardo Jordá, director de talleres de escritura creativa. / Jesús Barrera
    El escritor Eduardo Jordá, director de talleres de escritura creativa. / Jesús Barrera

Con el comienzo del año, son miles de personas las que escriben, sobre el papel o mentalmente, sus buenos propósitos. Y entre ellos, quizá uno de los más loables sea el de aprender algo nuevo. Más allá de la obsesión por acumular títulos de los estudiantes convencionales, hay mucha gente que se propone ir a clase por el simple gusto de ampliar su horizonte, divertirse un poco... y quién sabe si de encontrar una nueva vocación.

Un clásico de la formación no reglada son las escuelas de escritura creativa. En Sevilla son abundantes, desde la de Casa del Libro a la de Casa Tomada, pasando por la Casa de la Provincia. El responsable del taller de creación literaria de esta última, Eduardo Jordá, explica que «en general, los alumnos que se apuntan a un taller sienten curiosidad más que cualquier otra cosa. Les gusta leer y sienten deseos de escribir –algunos ya lo hacen, otros no se atreven a hacerlo–, y lo que quieren es vencer la resistencia inicial y dar el paso. Salir del armario, como si dijéramos. Es decir, reconocer ante los demás, y ante sí mismos, que escriben o que quieren escribir. Eso es lo fundamental. Al principio, por lo tanto, hay muy pocos alumnos que sueñen con ser escritores o siquiera con publicar un libro, pero ese deseo se va desarrollando a medida que van cobrando seguridad en sí mismos y aprenden a desarrollar una técnica y un mínimo oficio».

«El talento, como es natural, no se puede enseñar», prosigue Jordá. «Tampoco la imaginación, ni la experiencia de la vida, ni las dotes de observación, ni la buena memoria. Todo eso se lo tiene que traer el alumno de casa, porque nadie se lo va a poder insuflar por un procedimiento milagroso. Y si alguien dice poseer ese método, miente como mienten los hechiceros y los curalotodos».

«Ahora bien, en un taller de escritura, si el profesor es bueno –y ama lo que hace, y respeta y quiere a sus alumnos–, sí se puede enseñar a desarrollar esas cualidades a personas que no sabían que las poseían, o que no sabían muy bien cómo desarrollar esas facultades aunque fueran conscientes de poseerlas. Entre mis alumnos he tenido de todo. Conserjes de universidad, comerciales, bibliotecarias, arquitectos, empleados de Correos, economistas, físicos, biólogas, amas de casa, administrativas, técnicos de Hacienda, abogados, médicos, empresarios, parados, en una palabra, de todo. Lo único que no he tenido, al menos hasta ahora, han sido curas ni militares ni politólogos. Los profesores de literatura, por desgracia, no han sido tantos como me habría gustado», concluye Jordá.

Otra disciplina que ha ido adquiriendo cada vez más auge en los últimos años es la cocina. En Sevilla, escuelas como CookStorming, en la calle Beatriz de Suabia, acogen cada año a cientos de aprendices de chef. «Tenemos cursos de cocina profesional, y también talleres de fin de semana para aficionados», comenta Patricia, una de las profesoras del centro. «La mayor parte de la gente que viene son cocineros aficionados, gente a la que le interesa y le gusta meterse entre fogones. Hay quien acaba de irse a vivir solo y descubre que no sabe hacerse casi ningún plato, o quien está harto de depender de los táperes de mamá y quiere iniciarse en esto», agrega.

El espectro de los cursos que se imparten es amplísimo: los más atractivos suelen ser los de cocina internacional –japonesa, tailandesa, griega...– pero también los hay de cocina saludable, arroces o pan casero. El hecho de que cada taller acoja de ocho a diez alumnos como máximo facilita el aprendizaje. «En contra de lo que pudiera parecer, la moda de los concursos televisivos de cocina no ha aumentado la demanda de talleres, que ya era muy alta. Al menos, nadie reconoce que venga por eso», sonríe Patricia. «Lo que sí se ha notado es que cada vez más gente pregunta por los talleres para niños, que antes no se veían tanto. En eso sí ha podido influir mucho la televisión. Hay más interés que nunca», apostilla la profesora.

Fotografía, bailes de todo tipo, manualidades, habilidades informáticas y hasta punto y croché, la oferta para aprender por gusto no parece tener fin. Y no podemos olvidar, claro está, el aprendizaje de idiomas, sin propósito de obtener un diploma homologado. «Quien acude aquí viene por otras cosas, les interesan las lenguas, buscan reforzar conocimientos, cosas así», comenta el responsable de los cursos de árabe y hebreo moderno de la Fundación Tres Culturas, por los que han desfilado ya varias promociones de alumnos. «El perfil medio habitual es el de un adulto, profesional y con cierto nivel cultural, pero estamos abiertos a mucha gente diferente».

Claro que no todo el mundo tiene la perseverancia necesaria para llegar hasta el final. A menudo, todo se queda en buenas intenciones: «Muchos prueban y por alguna razón abandonan, otros muchos continúan. Y hay quien lo deja un tiempo y cuando puede, regresa», explica el profesor.

«No hay una fórmula mágica para hacer que alguien se meta en una lengua como el árabe o el hebreo. No se puede estimular el estudio, es algo que tiene que nacer de dentro, es una necesidad que uno siente en un momento dado. Como es lógico, aprender una lengua requiere siempre un esfuerzo, pero estas dos en concreto tienen una personalidad muy propia, están muy relacionadas con una cultura: si te gustan esas culturas, te atraen. Si no, será todo mucho más difícil».

En ocasiones, los usuarios prefieren realizar la formación desde casa. Lo sabe bien Antonio García Villarán, profesor de arte que cada jueves tiene una cita en internet con sus alumnos: casi 5.000 procedentes de 99 países han atendido a sus lecciones, según él mismo afirma. «Tengo desde niños de 12 años a gente de 60 años. No existe un perfil definido. Hay quien se mete soñando ser grandes artistas, pero también tatuadores, gente que quiere hacer su primer cómic, diseñadores de videojuegos... Muchos viven en pueblos o sitios donde no hay acceso a una formación artística, y gracias a la red pueden aprender lo que siempre han querido».

«¿Dan título?»

Para este sevillano, «la manera de enseñar está cambiando. Antes los alumnos empezaban preguntando ‘al final del curso, ¿dan título?’ Hoy día ya nadie pregunta eso. Quieren aprender, no obtener un diploma. Y a mí me puntúan, la gente sabe si mis clases son buenas o malas, ponen opiniones... Afortunadamente, soy el profesor de habla hispana número uno de la plataforma digital de enseñanza Udemy», dice. «Por otro lado, he tenido alumnos online que luego han venido a mi academia en Sevilla, Crea 13. Estoy en contacto con ellos, valoro su evolución, aprenden igual que si nos viéramos en persona», añade.