Cofrade del Valle, de derechas... y entusiasta de la II República

Este diario participó en el escarnio al parlamentario que creía en el nuevo régimen

14 mar 2017 / 08:38 h - Actualizado: 14 mar 2017 / 08:42 h.
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  • Miguel García Bravo-Ferrer (segundo por la izquierda, primera fila) en un acto presidido por una alegoría de la República con gorro frigio. / El Correo
    Miguel García Bravo-Ferrer (segundo por la izquierda, primera fila) en un acto presidido por una alegoría de la República con gorro frigio. / El Correo

En una ciudad de blanco o negro y que llevó en los años previos a la guerra civil esa ausencia de matices a los extremos, la figura del ateneísta –sobre todo en los años 20– y diputado Miguel García Bravo Ferrer ya nada dice a los sevillanos vivos. Quizá algún centenario se acuerde de que en su juventud toda la prensa se mofaba de este treintañero diputado –salió elegido en 1931 y 1933 en candidaturas de derecha republicana–.

Ese compromiso por la República, explica el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla Leandro Álvarez Rey, nunca se lo perdonaron los de su entorno –García Bravo-Ferrer provenía de la clase media acomodada–. «Veían a García Bravo-Ferrer como a un traidor», remacha el historiador.

«Si hubiera cuajado su derecha que aceptaba el régimen no habría pasado lo que pasó luego [la guerra civil y el franquismo]». Pero los más intransigentes se impusieron. Para hacerlo había que ridiculizar al competidor electoral, el que pescaba en el mismo caladero de la clase acomodada, inquieta por las reclamaciones obreras y por el laicismo.

La campaña la comenzó este periódico, entonces no el más derechista de Sevilla, pero que acabó como portavoz de la CEDA, «partido que no era republicano», recuerda Álvarez Rey.

La traición del diputado fue introducir una enmienda en el borrador de la Constitución porque la primera versión limitaba los actos religiosos –y procesiones– al interior de las iglesias. «Este diputado se dio cuenta de que directamente se iban al traste la Semana Santa y el Corpus», explica el catedrático. Al final las procesiones con arraigo cultural y tradicional estarían permitidas.

Pero ese esfuerzo no se lo agradeció una derecha que buscaba el boicot, el caos y el cuanto peor, mejor. La campaña arreció conforme sus agrupaciones republicanas de derecha se diluían en la irrelevancia política. Él se defendía: «Estáis utilizando la Semana Santa para fines políticos», les reprochaba en el Parlamento.

Pese a esta diatriba vitriólica, solo perdió su escaño en febrero de 1936 –y tal vez deba su vida a eso– y por menos de mil votos. Pero una vez perdida el acta, acabaron los ataques de la prensa.

El Frente Popular había arrasado y solo había hueco para una oposición de derecha-derecha. Su centroderecha había perecido en el choque de trenes.

El 18 de julio de 1936 le salvaron la vida tres circunstancias: los contactos de su familia con Queipo de Llano, su ideología conservadora y su notoria fe y comportamiento en público como cofrade.

Muy ligado a la Hermandad del Valle –hermano desde 1907–, llegó a ser hermano mayor y pronunció mucho después de 1936 el pregón de la Semana Santa, en 1948.

Antes pasó por la degradación laboral (era funcionario municipal) y el acoso, pero las aguas, como él dijo en una entrevista al final de su vida, volvieron a su cauce. Eso sí, pasó sus últimos 35 años alejado de la política. Solo cuando se acercaba su muerte (1972) se atrevió a confesarse en público: «Fui republicano. Y lo volvería a ser en una república burguesa», dijo