«¿Cómo vamos a acabar con el machismo sin intentar cambiar a los hombres?»

Fundador del primer Foro de Hombres por la Igualdad. Comenzó luchando en la clandestinidad contra el franquismo y se especializó después en crear iniciativas para atajar el machismo. Todo lo que se debate sobre ‘La Manada’ lo lleva a la práctica desde hace 40 años

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
05 may 2018 / 21:39 h - Actualizado: 06 may 2018 / 09:31 h.
"Son y están"
  • José Ángel Lozoya, en su domicilio, en el sevillano barrio de San Bernardo. / MANUEL GÓMEZ
    José Ángel Lozoya, en su domicilio, en el sevillano barrio de San Bernardo. / MANUEL GÓMEZ

“A mí me ha salvado y me ha perdido el hecho de no haber dejado de ser nunca un militante, sin adscripción política de un partido u otro, porque eso ha hecho que no me calle nunca nada. Aunque me cueste perder el trabajo e impedirme ganar dinero”. Los 66 años de biografía de José Angel Lozoya son un enorme cúmulo de experiencias donde percuten entre sí legalidad y moralidad, política y justicia. Los desequilibrios entre hombres y mujeres en nuestra sociedad, dentro y fuera del sexo, son el tema de máxima actualidad y controversia en las últimas semanas, por el caso de los cinco sevillanos conocidos como ‘La Manada’. La polémica sobre el machismo en España se ha convertido en noticia de alcance internacional. Y fue en Sevilla, con José Angel Lozoya, donde se pensó por vez primera en articular un Foro de Hombres por la Igualdad.

Nació en Valencia en 1951. Fue el segundo de los ocho hijos en una familia cuya madre era modista y su padre guardia civil, como quinta generación familiar con tricornio. Había entrado con 14 años, justo al terminar la guerra incivil donde su padre murió. Y en 1942, otro agente de más edad le desveló que su madre no le había dicho la verdad cuando quiso protegerlo del hambre y la represión: no lo habían matado los ‘rojos’ sino que lo habían fusilado los sublevados franquistas. Pedro Lozoya Cué, con 18 años, decidió darse de baja y dedicarse a la lucha contra la dictadura, tanto en la clandestinidad sindical, que le supuso múltiples despidos y periodos en prisión, como después desde el exilio en Holanda. Fue de los impulsores de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) desde España y de UGT desde el exilio. Tras la muerte de Franco, fue amnistiado, readmitido en la empresa de los tranvías y autobuses de Valencia, y presidió su fundación. Durante el golpe del 23-F en 1981, Milans del Bosch ordenó poner un tanque delante de la ventana de su despacho.

Nuestro entrevistado, José Ángel Lozoya, vivió una infancia de familia felizmente unida ante la adversidad, afrontando noches sin nada que comer. Su primer trabajo, en 1966, fue de botones en un banco. Tenía 14 años y a los pocos meses se fueron al exilio, afincándose en la ciudad holandesa de Dordrecht, entre Rotterdam y Breda. Cuando cumplió 15 años, entró en la escuela de aprendices de una factoría metalúrgica. Así comenzó a ganarse la vida, logró en esa empresa el rango de oficial de primera ajustador-montador. Aprendió rápido la lengua neerlandesa, ayudó como intérprete a muchos emigrantes españoles y comenzó su actividad política desde las Juventudes Socialistas en el exilio. En Francia conoció a jóvenes socialistas diez años mayores que él como Felipe González. Ya emancipado de sus padres, regresó a España en 1971 y creó en Valencia, trabajando en fábricas del metal, la estructura clandestina del PSOE y de UGT, que era inexistente.

La primera vez que estuvo en Sevilla fue en enero de 1972. La televisión holandesa le localizó para ofrecerle trabajar como intérprete de un equipo del programa de investigación ‘Tras lo nuevo’. Querían viajar por España de modo secreto para hacer dos reportajes: sobre el giro progresista de la Iglesia española con el cardenal Tarancón al frente, y sobre la dimensión del PSOE como fuerza política dentro del país. Hicieron muchas entrevistas, por un lado a teólogos como José María González Ruiz, y al cura obrero de una parroquia de las ‘casitas bajas’ erigidas para los damnificados por la riada del Tamarguillo en 1961, que también ejercía de corrector en ‘El Correo de Andalucía’. Por otro lado, a dirigentes del partido como Felipe González, Pablo Castellano o Enrique Múgica. Tras la emisión del programa en Holanda, sufrió su primera detención en Valencia y su primer juicio ante el Tribunal de Orden Público.

