«Andalucía, en lo que va de siglo XXI, nada sustancial ha cambiado respecto a su situación a finales del XX»

Rafael Sánchez Mantero. Catedrático Emérito de Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad de Sevilla. Una voz autorizada para hablar de Andalucía, de Cataluña, de España, de Europa, de Gibraltar y de otros temas que ha estudiado a lo largo de más de medio siglo. Le preocupa mucho “que en el mundo de hoy a la política solo se dedican los mediocres”

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
25 nov 2018 / 09:48 h - Actualizado: 25 nov 2018 / 10:19 h.
"Son y están"
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Con libros como 'Fernando VII', 'Liberales en el exilio', 'El siglo de las revoluciones en España', 'Miradas sobre España', 'Historia breve de Sevilla', 'Historia breve de Andalucía', entre otros muchos, ha logrado ser de los expertos con mejor capacidad de divulgación para que la ciudadanía conozca y entienda los antecedentes de nuestro devenir histórico. Cuando el Gobierno francés condecoró al catedrático Rafael Sánchez Mantero como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, por su contribución a la difusión de la Historia y la Cultura francesas, rendía tributo a la dimensión cosmopolita de un sevillano que vive tal y como escribe: Ilustración sin fronteras. En su domicilio le entrevistamos para hablar de pasado, presente y porvenir.

¿El Porvenir ha sido siempre su barrio?

Sí, en él nací en 1940. Un barrio muy tranquilo, cuyo caserío se hizo para la Exposición Iberoamericana de 1929. Estaba comunicado con el centro mediante dos líneas de tranvía, el 3 y el 24. Entonces se decía: “voy a Sevilla...”.

¿Dónde estudió en su infancia y adolescencia?

Aprendí a leer a los cuatro años en el colegio de Doña Pepita, muy entrañable, con niños del barrio. Después, pasé a un colegio cercano, en Eritaña, donde había un magnífico profesor que recuerdo todavía, Don Felipe. A los ocho años nos enseñaba a encuadernar libros. Ese colegio cerró y mis padres me matricularon en la Escuela Francesa, donde estuve hasta que terminé el Bachillerato. Como no tenía preuniversitario, y todos los alumnos pasábamos al Instituto San Isidoro, y en él me examiné de preuniversitario.

¿En qué trabajaban sus padres?

Mi padre era abogado y funcionario de Correos. Llegó a ser jefe de Correos en Sevilla. Y mi madre era ama de casa. Tengo un hermano mayor, también licenciado en Geografía e Historia, catedrático de instituto, ya jubilado. Estuvo muchos años en el Instituto Fernando de Herrera. Su interés por la Historia me influyó. Porque empecé la carrera de Derecho secundando a mi padre. Pero pronto vi que no era la mío. Y descubrí que mi vocación estaba en la investigación histórica.

¿Cuál es hoy en día el mapamundi de su familia?

Tenemos cinco hijos y ocho nietos. El primogénito es economista y trabaja en Sevilla. La segunda estudió Física y está también en Sevilla, trabaja en Telefónica. El tercero es ingeniero industrial y vive en Vevey (Suiza), trabaja allí desde hace seis años y es probable que termine en ese país su periodo laboral. La cuarta, licenciada en Geografía, trabaja en Médicos Sin Fronteras, ahora lo hace en Sudán. Ha vivido en zonas conflictivas de muchos países, sobre todo ayudando en África. Estuvo un par de años en Yemen, soportando los bombardeos de la aviación de Arabia Saudita en ciudades donde no solo había rebeldes sino población civil que nada tenía que ver con el conflicto. Y la quinta está ahora en Madrid, tras vivir varios años en Edimburgo, su esposo es escocés y han podido trasladarse a trabajar a la capital de España.

¿Cuándo descubre que la España de su juventud era muy distinta política y socialmente a aquella Europa de los años cincuenta y sesenta?

Cuando entré en la universidad, porque tenía interés en aprender bien el inglés, una actitud que era casi de pionero en aquellos años. Y a través de unos programas que tenía el SEU (Sindicato Español Universitario), me apunté para recoger fresas en Tiptree (Inglaterra). Así podía mantenerme allí, porque mis padres no me podían financiar la estancia durante tanto tiempo. En los barracones convivíamos estudiantes de toda Europa: italianos, suecos, húngaros, polacos, checoslovacos,... Incluso de países que estaban tras el 'telón de acero'. Fue una experiencia muy interesante, además de perfeccionar el inglés. Algunos nos increpaban a los españoles: “Ustedes son la dictadura de Franco...”. Y yo me defendía diciéndoles: “Sí, pero somos la España del Real Madrid”. Era el escudo ideal para que te respetaran, porque en esos años el Real Madrid ganaba siempre la Copa de Europa y era admirado.

