«Aprender por mi cuenta me da motivación y libertad para cambiar el mundo»

A sus 22 años, Pablo Vidarte Gordillo, cofundador de Arkyne Technologies y Bioo, es el joven sevillano más premiado a nivel mundial gracias al enorme potencial de su sistema de producción energética digitalizando la fotosíntesis de plantas como cultivos agrícolas y céspedes

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
14 abr 2018 / 20:39 h - Actualizado: 14 abr 2018 / 20:55 h.
"Son y están"
  • Pablo Vidarte reflexiona en su libro sobre la evolución humana cuando la longevidad supere más de 100 años como promedio. / El Correo
    Pablo Vidarte reflexiona en su libro sobre la evolución humana cuando la longevidad supere más de 100 años como promedio. / El Correo

«Siempre me ha motivado la libertad de hacer los proyectos que me gustan. Si lo quiero hacer, voy a por ello. Y se consigue». Tiene 22 años y una formidable seguridad en sí mismo. No en vano desde los 18 años está convirtiendo su pasión en empresa, y su visión en un horizonte fascinante: tecnología digital bajo tierra que convierte la fotosíntesis vegetal y microbiana en energía acumulable y distribuible para las necesidades humanas. El sevillano Pablo Vidarte Gordillo acumula premios inalcanzables para la mayoría (entre otros, Premio del Parlamento Europeo a la empresa joven más innovadora, Premio Internacional de Energía e Industria, Premio de Google a la startup más disruptiva a nivel mundial). Está considerado hoy en día uno de los jóvenes talentos españoles más brillantes. Desde Barcelona, donde reside, solo piensa en crear innovaciones capaces de mejorar la vida en todo el planeta. Cofundador de Arkyne Technologies y Bioo junto con Javier Rodríguez Macías, a ambos los ha elegido la revista Forbes entre los 30 jóvenes europeos que mejor contribuyen a la sociedad del mañana.

Tiene tanta energía que ha escrito el libro Una Nueva Tierra. Aquel que vivió mil vidas, para propiciar el debate sobre cómo van a afrontar la filosofía y la ciencia un modelo de sociedad en el que la biología estará cada vez más respaldada por la tecnología para superar enfermedades y prolongar el promedio de longevidad por encima de los cien años. Él ha vivido sus primeros 18 años en el centro de Sevilla, con sus padres: analista de riesgo en el Banco Santander y profesora de Formación Profesional. Durante toda la etapa escolar fue alumno del Colegio San Francisco de Paula.

¿De dónde nace en su infancia y adolescencia esa vocación por inventar?

–Descubrir lo que me gustaba programar, empecé a programar en Cuarto de Primaria. Y sobre todo me gusta crear proyectos disruptivos, capaces de provocar cambios. Empecé programando videojuegos y ahora estoy programando inteligencia artificial evolutiva, que es mucho más guay. Y también me gustan otras cosas que son más mecánicas, de química o motores de combustión externa, o los actuales reactores para Bioo.

¿También le atrae la creatividad artística?

–Me encanta. Pintar, interpretar música, hacer cine. En Sevilla tocaba en un grupo de música y hacía cortometrajes con un grupo de cine.

¿Cómo desarrolló su capacidad de investigar y discurrir por su cuenta?

–En las clases de Historia que me daban en el Colegio San Francisco de Paula. Íbamos a la biblioteca y te enseñaban a investigar y aprender a aprender.

¿Cuál era su sueño al alcanzar la mayoría de edad?

–Acabar bachillerato y salir corriendo. Quería salir de Sevilla y hacer cosas fuera. Mi primer objetivo era irme a Vancouver (Canadá), soñaba con eso, lejos de lo más lejos. Al final, hice el plan B: acabé en Barcelona estudiando en La Salle la carrera de Ingeniería Multimedia, una mezcla entre Informática, Telecomunicaciones y Electrónica. Lo dejé al tercer año, porque me aburría la universidad. Ya no podía más. Me aburría esa vida de estudiante encerrado entre cuatro paredes. Mi mayor motivación es querer cambiar las cosas. Sobre todo, cambiar el sistema en el que me sentía encerrado. Aprender por mi cuenta me motiva mejor para cambiar el mundo.

¿La formación estaba por debajo de su nivel?

–Durante más de un año, enseñaban programación a un nivel muy básico. Yo me ponía en clase a programar mis cosas. Ha sido un factor común en mi formación: como he aprendido realmente es creándome mis propios sistemas. Igual que aprender a tocar piano, lo hice por mi cuenta. Si hubiera sido a través de clases, lo habría odiado. No aguanto la educación más tradicional.

¿Por qué los jóvenes no suelen confiar tanto en su propio potencial?