Participó en 1974 como delegado de Valencia en el Congreso que en Suresnes (Francia) propició el relevo generacional en el PSOE, asumiendo el control González, Guerra, etc. Pero, disconforme con su decisión de introducir directamente para mandar en el partido en Valencia al jurista José Luis Albiñana, fue depurado por el comité ejecutivo. Antes de morir Franco en 1975, José Angel Lozoya pasó a ser militante de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR). Durante los años de Transición, entraron en contacto con él amigas feministas que abogaban por el derecho al aborto y por llevarlo a cabo de modo clandestino. En 1979, le pidieron su piso para meter mujeres y practicarles los abortos. Sin miedo a ser condenado a seis años de cárcel por su complicidad, se implicó más y aprendió a hacerlos, y se convirtió en su modo de tener ingresos.

Desde enero de 1980 vive en Sevilla. Con dos malagueñas de dicho grupo alquiló una vivienda en la calle Mateos Gago y la acondicionaron para practicar en ella los abortos, tres al día. Se llamaba Centro de Planificación Familiar Los Naranjos. Era ilegal y cada vez menos clandestino. Hablaron en Sevilla con casi todos los partidos políticos y sindicatos, y con numerosos foros culturales y sociales, sobre lo que hacían. Acudían de incógnito mujeres desde toda España. Llegó a estar dada de alta en el Colegio de Médicos a través del ginecólogo Manuel Vergara. Tenían apoyo del Hospital Policlínico y de miembros de la cátedra de Ginecología de la Universidad de Sevilla. Publicaban una revista mensual. En octubre de 1980, él y su grupo fueron detenidos por la Policía. Hasta 1989 no se celebró el juicio. Habían cambiado los gobiernos y las leyes, pero no había efecto retroactivo. En primera instancia fueron condenados a cuatro años de cárcel, después el Tribunal Supremo rebajó la pena a un año, y, aunque ya con esa sanción no iban a entrar en prisión, el Consejo de Ministros les indultó.

A partir de 1980, José Angel Lozoya rehizo su vida desde Sevilla centrándose en formar y asesorar sobre sexualidad, con un planteamiento muy crítico sobre la sexualidad masculina y sobre el machismo. Al principio, tuvo muchas dificultades para tener trabajos remunerados. Llegó a ejercer de barrendero municipal, por la zona de Ciudad Jardín y Ronda del Tamarguillo. Su amigo Manuel Vergara tiró de él cuando le ofreció el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María montar un centro de planificación y orientación sexual. “Duró muy pocos meses”, nos confiesa. “Los políticos se asustaron de lo bien que iba. Con todos los centros educativos y todas las ampas a buenos y largos cursos de sexualidad. Cuando nos cerraron, hubo una manifestación en nuestro apoyo por parte de mujeres. Regresé a Sevilla y montamos junto a la Plaza de Toros un cooperativa para asesorar sobre salud, sexualidad y anticoncepción. Y después el Centro Speculum, junto al Museo de Bellas Artes”.

¿Cuándo empezó a irle mejor?

Al apostarse desde el Servicio Andaluz de Salud por la planificación familiar en la atención primaria, había que formar en sexualidad a enfermeras, matronas, ginecólogos y médicos. Dimos muchos cursos intensivos de 40 horas, financiados por el SAS. Y trabajamos mucho con los Centros de Enseñanza del Profesorado, dando cursos para los docentes. Y en 1991 propuse a la Dirección General de Juventud montar un teléfono de orientación sexual para jóvenes. No se les había ocurrido, y fue un éxito. Lo tuvimos hasta 1994. Teníamos dos líneas y nos turnábamos una psicóloga, una médica y yo como director del servicio.

Quizá haya lectores que, al ver su foto, le recuerden por sus apariciones en televisión.

