«Acercar los libros a la gente para que sea feliz y mejor da sentido a mi vida»

Librera de El Gusanito Lector y presidenta de la Asociación Feria del Libro de Sevilla. Lleva 22 años demostrando cómo una librería de barrio puede ser foco de buena cultura y pabellón de la vecindad tan valorada por personas de todos los orígenes y edades.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
17 dic 2017 / 10:37 h - Actualizado: 17 dic 2017 / 10:43 h.
"Son y están"
  • Esperanza Alcaide, en el interior de la librería El Gusanito Lector, creada por ella en la calle Feria. / Jesús Barrera
    Esperanza Alcaide, en el interior de la librería El Gusanito Lector, creada por ella en la calle Feria. / Jesús Barrera

Esta entrevista no es un cuento de Navidad. Es una historia de amor a los libros que no pasa de moda ningún día del año. Una pasión más interminable que la novela de Michael Ende. Esperanza Alcaide Rico ha hecho de su vida un libro abierto en el 120 de la sevillana calle Feria, que responde al nombre de Librería El Gusanito Lector. Es un personaje de vecindad y de universalidad. Admirada por quienes la conocen dentro y fuera de su barrio. “Esta es mi convicción más sólida: Los libros hacen a las personas más felices y mejores. La idea de acercar los libros a los demás me parece una función social importante. Es algo que le da sentido a la vida. Estructurar tu vida en torno a algo que te apasiona y con lo que cubras tu viabilidad económica de la mejor manera posible. En el que irte de vacaciones a las Islas Seychelles no es tu prioridad”.

Permítame que le pregunte por sus orígenes.

Nací en Sevilla hace 61 años. Mi padre era un panadero asalariado y mi madre era peluquera. Cuando se casaron, ella se dedicó a ser modista trabajando en casa, mi padre no quiso que siguiera siendo peluquera. Tuvieron tres hijos, soy la pequeña de mis hermanos. Estoy casada desde hace 40 años, mi marido había tenido otro matrimonio antes y era padre de siete hijos. Han crecido conmigo. Para mí son mis niños. Y con ellos disfruto de ocho nietos y dos bisnietos. Siempre he vivido en el barrio de la calle Feria. Estudié en el Colegio Santa Marina, en una época de segregación por sexos. Mi hermana y yo, en el Santa Marina, y mi hermano iba al Padre Manjón.

¿Quién le despertó la pasión por los libros?

Mi padre. Nosotros éramos una familia económicamente muy pobre. Pero pobres solo en dinero, no en valores. Él no podía conseguir buenos empleos, y como no tenía dinero para comprar libros, los conseguía de saldo en el mercadillo del Jueves y los arreglaba pacientemente. Los desmontaba, cosía, encolaba, les ponía cartón, los forraba con el papel azul que era el único de entonces para eso, y les ponía el título, escribiéndolo con una letra muy bonita, en una etiqueta preciosa con recuadro que pegaba con goma arábiga. Eran para nosotros, sus hijos. Porque tenía pasión por los libros. Era el mayor de once hermanos. Empezó a trabajar cuando tenía ocho años. Soñó con ser mecánico de aviación pero no pudo estudiar. Nos inculcó el afán de aprender.

¿Por qué no podía acceder a empleo bien remunerado?

Fue represaliado por los golpistas de 1936 y durante la dictadura franquista. Era amigo de José Díaz y Saturnino Barneto, los principales dirigentes del comunismo y anarquismo en Sevilla durante los años 30. Su madre y su hermano fueron asesinados, parece que están en la fosa común de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla. Mi padre estuvo encarcelado muchos años, y sometido a trabajos forzosos en el Valle de los Caídos, y en el Canal de los Presos junto a Dos Hermanas.

¿Usted lo sabía cuando era niña?

Durante nuestra infancia en casa no se hablaba de eso, ni de política. Estaba prohibido. Cuando sus hermanos iban a ver a mi padre, no decían nada de esos temas del pasasdo porque no quería que nos condicionara. Y vivíamos con normalidad la relación con él. Y a la vez asumimos valores que no eran frecuentes en las familias de aquella época. Tanto mi madre como mi padre nos educaban bajo criterios de igualdad. El dinero que hubiera para estudios, se repartía por igual para los tres, y no solo para el varón, como era común entonces. Los tres aprendimos por igual a ser autosuficientes en las labores del hogar. Como repetían los dos: “para tener criada y para manejar dinero, todo el mundo está ‘preparado’. Hay que prepararse para cuando en la vida vienen las cosas mal dadas, y cuanto más sepas hacer, mejor”.

