Son y están

«A los médicos ya no se les enseña que para curar a los enfermos hay que quererlos y no solo aplicarles conocimientos»

Rogelio Garrido Teruel. Ginecólogo, Catedrático, Académico de Medicina e impulsor del Proyecto Malawi. Su jubilación como jefe de servicio en el sevillano Hospital de Valme la va a transformar, a sus 70 años, en intensificar sus estancias y su cooperación en Malawi con el orfanato, el colegio y el hospital de unas misioneras que afrontan la lucha contra el sida y la pobreza en uno de los países con peor promedio de esperanza de vida

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
23 dic 2018 / 10:27 h - Actualizado: 23 dic 2018 / 10:34 h.
"Son y están"
  • Rogelio Garrido Teruel en un momento de la entrevista. Foto: Jesús Barrera.
    Rogelio Garrido Teruel en un momento de la entrevista. Foto: Jesús Barrera.

Es un ser humano encaminado a parir felicidad. Rogelio Garrido Teruel nació hace 70 años en Baeza (Jaén) “porque las mujeres iban a parir a su pueblo cuando vivían en una ciudad, incluso si era Sevilla. Si había algún problema en el parto, estaban mucho mejor apoyadas para resolverlo”. Es un eminente ginecólogo, y cada vez es más admirado no solo por su labor en la Medicina durante décadas desde la sanidad pública sino también por contribuir con especial afán a dar a luz y hacer crecer el Proyecto Malawi: iniciativa de cooperación a la salud, la educación y el desarrollo en un país africano devastado por el sida, al que viaja desde hace diez años para arremangarse.

¿Cuáles son sus orígenes?

Soy el primogénito entre cinco hermanos, mi padre era ingeniero aeronáutico y trabajó siempre para el Ejército del Aire. Estaba destinado en Sevilla, en Construcciones Aeronáuticas, cuando yo iba a nacer. Mi madre era maestra, solo ejerció antes de casarse, su mejor magisterio lo ejerció con sus hijos. Si tengo que definirlos con una palabra, mi padre era un modelo de inteligencia, y mi madre lo era con su carácter adorable. Los cinco hermanos fuimos muy estudiosos. Los dos varones somos médicos, mis tres hermanas son abogada, secretaria judicial y farmacéutica.

¿A qué se dedican sus esposa e hijos?

Estoy casado con Chelo Martín Sanz, una persona maravillosa, que ha trabajado como profesora de instituto. Nuestros dos hijos, Pablo y Joaquín, le deben mucho a ella, por su mentalidad muy avanzada. Se planteó que hablaran perfectamente tres idiomas: español, inglés y alemán. Ella consiguió una beca Fullbright, de las más prestigiosas concedidas por Estados Unidos, y estuvo viviendo un año en Maine con los niños, que asimilaron perfectamente el idioma. Yo iba y venía desde Sevilla. A su regreso, pensó que el Colegio Alemán podría ser muy bueno para ellos, y acertó. Eso permitió que los dos hicieran sus carreras en Alemania. Uno es empresario en Almería y otro es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla.

¿Qué le impulsó a ser médico?

La mayor parte de mi infancia y juventud la viví en Granada, a mi padre lo enviaron a la base aérea de Armilla. Estudié en Granada con los salesianos, que son gente fantástica. En el curso preuniversitario, llevaban a diversos profesionales para que nos orientaran: un abogado, un médico, un arquitecto, una farmacéutica... Y para hablar de la carrera de Medicina fue el doctor Pulgar, un cirujano que era famoso en Granada, que había operado a vida o muerte a El Cordobés tras una grave cornada. Y dio una conferencia tan bonita que despertó en mí esa vocación, que después ratifiqué al cien por cien.

¿Y su dedicación a la ginecología?