Hace veinticinco años era el único sexólogo hombre que salía en televisión. Por ejemplo, en programas de TVE presentados por Concha Velasco. En Onda Cero colaboré con el periodista Juan Carlos Vélez, buenísima persona que era. En Canal Sur Radio he trabajado mucho con Rafa Cremades. Con esas colaboraciones sí ganaba dinero. Pero no caí en la tentación de convertirme en un personaje, como algunos con los que compartía plató, como el doctor Alfonso Cabeza.

A las personas que le reprochaban duramente practicar abortos, y de modo clandestino, ¿qué les respondía?

Me impliqué porque era una conquista que la democracia española no concedía a las mujeres. El 80% de los abortos que hice fue a mujeres que habían estado en contra del aborto hasta que se quedaron preñadas, en relaciones que solo satisfacían a los hombres, y no podían comentarlo ni en sus familias. En la España de la Transición, el 95% de las mujeres estaban en contra del aborto, hasta que les tocaba a ellas. A mí me pasó en Sevilla venir una señora a decirme que estaba en contra del aborto, pero que quería cita para que abortara su hija, y al salir yo de mi centro de orientación, encontrármela con la hija en la calle Sierpes, recogiendo dinero con una hucha para una campaña en contra del aborto. Yo contribuía a resolver el problema de esas mujeres en condiciones dignas. Mi biografía no me ha llevado a creer en el sistema judicial. Tiene que haber leyes, claro. Pero cuando te meten en un sumario y lo primero que te pregunta todo el mundo es saber qué juez te ha tocado, qué fiscal te ha caído y qué abogados tienes, se ve que lo importante no es lo que has hecho, sino la combinación de factores que se imponen sobre la independencia judicial y pueden hacer que salgas como un héroe o que vayas diez años a la cárcel.

¿Cómo se creó el Foro de Hombres por la Igualdad?

Me daba mucha envidia que Magdalena, mi pareja y esposa, que hacía con mujeres talleres de sexualidad y autoconocimiento, me contaba la confianza y complicidad que llegaban a alcanzar las mujeres sobre cuestiones íntimas de su cuerpo y de su vida. Yo era incapaz de conseguirlo con hombres, ni siquiera con amigos a los que les pondría mi patrimonio en sus manos. Y también fui consciente de cómo los hombres solo estábamos cambiando por la presión que ejercía el movimiento feminista sobre nuestras vidas. No me parecía de recibo que solo nos dejáramos llevar en plan remolón. Y en 1985 se me ocurrió convocar en Sevilla a hombres amigos, de alto nivel cultural, para que habláramos de nuestras vivencias relacionadas con la masculinidad. Ese fue el punto de partida.

¿Hubo receptividad a su convocatoria?

Empezamos 17 hombres. Con reuniones quincenales. Pero a los tres meses solo quedamos cuatro: tres homosexuales y yo. Los demás habían desaparecido porque no sabían de qué hablar. Hombres que eran escritores, profesores universitarios, etc. Al mismo tiempo, se montó un grupo similar en Valencia. Y con el ejemplo de estos grupos de Sevilla y Valencia, empezaron a aparecer (y desaparecer) otros en Bilbao, Madrid, etc. Todos funcionaban bien como grupos de reflexión y de autocrítica. Pero no querían darse a conocer públicamente. Siempre que alguien planteaba eso, al menos la mitad de los integrantes no querían, se mostraban incómodos, pensaban que se acabaría la dinámica de confianza. Y por no romperse, no se daba ese paso y se mantenía el anonimato. Solo algunos hablábamos a título individual en los medios de comunicación.

¿Cuándo y por qué se presentan en sociedad?

En enero de 1998, semanas después del asesinato en Granada de Ana Orantes a manos de su marido. En el grupo de hombres de Sevilla tuvimos un debate fuerte. Entendimos que el silencio nos hace cómplices. Y decidimos hacer un manifiesto de hombres en contra de la violencia ejercida por hombres contra las mujeres. Media docena nos fuimos a la calle Sierpes a recoger firmas solo de hombres. Y para regalar algo, se nos ocurrió dar un lazo blanco, inspirado en la paloma de Picasso. Avisamos a los medios de comunicación, y fue un éxito. De ahí nació el uso del lazo blanco en estas reivindicaciones contra el machismo. Se perdió el miedo a que pensaran que los grupos de hombres que apoyan la causa de las mujeres somos gays, y se entendió la responsabilidad de tener presencia pública.