¿Lecturas que recuerde haber vivido en aquellos años de infancia?

Recuerdo ‘Ben Hur’. Mi madre nos leía en voz alta a sus tres hijos los tebeos del Jabato. Y con 13 años, estando yo con gripe, recuerdo que mi madre me consiguió un libro de aquella colección de bolsillo de Editorial Salvat con RTVE. ‘La muerte de una dama’, novela de Llorenç Villalonga. Me encantó. Es una descarnada descripción de la clase social alta, en torno a la agonía de una vieja dama.

¿Cómo empezó en el mundo laboral?

Cuando terminé el bachillerato me puse a trabajar, siempre en comercios, en librerías, durante fases eventuales. En los periodos sin trabajo, avanzaba más en mis estudios. Hice la carrera de Historia por la Universidad de Educación a Distancia (UNED). A partir de los 20 años, me he dedicado siempre a las librerías. Cuando montaron el primer VIPS en Sevilla, en el barrio de Los Remedios, me contrataron para ser la encargada de su librería. Lo planificaron con mucho tiempo y estuve primero trabajando en uno de Madrid para formarme. Ejercí esa labor durante tres años en Sevilla, aprendí muchísimo, y lo dejé porque las condiciones de trabajo eran insufribles.

¿Decidió crear su propia librería?

En ese momento no era mi plan. Pero me topé con un obstáculo grave: descubrí que, también en el sector de las librerías, no contrataban a mujeres con más de 30 años. Por los prejuicios habituales sobre las mujeres (embarazos, atención a los hijos...). Yo necesitaba trabajar, y monté lo que pude: una tienda de prensa y revistas, con algo de libros. Empecé en el pasaje del multicines Alameda. Pronto me fui a un local en el 121 de la calle Feria. Y años después, en 1995, me ofrecieron el del número 120, que había sido tienda de comestibles y donde me atreví a crear El Gusanito Lector.

¿Por qué la llamó El Gusanito Lector?

Porque ratón de biblioteca no sonaba bien. Y la expresión anglosajona equivalente a ratón de biblioteca es gusano de los libros. Horrorosa, pero si la pones en diminitivo, sí funciona.

Entonces, para casos como el suyo, no se aplicaba la etiqueta ‘emprendedor’.

Y eran tiempos más fáciles. Yo quería arriesgar poco desde el punto de vista económico, porque mi marido estaba enfermo, y nuestros ahorros eran modestos. Pero las facilidades que me dieron el dueño del local, el director de la sucursal de la Caja de Ahorros El Monte de mi barrio, y las editoriales para facilitarme libros, hoy no las encuentras ni en el sector inmobiliario, ni en los bancos ni en las editoriales. Ese tipo de relaciones de confianza se van perdiendo.

¿Qué baza jugó para generar ingresos?

Dado que una librería obliga a tener mucho dinero inmovilizado: miles de libros a la espera de quien los compre, mantuve la venta de prensa. En esa época se vendían muchísimos ejemplares de periódicos, y esa entrada constante de dinero me ayudaba a pagar la inversión en la librería. Además, me vi arropada por los compañeros de las librerías Padilla, Repiso, Reguera, La Roldana, entre otras. ¡¡Cuántos cables me echaron!!

¿Cómo ha superado la retracción del consumo en las crisis económicas y la migración de la lectura hacia los soportes digitales?

Cuando equilibré las cuentas y pude potenciar la librería como foco de actividades, además de otros proyectos, llegamos a ser cuatro personas en nómina. Cuando aparecieron las nuevas dificultades económicas, fui al banco para consultar. Y me abroncaron por mantener a trabajadores conmigo, me dijeron que era una inconsciente incluso teniéndolos a media jornada, porque eso me iba a hundir. Todos los ahorros me los comí porque no quería despedir a nadie, eran compañeros excepcionalmente buenos. Fueron consiguiendo otros trabajos y ya me quedé sola. Durante dos años, para estabilizar mi actividad, llevé la librería en solitario, trabajando todos los días de cada semana, entre 12 y 14 horas al día. Ahora ya tengo a una persona conmigo a media jornada. Desde hace un par de años va recuperándose la compra de libros. Y tengo la complicidad de un público magnífico.

¿Son ciudadanos que prefieren el ambiente de una librería al de las grandes superficies?

Sí. Cada persona, con su pequeño monedero, con su pequeña economía, decide quién sobrevive y quién muere. No abunda la conciencia de hasta qué punto tenemos poder como consumidores.