En Málaga, en el Hospital del Rosario, donde trabajé por vez primera, se le llamaba rotatorio, y descubrí que me gustaba mucho la endocrinología femenina. Ya me especialicé en Madrid, con José Botella Llusiá, la gran figura de la ginecología en España. Empecé en el Hospital de La Paz y él me vio cualidades docentes, y empecé a dar clases. Estuve nueve años en Madrid, y él me abrió puertas para formarme más fuera de España, cada vez yo estaba más volcado hacia la oncología ginecológica. Lo más importante fue mi periodo de dos años en París, en el Instituto Pierre y Marie Curie, en 1979-80.

¿Cómo se afincó en Sevilla?

En septiembre de 1985 gané la plaza de jefe de servicio en el Hospital de Valme. Estaba desde tres años en Zaragoza de titular en el Hospital Clínico, donde se había montado una Unidad de Oncología, y me presenté a la convocatoria. Toda mi familia vivía en Andalucía, y pensé que era una oportunidad. Lo logré, y mi mujer, madrileña, se adaptó muy bien a Sevilla y nuestros hijos nacieron en Sevilla. Con lo trotamundos que he sido, con todo lo que me he movido, mi etapa sevillana parece un paréntesis rápido, pero me doy cuenta de que estamos hablando de 33 años ya en Sevilla.

No le ha ido mal.

Toda mi etapa en Valme he sido muy feliz profesionalmente. Con un grupo maravilloso a nivel personal, y son médicos extraordinarios, muchos de ellos formados por nosotros. Siempre motivándolos para que salieran fuera a ampliar su formación. El primero que daba ejemplo era yo. Nunca quise acomodarme por ser jefe de servicio. Hice estancias en Estados Unidos. Volví a París al Instituto Pierre y Marie Curie. Fui al Hospital Hautepierre de Estrasburgo. Cuando empezamos a usar el láser me fui a Lovaina para aprender con el mejor experto en Europa. En Buenos Aires aprendí con Edgardo Bernardello, el número uno de Suramérica en la mama. Y, por último, porque no quería jubilarme sin conocerlo, estuve cuatro meses en Nueva York en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, el hospital oncológico más importante del mundo. Me trataron muy bien.

¿Qué pensaba, cuando regresó desde Nueva York al Hospital de Valme?

Había constatado que la Oncología que hacemos es excelente y tiene poco que envidiarle a la del Memorial. Porque hoy en día todo el conocimiento está accesible. Si se quieren hacer bien las cosas, se trata de ponerse a ello. Y tener dinero para hacerlas.

Muchos pensamos que España tiene más nivel en Medicina que otros países con mayor renta por la calidad en la formación y por el sentido de la responsabilidad de sus profesionales, desde hace varias generaciones, para mejorar la calidad de vida del conjunto de la población.

Lo ha definido perfectamente. La Medicina española es excelente, de las mejores del mundo. Esto no es chovinismo francés. Tengo un amplio conocimiento de sistemas sanitarios y de hospitales en muchos países, y puedo comparar. Y no debería perderse la calidad en la oferta sanitaria pública, a la que todos tenemos acceso.

¿Cuáles son las claves que preservar?

La formación de los MIR (médicos interinos residentes). Esos cuatro o cinco años de una especialidad, trabajando junto a profesionales que se vuelcan contigo, es determinante para que los médicos españoles sean buenísimos. Y la Administración Pública ha puesto en manos de los profesionales una infraestructura de primer nivel a pesar de ser cara, que permite a los profesionales el ejercicio de su actividad en las más altas cotas. No se trata de comprar y comprar cualquier aparato de última generación, sino de saltos cualitativos. Por ejemplo, cuando planteamos incorporar la laparoscopia, no hubo problema y lo afrontaban presupuestariamente autonomías como la madrileña o la andaluza. O, por ejemplo, cómo Valme tiene ecógrafos de primer nivel.

¿Y cuáles son los errores que evitar?

La calidad del sistema sanitario es un patrimonio que no podemos dilapidar por cutreces del tipo “Vamos a contratar un médico menos”. La Administración tiene que tratar mejor a los médicos y enfermeros, son un patrimonio por su potencial. No puede amargar a los médicos de atención primaria metiéndoles cien enfermos en su consulta. Y la cosa no va a peor por la vocación que tienen casi todos de hacer bien las cosas aunque les maltraten con recortes. Como jefe de servicio, tenía que llevarme bien con los médicos y con la Administración, y saber conjugar sus necesidades. Pero no he dudado en interponerme entre unos y otros para defender la calidad del servicio sanitario. Es urgente frenar la dimensión enorme de la fuga de médicos hacia la medicina privada. Que no es mejor, pero ofrecen más salario y más comodidades.