¿Cómo intenta vertebrar esa dinámica de cambio?

En 1999 organizo en Jerez, con apoyo del Ayuntamiento jerezano, el primer programa institucional para promover el cambio de los hombres. Todo lo que ahí se hizo era pionero a nivel mundial. En Jerez también organicé las primeras jornadas estatales sobre la condición masculina, y fue la primera vez en la que se juntaron todos los movimientos de hombres que se estaban conformando en diversas ciudades españolas. En Málaga se creó Ahige (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género), la primera con esa finalidad. Y se empieza a romper la uniformidad del machismo como único discurso formal y oficial de los hombres.

¿Qué mensaje divulgaron, como alternativa?

Aunque fuéramos pocos, tuvo gran valor simbólico decirle a los machistas: “Yo también soy un hombre. No estoy de acuerdo con lo que dices. Para ser un hombre no hay que ser cómo tú dices. Creo que hay que ser todo lo contrario”.

¿Cuándo adquiere el Foro capacidad de movilización?

También fue en Sevilla la primera manifestación que organizamos en la que como entidad convocante aparecía el Foro de Hombres por la Igualdad. El 21 de octubre de 2006. El debate social sobre la violencia machista ya tenía enorme fuerza, y nos motivó leer una entrevista a José Saramago, confesando de niño veía a su padre pegarle a su madre, que eso no debía verlo un niño, que apoyaba las manifestaciones de mujeres, y que había soñado ver algún día una manifestación solo de hombres en contra de esa violencia, con las mujeres aplaudiendo a su paso. Hilario Sáez, Jesús Casado y yo la convocamos y organizamos.

¿Cómo se les ocurrió captar asistentes?

En las vísperas, con la pancarta, nos hicimos fotos con trabajadores del metal en Construcciones Aeronáuticas, con bomberos de Sevilla, para que nadie dudara de que era una convocatoria muy masculina. Nos temíamos que seríamos solo 15 o 20. Pero la manifestación comenzó con 300 hombres y acabó con muchos más.

¿Qué logros se les pueden atribuir a lo largo de los años?

Muchos y diversos. Teniendo claro que esto fue, es y será una labor colectiva. Ni cuando el movimiento a nivel español cabía en un taxi, ni después, cuando ya ha sido materia de tesis doctorales, esto no es un mérito personal ni mío. Muchas iniciativas y aportaciones valiosas no han sido mías. Hemos recibido un premio por la frase “El silencio nos hace cómplices” y lograr que fuera un lema muy extendido. También ha tenido mucho recorrido la frase “La violencia contra las mujeres es un problema de los hombres que padecen y sufren las mujeres”, la incluyó Pedro Pacheco como alcalde de Jerez en un bando en 1999. Hay hombres reconocidos mediáticamente por su labor, como el médico forense Miguel Lorente, y Octavio Salazar, profesor de Derecho Constitucional. Y la palabra ‘micromachismo’ y toda su explicación es del psiquiatra argentino Luis Bonino.

Concrete más.

Hemos contribuido a demostrar que el modelo masculino incluye muchas formas de ser hombre. Y a la normalización de la diversidad sexual, reconociendo no solo que somos hijos intelectuales del feminismo, sino también las aportaciones que el movimiento homosexual ha hecho. Hemos incorporado elementos de análisis en muchos campos: sobre la paternidad presente y responsable, sobre por qué el fracaso escolar tiene cara de chico. O cuando hemos puesto al día consignas como ‘el machismo es violencia’. O poner en el centro del debate los privilegios masculinos, como algo a lo que hay que renunciar.

¿Cómo aprendía de la vida del prójimo para plantear sus estrategias formativas?

Para montar en Jerez los talleres con hombres me inspiró mucho conocer a una mujer de El Rubio (Sevilla). Me dijo: “Llevo diez años acudiendo a todo lo que organiza el Instituto de la Mujer para educar a las mujeres, y aprendo mucho. Pero cuando llego a casa me encuentro al marido de siempre. Es buena persona. Es un hombre que friega. Pero si llaman al timbre, se quita el delantal. Pone la lavadora pero no se atreve a tender en la azotea. Y pasa la fregona pero no se atreve a barrer la puerta de la calle”. Entendí que desde las instituciones hay que montar programas de Hombres para la Igualdad. ¿Cómo vamos a querer acabar con el machismo sin intentar cambiar a los hombres?.