¿A través del dominio del francés y del inglés abrió su mente a una perspectiva intelectual más amplia?

Siempre he tratado de levantar la mirada por encima de las fronteras. De ahí que haya dedicado parte de mis estudios a la Historia comparada. Porque yo fui forjándome la idea de que los españoles no somos tan diferentes de otros europeos. En aquella España se vivía bajo una dictadura muy férrea, cuando salía a otros países leía libros que estaban prohibidos, hablaba con otras personas del ambiente universitario. En aquella época se estaba difundiendo el eslogan, a mi modo de ver muy desgraciado, que inventó Fraga Iribarne para atraer el turismo: “España es diferente”. Pero los problemas de los españoles en muchos momentos de su Historia son similares a los que existen en otros países. En todas partes cuecen habas. En mí fue naciendo una idea de pertenecer no a una cultura andaluza, no a una cultura española, sino a una cultura europea. Eso fue muy definitorio para el camino que yo emprendí en la carrera de historiador, tanto en la docencia como en la investigación.

¿En la Universidad de Sevilla durante los años 60 tenía más o menos peso que ahora la tendencia de las camarillas endogámicas?

La Facultad de Geografía e Historia tenía un ambiente muy distinto al de ahora. Todos nos conocíamos. Tuve la suerte de aprender con una hornada de nuevos catedráticos que procedían de fuera de Sevilla y vinieron a cambiar el panorama de la universidad. Eso difícilmente ocurre hoy, donde hay una situación más endogámica. Llegaron, entre otros, Antonio Blanco Freijeiro, catedrático de Arqueología, que nos abrió unas perspectivas extraordinarias. Y nos invitaba después de las clases a tomar café en el Bar Coliseo, donde hablábamos también sobre novelas y películas del Oeste. Llegó también José Luis Comellas, quien después me dirigió la tesis. Él me descubrió el camino de la Historia de España Contemporánea por su capacidad pedagógica. Y esa hornada de nuevos profesores se sumaron a los que ya estaban y tenían bien ganado prestigio, como Juan de Mata Carriazo, José Antonio Calderón Quijano, Francisco Morales Padrón. Era una universidad donde había verdaderos maestros, con los que existía un contacto muy familiar, lo cual nos permitía no solamente atender a sus clases, sino generar una cierta amistad que era muy enriquecedora.

También será posible hoy esa relación maestro-discípulo.

Es muy difícil en cualquier universidad española, y específicamente en la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla, que está tan masificada. Hay, ocasionalmente, algún alumno destacado que tiene interés por una asignatura y con el que uno puede trabajar más. Pero en la mayor parte de los casos, el grueso del alumnado va a las clases (algunos ni aparecen por las aulas), y cuando termina la hora de clase, desaparecen, y uno no los ve ya hasta la clase siguiente.

¿Cuáles fueron sus primeras investigaciones?

Con una beca de intercambio entre la Escuela de Estudios Hispanoamericanos y la Universidad de Duke (Carolina del Norte, Estados Unidos), a la que yo fui el único de la clase que podía aspirar porque era el único que hablaba inglés, estudié la posición política de la España de Carlos III ante la independencia norteamericana respecto de Gran Bretaña. Porque en la espléndida biblioteca de la Duke University está la correspondencia del primer embajador de los EEUU en España, John Jay. Y después, gracias a una beca de la Fundación Juan March, investigué en Francia, en sus Archivos Nacionales, los levantamientos militares durante la monarquía de Luis XVIII, coetáneos a los del reinado de Fernando VII en España.

¿Le marcaron el camino a seguir?

Me encaminaron a hacer investigación histórica sobre España manejando fuentes documentales de diversos países. Con la orientación de José Luis Comellas, mi maestro, fueron mi tesina y mi tesis doctoral. Trabajos con los que descubrí que un tema como el de los levantamientos militares, que en España se planteaba como un problema muy específico, en realidad se daba también en Francia, y con características similares. Allí el caldo de cultivo era el descontento de muchas personas que habían sido soldados u oficiales en el Ejército napoleónico durante sus años de esplendor, y, tras la paz, con la restauración monárquica, vieron reducidos a la mitad sus ingresos y se sintieron relegados en la sociedad. En España, similar descontento y minusvaloración económica y social lo vivieron muchos guerrilleros, tan admirados durante la Guerra de la Independencia.