¿Qué propone?

Comprendo que la Seguridad Social no puede quedarse con todas las personas que forma. Pero sí balancear mejor cuántas especialistas necesita formar, para que ni haya falta de médicos ni para que forme a un número a todas luces excesivo. Me parece aberrante que desde el sistema público, en tanto que empresa de todos, dediquemos tantos recursos a los mejores alumnos, los formamos con tanto esmero, les pagamos para que aprendan, los colocamos a nivel 'top' y que el final de ese proceso sea que una empresa que no ha hecho nada por ellos los contrata y se los lleva. Estas son las situaciones que evitar para defender la sanidad pública como joya de nuestra sociedad.

¿La relación con los pacientes es un aprendizaje continuo? ¿Cómo los pacientes le han hecho mejorar?

Me defino como un médico humanista, establezco muy rápidamente una relación con el paciente. Me adoran más de la cuenta. Yo también les adoro a ellos, sus gestos de afecto hacen de la Medicina una profesión maravillosa. El médico cura con sus conocimientos. Pero, como decía Gregorio Marañón, cura con cariño. Se lo digo a mis alumnos: “A los enfermos hay que quererlos”. Porque te llegan con un problema y quieren encontrar en ti receptividad afectiva, no solo que les cures aplicándoles tecnología. Eso es muy importante. El médico de carácter seco, aunque sepa mucha Medicina, si no es afectuoso con sus pacientes pierde un gran potencial. Podrá ser listísimo, podrá ser un gran cirujano, pero nunca llegará a tocar la fibra sensible del paciente, por la que se cura bien.

¿Se educa a los médicos para el afecto?

En la conferencia de mi ingreso en la Real Academia de Medicina de Sevilla, mis palabras finales fueron para prevenir sobre la deshumanización de la Medicina. Ni una sola asignatura habla sobre la humanización de la Medicina. Se están formando nuevas promociones de médicos 'robotizados', que cuando eran bachilleres estaban presionados por sus padres en la patológica obsesión de sacar un diez, durante la facultad se les inculca la obsesión por publicar una investigación y por hacer el MIR. Pero no se les enseña a cómo compaginar en la relación con el paciente la aplicación de conocimientos y el afecto, no se les enseña a entregarse al enfermo.

¿Qué aconseja?

El médico tiene también que saber ayudar a morir, en el caso de los enfermos claramente terminales. Ahí tiene un compromiso enorme y no puede inhibirse. A la vez que atiende la doble vertiente afectiva y clínica, tiene que aprender a no hacer suya la enfermedad del paciente, porque eso complica mucho su vida personal.

¿Cuándo empezó con más intensidad a ser cooperante?

Lo tuve en mente, y comenzó desde hace más de 15 años. La primera vez fue en Guatemala, un amigo me dijo que para su ONG necesitaban a un ginecólogo, y allí me fui con él, durante cuatro años hice viajes para trabajar en un hospital de Antigua, preciosa ciudad guatemalteca. Y después llegaron las dos experiencias más impactantes, en Haití y en Malawi, que me impulsaron a perseverar con iniciativas duraderas.

¿Es como imaginaba?

La cooperación es muy gratificante porque te dan más de lo que tú aportas, te traes a casa mucho más de lo que dejas en uno de esos países. Es enorme el afecto y la generosidad de cualquier persona por muy difícil que sea su subsistencia o su salud. Muchas personas prueban a ir a países africanos para satisfacer su espíritu misionero, y cuando ya lo han visto y vivido una vez, no vuelven porque no quieren enfrentarse de nuevo con un panorama duro en todos los sentidos. Pero se trata de volver una y otra vez, por muy dura que sea la crisis humanitaria. Como nos sucedió la primera vez que fuimos a Haití, tras el devastador terremoto de 2010.