¿Y para acertar en el quién y en el cómo?

La primera charla de sexualidad la di en una asociación de vecinos. Y mi impresión fue: “Casi todos son personas ancianas, hay que bajar la edad”. Nos fuimos a impartirlas a la universidad. Y después optamos por focalizarla en los institutos. Volvimos a bajar la edad, pasamos a los colegios, y cuando llegamos a los preescolares nos dimos cuenta de que sin cambiar a los padres daba igual lo que hiciéramos con los niños.

¿Hasta dónde llegó su experiencia pionera de Jerez?

Fue un éxito grande, y considerada de referencia por Naciones Unidas. Estaba convencido de que, si salía bien, en tres años por toda España habría programas de Hombres por la Igualdad. Pero los partidos políticos con mayor implantación nacional, y el PSOE era el que tenía más presencia, no quisieron que se hiciera. Ni los lobbys de mujeres lograron convencer a los líderes de sus partidos. Y dejó de hacerse incluso en Jerez. Consigamos que los hombres que están por el cambio se sientan respaldados desde las instituciones. Pretender acabar con el machismo sin trabajar con los hombres es mentira. Es tener la sensación de que me están engañando.

¿Cómo han aceptado al Foro de Hombres desde las asociaciones feministas?

Hemos pasado de ser vistos por el conjunto de movimientos feministas como una moneda falsa, aquello del ‘mismo perro con distinto collar’, del ‘esto es una estrategia de patriarcado para cambiar de traje y seguir mandando’, etc., a estar incorporados con absoluta normalidad en muchas estructuras feministas por toda España. Recuerdo que, durante muchos años, yo era el único hombre en las manifestaciones del 25 de noviembre o del 8 de marzo. Hoy en día, en cualquier manifestación que monta el movimiento feminista, un mínimo del 30% de asistentes son hombres. Es normal que a los hombres les cueste dar el paso, porque tenemos privilegios que perder.

¿Y en el feminismo no hay lobbys de mujeres que patrimonializan la causa para vivir de ella, al igual que existen lobbys de hombres en otros ámbitos asociativos y corporativos donde se sirven de las causas que dan origen a sus cargos?

Cuando organicé en Sevilla las primeras jornadas feministas internacionales que se montaron en España, para apoyar nuestra causa abortista, y acudieron feministas de un montón de países de Europa, mis compañeras se quejaban de que las europeas tenían 60 o 50 años, y entre las españolas eran muy pocas con más de 30 años. Tres décadas después, y lo pongo como ejemplo, fui a una concentración en la Plaza del Duque en defensa de la Ley del Aborto, solo había unas 40 mujeres, y ninguna tenía menos de 50 años. El movimiento feminista había perdido su capacidad movilizadora. Estaba mantenido dentro de las instituciones, y en los partidos sobre todo dentro del PSOE. Conseguían cambios legislativos, procuraban atraer el voto de las mujeres, se repartieron muchas subvenciones a los afines desde los institutos de la mujer, y se desmovilizó el respaldo social. Incluso en algunos actos públicos se procuraba no utilizar la palabra feminista porque provocaba rechazo y se ponían en contra los asistentes.

¿Por qué ahora, en cambio, está en su máximo apogeo movilizador?

Cuando Ruiz Gallardón es ministro de Justicia, se le ocurre intentar desmontar la conquista legal que más había unido al movimiento feminista durante los años 80: el tema del aborto. Y provocó algo impensable: el relevo generacional en el feminismo. Aparecieron miles de chavalas, y decidieron unirse (con redes sociales) e ir hacia adelante. Desde el ‘tren de la libertad’ en 2014, se están viviendo las manifestaciones feministas más grandes de todos los tiempos en España. Por ejemplo, la del pasado 8 de marzo, en Sevilla fue la más multitudinaria de cualquier tema en la ciudad desde hace muchos años. Yo estuve, y vi cómo el 70% de los participantes tiene menos de 25 años. El relevo generacional cristaliza en la aparición de un montón de colectivos pequeños, con su propia espontaneidad. Aunque tengan relación con las feministas de siempre, y algunas de éstas sigan teniendo autoridad moral y prestigio, las jóvenes se dan cuenta de que sus ritmos son otros y han de hacer las cosas por su cuenta.