Todos necesitamos ahorrarnos dos euros en esto y dos en aquello. Pero también necesitamos comercios en nuestros barrios, porque cumplen muchas funciones sociales. Entre ellas, la mayor seguridad. Los barrios sin panaderías, fruterías, librerías, etc., son más peligrosos.

¿Cómo logra usted transmitir esos valores?

Creo que he conseguido, porque me gusta la gente, que quien acudía solo a comprar el periódico se habitúe a buscar en la librería como opción para regalar. Que lo siente como un espacio de puertas abiertas, y compre un buen libro que le sirva de regalo. No se trata de pedir que compren porque les demos pena. Como sucede en Inglaterra, según me dijo la escritora Nell Leyshon, que estuvo hace un par de meses en mi librería presentando su novela ‘El color de la leche’. Me confesaba que en su país ya no quedan librerías de barrio con este encanto, porque casi toda la gente compra libros en Amazon a mitad de precio.

¿Es demasiado desigual la competencia?

En España la estamos soportando porque la legislación defiende el precio fijo del libro. Y la Confederación Española de Librerías hace lobby en Bruselas para ello. No solo da opciones de subsistencia a las librerías, sino que también respalda la libertad de las pequeñas editoriales. Porque si solo se publican los libros que interesan a quienes manejan mucho dinero, se reduce mucho la diversidad y la independencia. Por ejemplo, las grandes editoriales prefieren obviar los temas de memoria histórica en España y optan por publicar libros sobre la II Guerra Mundial.

¿Se esfuerza en integrar la diversidad sociológica que se percibe en su barrio?

Siempre ha sido una zona de Sevilla a la que han llegado personas de fuera para asentarse. Conviven muchos vecinos veteranos con los foráneos, es algo natural. Mi madre tiene 94 años, vive conmigo al lado de la librería, va en silla de ruedas, y en los días de buen tiempo se pone un rato junto a la puerta. Y lo mismo puede hablar con un travesti que con una señora que va a misa, con una chica joven que lleva poco tiempo en el barrio, con un actor,...

¿Las actividades son clave para crear comunidad?

Sin duda. Por ejemplo, para esos abuelos que venían solo a comprar el periódico, y se encuentran un taller, un cuentacuentos, una autora presentando su libro, una ilustradora dibujando, un concierto... Y se quedan, y comienzan a traer a los nietos, y entienden que comprarles un libro no es solo regalarles un objeto.

Un ejemplo reciente de actividad que le haya reportado especial satisfacción.

Hicimos en la librería la presentación de una editorial. Horas antes, llevaba esa editorial a un autor a una gran superficie. Nosotros tuvimos 30 niños participando, porque habíamos difundido bien la convocatoria. Y se vendieron libros, que me permitieron pagar los gastos. No tengo más aspiraciones. En cambio, en los grandes almacenes, el autor se encontró con que el espacio no estaba preparado, no habían convocado a niños, los empleados no sabían nada del libro. Solo había un cartel pequeño. Y no fue nadie.

¿A qué le llama aspiraciones? ¿Los profesionales del sector libro tienen que conformarse con ser felices por amor al arte y sin aspirar a ganar dinero?

A quien piense así le diría que a mí me gustaría poder cambiar de coche. A mí también me gusta viajar. Y el buen vino. Y el jamón. Y las gambas del restaurante Jaylu. Ya me gustaría comerlas...

¿Cuántos libros tiene como depósito que supone patrimonio inmovilizado?

Unos diez mil.

¿Cuál es el beneficio que obtiene por vender un libro?

Como todos los libreros, el 30% de cada ejemplar. Siempre es ese porcentaje, sea un libro de bolsillo o uno lujoso sobre arte.

¿Su clientela es consciente de todas las horas de trabajo que hay detrás para gestiones, almacén, ordenar y colocar libros, leer nuevas publicaciones, difundir por redes sociales...?

Hay amigos y clientes que lo saben. Y unos y otros me ayudan a decorar la librería, tiro de ellos.

En mi caso, el trabajo no es una cosa aparte, es algo que voy haciendo al mismo tiempo que voy viviendo. Y si mi madre me llama y me dice: “Me encuentro mal. Ven”, al primer cliente de confianza que pase lo dejo al frente del establecimiento mientras he ido llamando al médico. Y eso lo sabe todo el barrio. Y han sabido cobrar, y resolver la atención al público, mientras yo retornaba.

Imagino que leerá por las noches.

Sí, por las noches. Y al mediodía si saco un rato. Porque los clientes, cuando empiezo a recomendar un libro, me dicen: “¿Pero tú lo has leído?”. Y si no lo he leído, me piden algo que yo haya leído. Entonces, tengo que leer porque no sé mentir.