Cuéntelo.

Desde instituciones como la Diputación de Sevilla y la Universidad de Sevilla, me llamaron con urgencia para montar un equipo y viajar cuanto antes a Haití, porque pronto se supo la envergadura de la catástrofe. Fue muy emocionante que a todos los compañeros de Valme con quienes hablé uno por uno, ya fueran cirujanos, pediatras, etc., todos me dijeron: “Sí, ¿cuándo hay que salir?”. Ni uno me dijo: “Déjame que me lo piense, tengo que hablar con la familia...”. Nos fuimos diez, y no olvidemos que eso supone que otros compañeros en Valme también asumen colaborar de modo indirecto, asumiendo más carga de trabajo cada día que estuviéramos fuera. Cuando llegamos a Haití el impacto fue brutal, tanto por la cantidad de muertos bajo los derrumbes como por la situación de los vivos. Parece mentira que Haití esté tan cerca de Estados Unidos y sea un país con miseria extrema. Porque en África hay pobreza, pero lo de Haití es miseria.

Ponga un ejemplo.

En la puerta de una tienda de campaña pusimos un cartel con la palabra 'ginecología' en francés. Y en poco tiempo se formó una cola enorme, no se veía el final. Eran tanto personas afectadas por el terremoto como otras que en su vida cotidiana no tenían opción de ir a un médico. Estaban machacados tanto por el terremoto como por la miseria.

¿Qué han vertebrado en Haití años después?

Hemos construido un pequeño centro de salud, para el que hemos recabado muchas ayudas en la provincia de Sevilla. Y hemos estrechado lazos con una asociación de amigos de Haití en Nueva York que va a fortalecer la atención en oftalmología y odontología. El próximo mes de febrero volveré allí. La implicación de algunos norteamericanos va a consolidar lo realizado hasta ahora.

¿Por qué Malawi es su prioridad?

Porque fui allí para conocer la labor de unas monjas españolas de las que me habían hablado muy bien. Son de las Misioneras de María Mediadora, una orden de origen gallego, y habían creado un orfanato para los niños huérfanos por el sida. Y me impresionaron. No soy una persona religiosa, ni tampoco anticlerical, pero su ejemplo me atrapó. Llevan treinta años allí, no buscan agradecimiento, lo hacen por sus creencias. Y a solas tuvieron que enfrentarse al azote de una enfermedad que acababa con toda la población. Porque ahora están llegando a África muchos retrovirales para el tratamiento del sida, y la esperanza de vida está en 55 años como promedio. Pero hace veinte años morían como moscas padres, madres, niños, jóvenes, abuelos... Y antes de morir, dejaban a los niños, ya fueran bebés o un poco más crecidos, junto a la puerta de la vivienda de las monjas. ¡Si viera con qué cariño recogen a esos niños!

¿Qué han vertebrado esas monjas?

Además de cuidar y criar a tantos huérfanos como si fueran sus madres, han podido crear un colegio para niñas, que les da vía a aspirar a estudios de más nivel, y un hospital rural muy básico pero lo gestionan de modo fantástico. Desde el Hospital de Valme conveniamos la colaboración con su hospital en Mitundo. Las españolas cada vez son menos, por la falta de vocaciones en España, y están incorporando a monjas de países como India y Colombia, y también que haya religiosas nacidas en Malawi que se dediquen a esa labor con sus compatriotas. A través de la ONG Andaluces por un Mundo Nuevo hemos logrado apoyarlas desde hace 10 años.

¿Cuánto suelen durar los periodos de estancia en Malawi?

Antes eran estancias de dos semanas, tres veces al año. A partir de ahora, estaremos meses, porque queremos ayudar más a quienes hacen una labor encomiable. Yo haré cada vez menos de cirujano, porque a mi edad no puedo estar tantas horas seguidas operando, pero ayudaré en muchos temas, y cada vez estamos involucrando a más gente. Nos hicimos allí una casita modestísima, que solo tiene lo básico para asearte y dormir. Solemos comer con las religiosas, cuya comida es muy elemental pero se esfuerzan en que también nos sintamos a gusto con la alimentación. Hasta ahora, hemos podido llevar de alimentos andaluces como el jamón y el aceite de oliva. Mi esposa también está cada vez más implicada, acaba de jubilarse pero su vocación docente es enorme.