Andalucía padece más aún el estereotipo de ser considerada muy diferente al resto de España y de Europa.

Soy enemigo de los estereotipos. El del andaluz, que surgió en el siglo XIX durante la época del Romanticismo, funciona muy bien como atractivo folclórico pero nos perjudica en gran manera. Cuando somos para los demás un pueblo perezoso, poco trabajador, jaranero, siempre apoyado en la barra de los bares,... No es cierto. Puede que haya gente así, pero en Andalucía hay gente muy laboriosa, que trabaja muy bien, que es muy concienzuda, de la misma manera que la hay en Cataluña, en Galicia o en el País Vasco. En mis estudios sobre Andalucía he hecho ver que el carácter de los andaluces, y la forma de pensar de los andaluces, en términos generales, participan de las mismas cuestiones negativas o positivas que el resto de los españoles.

¿Por qué perdura ese estereotipo, dos siglos después? ¿Por qué Andalucía no alcanza las cotas de prosperidad de otras regiones?

El andaluz no tiene una forma de ser que le impida alcanzar los niveles de desarrollo de otras regiones españolas. El gran pecado de Andalucía, desde el siglo XVII, es vivir de la nostalgia de su esplendor económico basado en el monopolio comercial con América a través de Sevilla y Cádiz. Tratar de recuperar lo que era imposible. Fijarse demasiado en el pasado y no mirar hacia el futuro. Cuando España perdió las colonias, Andalucía se vio relegada a una situación de crisis permanente. Perdió población, perdió atractivo para los empresarios extranjeros que acudían a asentarse. La nostalgia ha sido muy perjudicial para el desarrollo de Andalucía.

Su 'Historia breve de Andalucía', editada en 2001, abarcaba hasta finales del siglo XX. Si ahora la ampliara hasta el 2018, ¿qué diría sobre la Andalucía de los primeros años del siglo XXI?

No hay muchos cambios sustanciales en la marcha de nuestra región, con respecto a los años finales del siglo XX. Un mismo partido político que sigue formando gobierno. Unos problemas económicos, educativos, laborales, etc., que siguen siendo los mismos. En lo que llevamos de siglo XXI, no veo que haya habido una aportación significativa para transformar esta región. Ni siquiera en las perspectivas de futuro para tratar de poner las bases hacia un despegue definitivo en los años venideros.

¿La monarquía española corre riesgo de volver a dar paso a un periodo republicano?

La monarquía ha desempeñado un papel importantísimo en la historia española, y puede desempeñarlo en el futuro. Siempre apelo al concepto de monarquía compuesta que definió mi otro gran maestro y amigo, el historiador británico Sir John Elliott. España fue una monarquía compuesta, mediante la unión de varios reinos, y puede dar satisfacción a las aspiraciones identitarias, que no separatistas, de distintas regiones españolas.

Es el traductor al español de libros de Elliott, como el último, 'Catalanes y escoceses'. ¿Se esperaba una crisis tan grave como la que se vive ahora en Cataluña?

Elliott conoce las particularidades de Cataluña porque ha estudiado muy bien su historia. Y en público lo ha dicho sin ambages: considera un delirio el separatismo catalán. En el siglo XXI se tiende a unir, no a disgregar. Intentar separarse del resto de España le parece una locura, una actitud incomprensible. He aprendido mucho al colaborar con él. Pone de manifiesto que no tienen sentido las reivindicaciones y agravios de recuperar un estatus basado en siglos pasados, pues Cataluña nunca fue un reino independiente. No pueden alegar que se les ha arrebatado: o fue parte del Reino de Aragón o del Reino de España.

¿Ese libro ha sido acogido como agua de mayo en algunos sectores de la sociedad catalana?

Elliott era consciente de que no iba a ser bien recibido en los ambientes más radicales. Pero en el ámbito académico hay un núcleo importante de intelectuales y profesores universitarios que están en la misma línea de Elliott. En quien influyó Vicens Vices, el gran maestro de los historiadores catalanes, que deshizo muchos mitos sobre la historia de Cataluña y eso le sirvió a Elliott para entender la historia de Cataluña con respecto al resto de España.

¿La salida de Gran Bretaña para desmarcarse de la Unión Europea era inevitable?