¿Qué está fallando en las familias, en el sistema educativo, en las campañas institucionales y en la socialización para que la violencia machista continúe siendo frecuente?

Si respondo desde la sexología, se pensaba hace 50 años que la gente dejaría de ir de putas en cuanto fuéramos una sociedad sexualmente libre. De hecho, al principio de la Transición del franquismo a la democracia, bajó mucho la afluencia a los prostíbulos. Y ahora se consume la prostitución más que nunca. Por dos factores: la sociedad farmacopornográfica en la que nos instala el capitalismo internacional. Y no ha llegado a aplicarse la educación sexual que nosotros reivindicábamos en los años 70 y principios de los 80. Yo hacía talleres de sexualidad en centros educativos, aprobados por la dirección y por la asociación de padres y madres, por los que hoy me detendrían y me abrirían diligencias judiciales.

¿Cómo se educan sexualmente los adolescentes de hoy?

Con pornografía, y toman el modelo pornográfico como el modelo sexual que desean. Cualquier chaval de 14 años se descarga en el móvil películas porno. La educación sexual en España sigue siendo pornográfica. Mi generación se educaba a través del amigo mayor, y la poquísima pornografía que pudiera llegar. La que tiene 50 o 40 años se ha educado a través del porno en los videos comunitarios y el porno de las revistas. Ahora, sigue sin educar ni la escuela ni la familia. Ambas se inhiben. Ya no educan los amigos mayores. Ahora es directamente con pornografía.

¿Les reafirma en el machismo?

Antes, para presumir de ser un hombre, lo importante era con cuántas mujeres te acostabas y cuántos orgasmos tenías en una noche. Ahora te exigen que las mujeres tengan por lo menos un orgasmo. Y sienten que es un examen en el que van a fracasar, porque no saben cómo hacerlo. La única forma de acostarte con mujeres sin tener que examinarte es ir de putas, donde no te pesa la inseguridad que provoca la relación con una igual. Las pandillas de jovencitos van de putas como rito de homosocialidad. A afirmar su virilidad ante el grupo de iguales. Y sus modelos de hombre de éxito son los del poder con mayúscula.

¿Y quién cambia al poderoso?

Pensémoslo cuando los políticos quieren que los empresarios cambien. ¿Por qué no empiezan cambiando los políticos? Ellos hablan de feminizar la política. Pero ninguno habla de la necesidad de que los hombres cambien y cedan poder. Ninguno deja su puesto en la cabeza de lista a una compañera.

¿Los hombres quieren la igualdad?

Si tenemos todo el poder, el militar, el económico, el ideológico, el religioso, el político,... pues si de verdad quisiéramos la igualdad, este problema duraba cuatro días. Pero es mentira, porque aquel señor que llega a ser poderoso, importante, triunfador, a partir de un modelo masculino competitivo, no tiene ningún motivo para cambiar el modelo que le ha permitido ser lo que es. Y me preocupa que las mujeres para alcanzar esos puestos se incorporen a un estilo de competitividad que es muy masculinizado.

¿Cómo se admite el machismo dialogando en sus talleres grupales?

Por ejemplo, yo he trabajado con drogadictos en rehabilitación. Y les preguntaba el primer día: “Cómo explicáis que probando las drogas el mismo porcentaje de hombres que de mujeres, el 90% de los que están en las comunidades terapéuticas porque necesitan ayuda para salir son hombres?”. Y te dicen: “Porque ellas pueden ser, pero nosotros tenemos que ser”. Ellas pueden ser lo que quieran. Pero nosotros tenemos que ser, para nosotros no es una opción. Es que si no eres, no eres un hombre. Con lo cual, tienes que asumir riesgos”. Cada vez que un hombre exclama: “¡A qué no hay huevos...!”, él u otro se va a poner en peligro. Las mujeres dejan la droga porque llega un momento en el que en ellas prima la prudencia. Esa misma actitud es considerada cobardía en un hombre. Eso es lo que debemos ‘desmaculinizar’.

