Cataluña, a la deriva

Cataluña ha tenido justa fama de culta pero la ventolera de la independencia quiere eliminar del callejero de Sabadell los nombres de nuestra literatura por no ser catalanes

20 ago 2017 / 22:19 h - Actualizado: 20 ago 2017 / 22:24 h.
"Historia"
  • Los hermanos Antonio y Manuel Machado en una imagen de archivo. / El Correo
    Los hermanos Antonio y Manuel Machado en una imagen de archivo. / El Correo

Cuando estudiamos lo que han dado de sí determinadas épocas y variados episodios de la Historia nos encontramos ante preguntas sin solución racional. Por ejemplo, cómo pudo suceder que el país padre de la Ilustración y del reinado de la Razón, Alemania, perdiera el rumbo y acabara siendo el del Nacionalsocialismo hitleriano, partidario de la exterminación de todos aquellos que no fueran arios o; yendo más atrás en la Historia, cuál fue el proceso por el que las cultas Siria e Irak de los siglos medievales acabaron siendo los territorios desde donde hoy, con los métodos terroristas más indiscriminados, se reivindican formas de gobierno primitivas y brutales. La falta de respuesta, sin embargo, no quita un ápice de realidad a los hechos del pasado o del presente ni a sus consecuencias y lo cierto es que hoy, como ayer, las ideas de convivencia que fueron consolidándose en sucesivos momentos históricos y las de libertad, florecidas con la Ilustración, corren de nuevo peligro de agostarse en diversas latitudes y culturas de nuestro mundo que parece atravesar por una fase en la que, desde posiciones aparentemente muy alejadas e, incluso, aparentemente contrapuestas, se intenta acabar con los pilares sobre los que la humanidad fue construyendo su devenir.

No estamos únicamente ante el clásico enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, considerado el motor dialéctico histórico, sino en una fase muy compleja donde existe la posibilidad real no de que unos pocos tiranos o autócratas tomen decisiones equivocadas que afectan a millones de personas, sino de quienes decidan algo de consecuencias nefastas sean millones de personas.

Cataluña ha tenido desde hace mucho tiempo justa fama de culta, ha sido una tierra donde han florecido las artes, las letras, la música, la arquitectura... Cabecera de la industria editorial española y sudamericana, con universidades muy prestigiosas, a la vanguardia de la cooperación solidaria internacional promovida por numerosas ONGs ... Si existía un territorio de España que hubiera sido fértil a las ideas de la Ilustración, ése era, indudablemente, el catalán, la porción de España más cercana, geográfica e intelectualmente a Europa y, durante mucho tiempo, puente entre las ideas de esta península y las del continente.

De pronto, le llegó una ventolera que amenaza con llevarse por delante todo eso: levanta la polvareda un proceso que hace de la independencia la recuperación del paraíso aunque para ello haya que terminar con todo lo que la civilización ha dado, no a Cataluña, a España o a Europa (civilización sólo hay una y no entiende de fronteras), sino al mundo en el que habrán de vivir quienes lo pueblen en las próximas generaciones.

En ese contexto han aparecido ideas descabelladas de todo género y, entre ellas, la propuesta de expulsar del callejero de Sabadell a Antonio Machado, Goya, Góngora, Lope de Vega... y un larguísimo etcétera a cuenta de que ninguno de esos personajes era catalán, que algunos de ellos (estos tres últimos, entre otros) habían servido a la política de Franco, y Machado, en concreto, anticatalanista.

El hecho, de no provenir de una tierra culta, podría parecer, simplemente, primario o primitivo pero, en realidad, es desalentador al hablar a las claras del retroceso de las ideas de la Ilustración al que estamos asistiendo.

Proponer la expulsión de la cultura de una sociedad como la catalana a un gran intelectual, un magnífico poeta y pensador y que, además de haber luchado activa y destacadamente contra los fascistas sublevados contra la República, murió denunciando la política de Hitler y Mussolini en Europa y la candidez, ante sus exigencias, de los gobiernos de las naciones democráticas es, sobre todo, un signo de decadencia de esa sociedad y, por extensión, de toda la española en la que han sido pocos los que han respondido adecuadamente.

Antonio vivió gran parte del último año de su vida en Barcelona (a la que comparaba con París y Sevilla), alojado en la Torre Castanyer, un palacete neomudéjar del XIX, y escribiendo con insistencia en La Vanguardia esos artículos de denuncia de los preparativos bélicos hitlerianos. Sus ideas, como las de su padre y su abuelo, eran las del federalismo pero, que yo sepa, no hizo una contienda de ese tema.

Sin embargo todo eso da igual para quien contemple la propuesta de exilio y las razones esgrimidas desde una perspectiva ética y es ese punto de vista el que, desgraciadamente, está escaseando últimamente en la tierra en la que antes abundó. Hace ya tiempo que una parte de la alta sociedad catalana no se siente concernida a los homenajes a «gente de fuera»; los Güell, por ejemplo, propietarios de la Torre Castanyer, se negaron a la colocación de una lápida que recordara la estancia en ella de Machado y su madre; pero esa actitud ha ido tomando cada vez más cuerpo y, ahora, la reacción a las propuestas efectuadas desde el Ayuntamiento de Sabadell por parte de muchos intelectuales podría calificarse de tibia. Quienes han protestado, en su mayoría, lo han hecho argumentando el amor a Barcelona del poeta. Eso está bien, pero en un sistema democrático de valores ser catalanista o no serlo no puede asimilarse a una virtud o a un vicio. Es, simplemente, una opción sentimental idéntica a la que sienten millones de personas ante un club de fútbol. Defendiendo a Machado desde ese sistema, legado de la Ilustración y floreciente en Cataluña hasta hace poco, no sólo se pone en su sitio la verdad de su personalidad honesta a machamartillo; también en el suyo a unos descerebrados y dictadores en potencia.