Su incorporación a la entonces Comunidad Económica Europea fue muy llamativa, encajó bien y reforzó mucho la idea de Europa como organización con peso en el mundo. Y digo que fue muy llamativa porque Inglaterra siempre ha gustado de mantener distancias respecto a Europa. Pero ha salido a flote, por una torpeza de Cameron como primer ministro, el sentimiento identitario y diferente de la población inglesa. El 'brexit' es un golpe muy duro para Europa, que está atravesando una crisis por la falta de líderes que consoliden el proyecto común de la Unión Europea. Tan valioso, sobre todo teniendo en cuenta lo que había sido la historia de Europa durante la primera mitad del siglo XX. No son tiempos esperanzadores.

¿Qué problemas le preocupan más?

Los dos fundamentales ahora en Europa son el resurgir de los nacionalismos y la falta de estrategia política para gestionar la inmigración. El primero, por el rechazo a que las decisiones se tomen desde Bruselas, y se argumenta que la mejor manera de decidir sobre su destino es conseguir la independencia de mi tribu. Esos nacionalismos en Escocia, Córcega, Norte de Italia, Cataluña, País Vasco, etc., son un cáncer para Europa. El segundo, por la sensación de saturación que hay en países como Francia y Alemania en la acogida de inmigrantes procedentes de países africanos o asiáticos. En España aún no hay tanta cantidad pero también sucederá. Europa es el balneario al que se quiere llegar desde tantos países del Tercer Mundo que sufren miseria, hambre y todo tipo de dificultades. ¿Cuál es la solución: abrir las puertas de par en par, o establecer un cupo para la emigración extranjera, como tiene Estados Unidos?

¿El miedo a la incertidumbre en una sociedad global y más cambiante, está reactivando la vieja mentalidad del temor a lo desconocido? Porque la demonización de los inmigrantes también está calando en ciudades europeas donde casi no hay africanos o asiáticos.

Los miedos proceden también de los actos terroristas. Y del temor a la pérdida de identidad, en quienes sienten miedo cuando ven cada vez más inmigrantes en sus calles, y abrirse mezquitas, y entra en la enseñanza hablar de otras culturas y religiones. Ese miedo provoca actitudes xenófobas, racistas, y tiene consecuencias políticas: el fortalecimiento de partidos de extrema derecha, populistas, que rechazan ese tipo de emigración.

Gibraltar es un tema que ha estudiado mucho. ¿España recobrará pronto su soberanía?

Seguirá siendo británico. Recuperar la soberanía de Gibraltar es una ilusión que bien está para un horizonte muy lejano. Lo que a mí siempre me ha parecido un abuso es la ocupación de un territorio que no figuraba en el Tratado de Utrecht, firmado en 1713, y que Gran Bretaña ha tomado como suyo: la zona que va desde el castillo hasta la frontera de La Línea, donde actualmente está el aeropuerto. Fue una usurpación que se llevó a cabo como consecuencia de la debilidad internacional de España durante el siglo XIX. España no supo reclamar ese territorio que ocuparon ilegalmente los ingleses, y ese sí es un territorio que corresponde a España y que España no debe dejar de reclamar permanentemente.

Ha estudiado a muchos políticos de la Historia de España. ¿Cómo define a la clase política española actual, tanto la que está gobernando como la que ejerce la oposición?

La clase política española está padeciendo el mismo problema que la del resto del mundo: hay falta de líderes. La política, hoy, no atrae a las buenas cabezas, y a ella se dedican solamente los mediocres. Está tan desprestigiada la política que una persona con buena formación intelectual, capacidad de liderazgo y capacidad de emprender cosas, se dedica a otros asuntos y no a la política. Huye de la política, y eso es terrible porque están dejando los puestos políticos a gente que no tiene una capacidad para afrontar los problemas en una época difícil como es la que estamos viviendo.

¿Qué Andalucía será capaz de vertebrar la generación de sus ocho nietos, que tiene perspectiva de sociedad global?

Por primera vez, una generación, que es la de ellos, nacida a finales del siglo XX y principios del siglo XXI, parece que va a tener más dificultades que la de sus progenitores. Mi generación ha tenido la suerte de ser la primera en España que no ha conocido una guerra. Y sí hemos vivido un desarrollo que nos ha permitido, en general, un mayor bienestar que la de nuestros padres. Pero no tengo muy claro que la de nuestros nietos vaya a tener una situación mejor que sus padres o sus abuelos. El panorama del mundo no es muy halagador. Esa es mi impresión.