La más grave de las discriminaciones sufridas por Andalucía, con ser decisivas las de tipo socioeconómicos, fue la educativa. Ni el Régimen del general Franco ni la Monarquía Alfonsina, hicieron lo más mínimo por la enseñanza. La falta de escuelas primarias y de politécnicas, de Institutos y Universidades, ha provocado daños irreparables a decenas de generaciones andaluzas, condenándolas al analfabetismo, el subempleo, el paro y la emigración. De manera que todos los problemas sociales andaluces tienen el mismo origen: la falta de educación.
Desde el último tercio del siglo XIX, por poner un tope, y sobre todo durante el siglo XX, y más aún en el Régimen anterior, hasta la llegada de la democracia, Andalucía ha sido víctima del crimen social más execrable: la condena al analfabetismo de un porcentaje enorme de niños. Recordemos que mediado los años sesenta, la capital y provincia sevillanas tenían más de sesenta mil niños sin escolarizar. Y que el conjunto andaluz figuraba con los porcentajes de analfabetos más altos de España. Todo lo contrario que la España septentrional, que contó siempre con las mayores dotaciones económicas «per cápita» para escuelas e Institutos y formación profesional.
Las provincias más antifranquistas, fueron las más beneficiadas por las inversiones y ayudas estatales durante el Régimen anterior, cuyas Administraciones tuvieron siempre sus mandos intermedios decisivos en manos de catalanes y vascos.
Un Régimen que nunca valoró ni agradeció, que Sevilla hizo posible el éxito inicial del Alzamiento Militar de 1936. Sin el triunfo increíble de Queipo de Llano y aquel puñado de sevillanos; sin Tablada, las Maestranzas de Artillería y Aérea, la Pirotecnia y la Fábrica de cañones, no hubiera podido resistir el Ejército de Franco los tres primeros meses de guerra. Y sin la agricultura y ganadería, la minería, la aceituna, el aceite y los vinos andaluces, tampoco hubiera habido materia de trueque para tener carburantes y material bélico, además de alimentos para las tropas. Todo ni agradecido ni pagado...
Pues, bien; esas provincias norteñas que fueron clasificadas como traidoras por el Régimen, recibieron los máximos beneficios. La muestra fue palpable durante décadas, con Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, en los primeros puestos de las rentas por personas, hasta que Madrid tomó el relevo. Por el contrario, siete de las ocho provincias andaluzas estuvieron en la cola de la tabla clasificatoria de las rentas provinciales.
La emigración andaluza produjo divisas, como ya adelantamos en anterior comentario, usadas para industrializar el Norte, pero también se convirtió en elemento positivo en otros aspectos básicos. En primer lugar, evitó la conflictividad social en las zonas rurales andaluzas; en segundo, facilitó mano de obra dócil y con escasa formación profesional que ocupó los puestos de trabajo más ingratos en las provincias de Madrid, vascas y catalanas; más mano de obra joven para la industria norteña básica y manufacturera.
La llegada de la II República supuso un cambio radical en lo que se refiere a la enseñanza primaria y secundaria en Sevilla, tanto cuantitativa como cualitativamente, pues se amplió el número de escuelas y se aumentó también el de maestros, mejorando su situación económica. De veintiséis escuelas nacionales para niños existentes en 1930, se pasó a setenta y seis en 1934; de veintitrés para niñas, a sesenta y seis; de dieciséis para párvulos, a veintitrés; de once para adultos, a veintisiete. En total, de setenta y seis escuelas nacionales disponibles en 1930, se llegó a ciento noventa y dos en 1934.
Naturalmente no se acabó con el problema de la enseñanza, pero después de décadas de abandono, aquel gran avance, aun siendo insuficiente para atender las necesidades acumuladas, supuso una mejora excepcional que causó notable impresión en la opinión pública. Con el tiempo, aquella gestión adquiere mayor trascendencia. Baste recordar que desde 1939 hasta 1962, sólo se construyeron treinta aulas nuevas en nuestra ciudad, pese a su elevada tasa de analfabetismo y niños sin escolarizar.
Hay un hecho cierto, incuestionable: que ni antes ni después de esta etapa republicana ha vivido Sevilla más intensamente la preocupación de combatir el analfabetismo de los adultos y promover la enseñanza primaria de la población en edad escolar. Y esta actitud hay que valorarla, insistimos, dentro del conjunto de circunstancias de tiempo y lugar, para obtener su verdadera dimensión positiva.
La situación de abandono de la enseñanza en España en general y en Sevilla en particular, puede seguirse, entre otras fuentes, por las páginas del semanario Andalucía Futura, órgano de la Unión Cultural, donde los maestros y otras personas preocupadas por el tema denunciaron con insistencia la triste, dramática e inexplicable realidad de miles de niños sevillanos, en la capital y más aún en la provincia, sin posibilidades de educarse, de hacerse persona, de contar con el derecho primario del ciudadano a formarse para ser útil a la sociedad. Idéntico panorama desolador ofrecía el mal estado de las escuelas, unido a la insuficiencia económica, en algunos casos de miseria, que padecía el profesorado. Nadie -se decía- tenía más hambre que un maestro de escuela.
En los años veinte Sevilla capital contaba con sesenta escuelas nacionales y diez años después sólo había aumentando en cinco, pese al fuerte incremento de la población. En los pueblos de la provincia, la situación era aún más dramática. Nicolás Sánchez Balástegui, en las páginas de la revista Andalucía Futura, denunció la situación con estas palabras: «El cacique es responsable de numerosos delitos, pero de todos los que podemos imputarles, el más grave, el que por sí solo bastaría para que la sociedad lo odiase y maldijese mil veces su existencia, es el de la ignorancia que padece el pueblo».