¿Qué están comprando más hombres y mujeres, ya sean adultos o jóvenes?

De un par de años para acá se están vendiendo muchísimo más los ensayos sobre feminismo. Y lo están comprando mucho más ellas, aunque ellos también. Porque quieren conocer el tema. Mi nieto, de 18 años, anteayer me dijo que si le podía llevar algo para él tener idea. Recomiendo a una autora como Pura Sánchez, historiadora y profesora del IES Velázquez, explica muy bien los temas. Muchos adolescentes prefieren el libro ‘Todos deberíamos ser feministas’, de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. En general, los hombres compran más ensayo y las mujeres más narrativa. Entre las personas de 30 años, sea cual sea el sexo, el autor preferido es el japonés Murakami.

En librerías como la suya, ¿Navidad es la época de mayores ventas?

Es una época fuerte, pero la mejor del año es septiembre y octubre. Confluyen las ventas de libros de texto antes de comenzar el curso, los libros recomendados para lecturas en la actividad escolar, y las ganas de leer novedades que tienen los clientes adultos después de las vacaciones. Igual que normalizan en esas fechas otros hábitos culturales: volver a ir al teatro, a un concierto...

Cada vez hay más personas de 55, 60 y 65 años, jubiladas antes o después de la edad oficial, que tienen buenas condiciones de salud y están ávidas de la cultura a la que no tenían acceso en su mocedad. ¿Son también parte del nuevo público de una librería?

Sobre todo a las actividades: talleres de escritura, conferencias,... Se apuntan mucho. Y son un público con una economía estable. Mejor o peor, pero estable.

¿En qué debe mejorar sobre todo la Feria del Libro de Sevilla?

En internacionalizarse, implicando a instituciones culturales y embajadas de otros países para que podamos tener autores extranjeros. Espero que en la edición 2018 ya logremos crecer de esa manera. El proyecto que, a petición de la comisión organizadora, nos han presentado Verónica Durán y Nuria Lupiáñez para dirigir la Feria es muy ilusionante. Además, en 2018 las librerías de Sevilla vamos a ser anfitrionas del congreso nacional de librerías. Lo haremos del 7 al 10 de marzo en el Caixaforum. Tenemos que conectarlo con la ciudad.

En muchos barrios de Sevilla no hay librerías. Varias generaciones se han criado en barrios donde, como mucho, existe una papelería que además tiene algunos libros. ¿Cómo se esfuerzan desde el sector librero para aminorar esa carencia estructural en las semanas sin Feria del Libro en Plaza Nueva?

Muchas librerías montamos ferias del libro en los colegios, en coordinación con sus equipos directivos y docentes. Por ejemplo, yo lo he hecho varios años en el Colegio Ángel Ganivet, en Sevilla Este. Es admirable lo que promueven en dicho colegio. Por ejemplo, un año consiste en una semana con la mitología como eje, y decoran de modo tematizado aulas, pasillos, salones,... Todo elaborado con los alumnos. Y todas las lecturas y actividades estaban relacionados con los mitos. Se nota que los niños aprenden muchísimo. A mí me piden que, además de libros que compran habitualmente, que lleve para vender muchos relacionados con ese eje temático que trabajan con los alumnos. También formo parte del evento enseñándoles a diseñar marcapáginas, carteles... Y en ese contexto, sí, vendo libros. No hay que avergonzarse de eso. Es mi trabajo, y yo vivo de vender libros, tan digno como cualquier otra profesión.

¿Otros colegios donde hagan actividades tan esmeradas en pro de la lectura?

Por ejemplo, el Instituto de Secundaria Macarena. Un año montaron la semana de la novela negra, y los adolescentes tenían que resolver un asesinato. Otro año eligieron como tema la sociedad sobre la que alerta la novela de ciencia ficción Fahrenheit 451. También me gustó mucho cómo un colegio de Torreblanca convirtió la biblioteca en un restaurante, y su animación consistía en ‘saborear’ libros de Gloria Fuertes.

Como ciudadana de Sevilla, ¿cómo enjuicia la evolución de la sociedad sevillana?

Me ha sorprendido su ensimismamiento en los últimos veinte años. Pensé que iba a evolucionar de una manera más abierta. Demasiadas familias están educando a los niños con mucho miedo. Antes nos enseñaban a volar más jóvenes. Hace muchos años que percibo cómo la mayoría de los padres no enseñan a volar a sus hijos. Se han hecho conservadores e influyen en que sus hijos sean conservadores. Tienen tanto miedo de perder lo que poseen que no se arriesgan nada. Y, por definición, eso te hace conservador.