¿Qué les enseña?

Inglés, que es fundamental para abrirles puertas en su propio país. Ella es filóloga inglesa. Malawi tiene como idioma oficial el inglés y el chichewa, pero realmente la mayoría de la población habla el segundo. Pero para muchos trabajos de mejor posición social es básico el inglés. Chelo se está volcando, y las niñas la adoran.

¿Qué equipo médico se desplaza desde Sevilla?

No vamos todos juntos, lo hacemos de modo escalonado, en grupos de tres o cuatro personas, en función del dinero que vamos consiguiendo. Son dos oftalmólogos, que hacen una fantástica labor operando cataratas, y llevan lentes intraoculares; un cirujano, un ginecólogo, un médico de laboratorio, un par de enfermeras, un anestesista, un dentista... Hemos instalado allí ecógrafos que siguen en buenas condiciones y que ya habían sido sustituidos en Valme y en otros hospitales. También impartimos formación médica en cuestiones básicas.

¿Cuántas personas han podido beneficiarse en Malawi de la labor de su equipo?

Nunca lo hemos contabilizado, vamos tres veces al año con la mentalidad de hacer el máximo dentro de nuestras posibilidades, y sabiendo que eso es una gota en el océano. Nos centramos en pensar: esa persona tiene un tumor, la operamos y resolvemos su problema. Y otra, y otra... Si tuviéramos que considerar la situación general del país, entonces no iríamos. Porque allí son millones de personas las que necesitan mucha ayuda, y si no estuvieran las ONG, Malawi se colapsaría de inmediato.

Para vertebrar proyectos de cooperación en países tan desestructurados, ¿son de fiar las autoridades, las instituciones, las entidades benéficas?

Por mi experiencia, también en países como Nicaragua y Honduras, siempre buscamos acuerdos con órdenes religiosas cristianas. Es lo único fiable y que funciona, dan el callo. Todo lo demás no funciona. Ni los gobiernos. Así de claro. Por ejemplo, en Malawi, la red de hospitales que sostiene al país es la de los creados por religiosos canadienses, españoles, franceses, japoneses... En cambio, el principal hospital de la capital, público, es un desastre. Respecto a las ONG, el 90% de quienes están implicadas en ellas son personas muy honestas. Ahora se extiende el prejuicio de la mala fama por los escándalos causados por las manzanas podridas que hay en cualquier colectivo humano. Y eso causa desconfianza hacia quienes solicitan ayuda.

¿Es incómodo tener que explicar la bondad de sus fines ante quienes recelan del prójimo?

Tienes que explicar la realidad con sencillez y con claridad. Hacer ver que ni tenemos ni vamos a tener un 'staff' de personas que vivan de una labor burocrática. Contar con total transparencia a qué se destina el dinero que recaudas. Y así hemos logrado sumar muchos pequeños apoyos de ayuntamientos de la provincia de Sevilla, y de Diputación, y de muchas personas a título particular.

¿El talante humanista se refleja en su mirada?

Confío en las personas. Cada persona tiene una dimensión positiva, hay que saber verla para que la saque, y eso te enriquece. Convivir con buenas personas te hace la vida más fácil.

¿Jubilación es para usted la continuación de sus pasiones con otro ritmo?

Voy a seguir colaborando en Malawi. Aunque sean doce horas de vuelo, veo cómo hay monjas con mucha más edad que yo y siguen volando hasta allí. Si ellas pueden, cómo no voy a poder yo. Además, me gusta mucho la Historia del Arte, me encanta viajar, disfruto con la naturaleza. Conozco más de medio mundo, lugares como Australia, la Patagonia, Canadá,... Ahora me ilusiona hacer un viaje en el tren Transiberiano.