–No es cuestión de la edad que se tiene. Desconfía por motivos obvios: te lo tienes que currar mucho, conseguir financiación al principio es muy complicado, y tienes que demostrar con pruebas que vales más que la mayoría de personas que tienen más edad que tú. La mayoría de gente que conozco simplemente quiere un sueldo, una vida estable, y punto. Por tanto, siguen el sistema y no van a destacar por encima del sistema.

¿Qué consejo da a quien desee atreverse?

–Recomiendo emprender durante la etapa universitaria. Porque, si tienes suerte, es una etapa de vida donde todavía te está manteniendo tu familia, y no tienes responsabilidades familiares a tu cargo. Te puedes permitir crear una empresa en el que al principio tu sueldo es cero, no tienes que lograr ingresos de modo apremiante, y así tienes la tranquilidad para centrarte en innovar.

¿Su decisión de crear la empresa desde Barcelona fue por la inercia de estar viviendo allí o porque ha encontrado los recursos humanos y materiales adecuados?

–Barcelona es la mejor ciudad de España, y la tercera de Europa, en inversión privada a proyectos tecnológicos, incluyendo a los que se salen de lo común. En Madrid invierten más sobre seguro, sobre todo aplicaciones móviles que dan dinero rápido, y punto. En Sevilla he intentado alguna vez buscar financiación, y el resultado ha sido cero. Abunda el tradicionalismo elevado a la octava potencia. La gente tiene miedo a invertir.

Háblenos de su socio.

–Javier Rodríguez Macías nació en El Rompido (Huelva). Nos conocimos estudiando Bachillerato en Sevilla. Después, cada uno de los dos decidió irse a estudiar a Barcelona. Por motivos distintos, pues él buscaba la única universidad donde se podía hacer la carrera de Nanotecnología. A los dos nos gusta mucho idear proyectos.

Explique a una audiencia heterogénea qué es Bioo.

–Bioo es una empresa que se dedica a crear electricidad a partir de las plantas y sin dañarlas. Es decir, utilizando plantas que ya hay en jardines, en parques, en cultivos... Obtenemos electricidad a partir de las sustancias que las plantas segregan de forma natural por las raíces, además de los propios sustratos de las tierras, incluso de las lluvias. Utilizamos microorganismos que hay dentro para descomponer esas sustancias orgánicas y liberamos electrones en el camino. A partir de aquí se crea una corriente.

¿Cómo?

–Con un panel, que hemos creado mediante I+D. Se pone por debajo de la superficie de tu jardín, en zonas verdes urbanas, y genera electricidad a partir de la hierba del césped. Estamos orientando nuestros prototipos primero para ciudades, con muchos sensores; después para iluminación (es la versión que debe estar disponible en 2020), y más a largo plazo sería para ámbitos de producción más grandes. La ventaja competitiva es que produce electricidad día y noche, de forma constante. Y está orientado a zonas donde ya se esté cuidando césped. A partir de aquí, poner con el Panel Bioo nuestro modelo de reactor para que produzcan electricidad.

¿Cualquier tipo de vegetación y de plantación es válida para rentabilizarlo?

–Ahora, para estandarizar el proceso, lo que utilizamos es césped del que existe en cualquier tipo de ecosistema. Si quieres optimizar más el sistema, la regla es: las plantas que más agua consumen o las que más grandes son, son las que más energía producen, y aquellas que menos consumen o más pequeñas son, menos producen. Por eso un cactus produce menos que un papiro. Nuestro sistema está orientado a lugares donde las plantas ya estén bien cuidadas. Sobre todo donde existe agricultura, ahí vemos a largo plazo el mayor mercado. No esperes mucho rendimiento en un terreno donde la vegetación esté pisoteada o no bien regada.

¿A qué profundidad colocan ese tipo de instalaciones y paneles?

–No muy hondo, entre 25 y 30 centímetros. En esta fase inicial, lo estamos probando sobre todo con césped para que no haya problemas con grandes raíces. Insisto: nuestro mayor mercado estará allí donde se sitúen sensores. En las ciudades, para hacerlas más inteligentes en su sostenibilidad. En la agricultura, donde se colocan sensores para temperatura, humedad, radiación solar... Incluso se mide el aleteo de los insectos para saber qué tipo de plagas entran.

¿Cuánta energía produce por metro cuadrado?

–En el panel que lanzaremos para 2020, se logrará un vatio por metro cuadrado. El que le sucederá después será de 3 vatios por metro cuadrado, y con este segundo, si se cubre coloca en un jardín de 10 por 10 metros, produciría suficiente energía para iluminar una casa entera.

¿Solo tienen un modelo?

–Ya hemos lanzado otro producto, el Bioo Ed. Está orientado al sector educativo porque queremos crear conciencia global. Enseñas a crear tus propias baterías biológicas para encender luz, y funcionan con plantas. Con esto los escolares aprenden un montón de temáticas que ya están en sus asignaturas, pero aplicadas de otra forma. Y abren su mente para ver el mundo de otra manera. Está teniendo enorme demanda en Latinoamérica y Oriente Medio. Y nos sirve para destinar fondos a nuestro esfuerzo en I+D.

¿Cuánto vale?

–Un kit vale 79 euros. Recomendado para niños de 4 a 8 años de edad. En España abriremos pronto la venta online.

¿Cuál será el siguiente producto para comercializar?

–Queremos vender una maceta que ya tenemos probada y te da acceso a una red wifi externa. Por ejemplo, en un restaurante, pones una maceta en cada mesa, acercas el móvil y se conecta al wifi.

¿Cuántas personas conforman la plantilla de su empresa?

–En la oficina somos once directamente fichadas por la empresa. Y contamos con otras nueve, que están subcontratadas trabajando a tiempo completo en el proyecto, de las que cuatro están en un laboratorio y cinco en un taller de mecánica, en otros lugares de Barcelona. Son subcontratadas pero están trabajando a tiempo completo en el proyecto.

¿Cómo es su red de colaboraciones con centros científicos?

–Muy amplia. Tras concedernos la Comisión Europea el año pasado una ayuda de 1,8 millones de euros, pronto vamos a presentar un proyecto para vertebrar más aplicaciones de nuestra tecnología, lo presentaremos en colaboración con el Instituto de Investigación Italiano (IIT); con el Centro Nacional de Investigación Científica francés (CNRS), que tiene mucho renombre; con la Universidad de Tel Aviv; y con más universidades e institutos de investigación europeos.

¿Se siente a gusto investido como personaje?

–Las mejores experiencias son trabajar con gente muy buena. Y, por ejemplo, representar a España el año pasado en Astaná (Kazakistán) en la Exposición Universal, dedicada a las energías del futuro. El Gobierno nos seleccionó y estuvimos exponiendo prototipos del panel. Hicimos una estructura de metacrilato que incluía baterías biológicas. Se encendían diferentes espectros de luz dependiendo de las configuraciones que habíamos hecho.

En su desafío tecnológico y empresarial, todo parece de color de rosa. ¿Cuál es la cara oculta?

–El estrés constante. Asimilar que surgen problemas cada dos por tres: ya sea un tema legal, alguna dificultad con distribuidores, resolver la producción... Siempre hay líos. Tanto mi socio como yo somos bastante jóvenes. Queremos siempre tirar para adelante. Eso no nos lo quita nadie de la cabeza. Luchamos hasta la muerte.

Un ejemplo de esas dos caras del éxito.

–En nuestros inicios no teníamos inversores e hicimos una campaña de micromecenazgo (’crowdfunding’) para nuestro primer tipo de baterías biológicas. Queríamos 15.000 euros y obtuvimos diez veces más, 118.000 euros. Y los partners con los que contábamos entonces para que nos industrializaran esas baterías nos dijeron que no podían. Fue un shock. Hicimos lo que no es frecuente: devolvimos su dinero a cada persona. Por honestidad. Ya estábamos complacidos habiéndonos demostrado que sabíamos vertebrar una empresa, un producto, una clientela.

¿Cómo lograron después la financiación?

–En la primera ronda de inversión alcanzamos 250.000 euros. Después recibimos 60.000 euros de Enisa (Empresa Nacional de Inversión). Y la Comisión Europea nos seleccionó para concedernos 1,8 millones de euros, de los que 1,2 millones te los dan a fondo perdido y los 600.000 restantes tienes que conseguirlos tú mediante facturación o por otra vía. El siguiente paso será la ronda de inversión que haremos el próximo mes de junio para obtener 650.000 euros más. Hasta ahora, todos los inversores están en Barcelona. Es muy buena esa proximidad para reunirnos rápido si es necesario.

El sector de las grandes empresas de energía es considerado un poder fáctico. ¿Le resulta complicado llegar a acuerdos equilibrados, siendo ustedes una empresa incipiente?

–Por mi experiencia, no es como la gente lo pinta. Por ejemplo, hemos trabajado mucho con Repsol, y estuvimos muy a gusto. Si no hemos seguido con ellos a largo plazo es porque decidimos ir por nuestro propio camino. Y estamos trabajando con Endesa, son nuestros distribuidores en España, porque tiene una gama de productos más pequeños. Son alianzas con empresas que están muy abiertas a echarte un cable. Tampoco somos competencia con ellos. No he visto lo que suele decir la gente: «Son malvados e intentan meterte en un cajón oscuro....».

¿Cuál es su ventaja competitiva?

–No estamos compitiendo por eficiencia energética, como la energía solar. Nuestra ventaja competitiva es que no nos importa que haya sombra, y utilizamos un recurso que sabemos controlar, que produce energía día y noche. Nuestro modelo es para sistemas de autoconsumo, o de producción a pequeña o mediana escala, donde haga falta una producción constante, pase lo que pase. No es para generación de electricidad a gran escala.

¿Qué están investigando para conocer mejor la actividad de microorganismos en plantas y terrenos?

–Estamos intentando perfeccionar la colonia microbiana para hacerla más eficiente. Es bastante compleja, porque tiene microorganismos electrogénicos, electrofílicos, y otros que viven en simbiosis. Algunos consumiendo oxígeno, así los que son más anaeróbicos o semianaeróbicos viven mejor. Tenemos sistematizado el proceso para obtener las formulaciones y, sobre todo, para mantenerlas, que no se contaminen es muy importante. Suministramos unos aditivos que lo preservan en su entorno óptimo para que se queden como están. Y lo más crucial: todas las investigaciones que estamos desarrollando es sin alterar genomas. No usamos microorganismos genéticamente modificados. Los utilizamos naturales, de forma muy concreta, con concentraciones muy específicas. No queremos dañar el entorno poniendo especies que no deberían estar, sino todo lo contrario. Nuestra idea básica es combinar naturaleza y tecnología como muchas veces debería haberse hecho.

¿Evoluciona el ecologismo a la luz de los nuevos conocimientos y avances?

–Estoy a favor de todo lo que mejore la calidad de vida de todo ser viviente. El ecologismo ha de reinventarse, como todos los movimientos sociales. Creo que hay cuestiones importantes donde mucho ecologismo está orientado específicamente al cambio en pequeña escala, que no afecta a la gran escala para que cambie. Por ejemplo, la gente que utiliza un poco menos de papel, eso no está haciendo que las fábricas de papel produzcan menos y y demanden menos árboles para hacer papel. Lo que hay que hacer es crear alternativas: un papel más barato que se elabore con material sintético. Estoy a favor de crear cambios disruptivos que nos acerquen a combinarnos más y mejor con el entorno de una forma ecológica.

¿Cómo define el nuevo mundo que emerge?

–En mi libro lo califico como la era de la superabundancia. El salto tecnológico va a lograr pronto una superabundancia de todo. Ya se está viendo en los supermercados y centros comerciales, donde ves frutas de todo el mundo. Cosas así estaban reservadas a la élite de la élite. Ahora están al alcance de todos. Y crecerá la orientación hacia valores superiores. Habrá más personas cuya elección sea alimentarse sin mediar sufrimiento de animales, o dejar de comer carnes. Cuando lo ecológico sea sobreabundante y baje su coste, cada vez más gente usará lo ecológico, convencida de que es la opción de futuro.

¿Y qué opina de la sobreabundancia de manipulación informativa mediante noticias falsas y propaganda? ¿No es una contaminación muy preocupante y tan global como la del cambio climático?

–Es importantísimo que toda la sociedad, ya sea por su propia cuenta o si cambiara el sistema educativo, debe empezar a educarse para saber cómo aprender a aprender, cómo aprender a informarse. Muchas personas ya lo hacen por su cuenta, no hay nadie que te lo enseñe. Pero muchas más viven perdidas. Y lo peor es aquella que se ha dado cuenta de lo que está pasando y le da igual. Una de las cosas importantes es educarnos para ver este cambio. Me gusta la libertad de que cada persona pueda decidir cómo. Es malo que la gente esté ciega.

Como residente en Barcelona, ¿le está afectando negativamente a su actividad la crisis política y social de Cataluña?

–En mi entorno no hay ruptura de la convivencia ni agresividad, la gente es estupenda. Los problemas políticos que son trasladados a la sociedad están causando protestas y poco más. Hay cosas que se pueden mejorar. Todos las conocemos. No me voy a mojar mucho en ese tema.

Mójese en esta pregunta: ¿Qué recomienda a la sociedad sevillana para mejorar?

–Lo primero: que se abra. Lo segundo: que no tenga miedo. La sociedad sevillana necesita cambios y cambiar. Ya se está quedando atrás. Y se quedará atrás si no se decide pronto a cambiar. Cualquier tipo de cambio conlleva miedo. Ir con miedo hacia la vida no sirve de nada. Vive tu vida como si fuera un acto y hubiera algo por lo que aplaudir al final.

¿Conoce a otros jóvenes sevillanos que están emprendiendo con ese espíritu?

–Sí, he conocido a emprendedores y a otras personas que intentan lograr cambios en Sevilla. Por desgracia, no conozco jóvenes sevillanos que estén involucrados en cambios grandes, como sí los hay en otras partes de España. Poco a poco, está empezando ese movimiento en Sevilla. En mi opinión se está llevando mal. A muchos jóvenes se les está vendiendo el sueño de que emprender lo hace cualquiera y es guay. Y, al final, muchos lo intentan, se arruinan. Eso me parece muy frustrante.