¿Y cuando se explica esto en una sesión con jóvenes encarcelados?

El mes pasado estuve en la cárcel Sevilla 1, me invitaron para impartir una charla con presos jóvenes. Y lo que les quedó más claro a esos chavales era lo difícil que resultaba tener una voz independiente o una conducta independiente frente a la dictadura de la pandilla. Reconocían que la adultez se diferencia de la adolescencia en que tú tomas decisiones que no requieren el consenso de la pandilla ni su aprobación. La necesidad de la aprobación del grupo de iguales es fuerte a cualquier edad, pero sobre todo en la juventud. Darte cuenta de que la pandilla, que es la que te da seguridad e identidad, ejerce sobre ti una dictadura, eso es clave para poder salir del problema.

¿Cómo les sugería salir?

Toda esta gente volverá al entorno del que proceden. Ningún chaval que sale de prisión se va de Torreblanca a Los Remedios, o al revés. Y la madurez personal pasa por aprender a distinguir la amistad de ser rehén de la pandilla. Se lo ponía de ejemplo: “Para qué hace falta ser más valiente en tu pandilla? ¿Para dar el palo o para decir que no lo das?”. Y todos decían que hay que ser más valiente para decir que tú no lo das, porque tienes que aguantar de todo: “eres un cobarde, no tienes huevos...”.

¿El machismo es el único rasgo común de los maltratadores?

Y que casi todos son celosos. No la maltratan por ser mujer, sino por rebelarse ante su tiranía. Maltratadas suelen ser heroínas anónimas que han intentado luchar contra la esclavitud de hacer y no hacer lo que a ellos les dé la gana.

¿Qué es para usted un abuso sexual?

El término abuso, en sexualidad, lo haría desaparecer del lenguaje jurídico y penal. Llevo 30 años diciendo que el abuso es un término equívoco porque parece hacer referencia a que te has excedido en un uso lícito. Y en sexualidad no existe el uso lícito. La sexualidad, si es consentida, es relación. Y si no es consentida, es agresión. El abuso es un término académico siempre conciliador con el agresor.

¿El endurecimiento del Código Penal es la solución?

En el gran debate que hay por el caso de ‘La Manada’, me parece ilustrativo lo que está diciendo el feminismo. No se trata de incrementar las penas. Se trata de reconocer que eso es una violación. Y se trata de que esos hombres condenados, que se van a reincorporar en la sociedad en algún momento, hayan dejado de ser un peligro, en la medida que sea posible. En la reeducación y en la reinserción habrá un porcentaje de éxito y un porcentaje de fracaso. Pero se trata de invertir en eso.

Si no se hace es por falta de voluntad política. Igual que las pensiones. Parecía que no se podían subir y se han subido.

¿Cómo centraría usted el debate propiciado por la sentencia a ‘La Manada’?

Lo que está en juego es si las mujeres, como víctimas, son creídas o no. El problema no está en endurecer más las penas. España es uno de los países de Europa con más población penal porque sus leyes son muy penalizadoras.

¿Cómo conciliar en la Justicia, si todos somos iguales ante la ley, más presunción de veracidad en quien acusa si es mujer con menos presunción de inocencia en quien es procesado si se trata de un hombre?

Era un punto clave cuando en 2003 me invitaron a discutir el borrador de la ley integral de violencia de género. Veíamos los riesgos que eso conllevaba. Pero pensemos que hace 15 años, cuando una mujer denunciaba maltrato, la primera pregunta que le hacía tanto el policía como el juez era “por qué has aguantado”. Proveníamos de una época en la que nadie creía a la víctima. Y era imperativo que se la creyera, aunque eso pudiera llevar a la cárcel a algún inocente. Era preferible que fueran a la cárcel diez inocentes a que se incrementara en diez muertas más el balance de asesinadas. Eso fue tan evidente que ha sido la primera ley aprobada por unanimidad en el Congreso y en el Senado. Era evidente que había que forzar la legalidad hasta el extremo de cuestionar la presunción de inocencia, para poder atajar un problema que no había forma de remediar porque la mentalidad de los encargados de aplicar la ley eran casi tan machista como la del agresor.

¿Y si el acusado fuera usted por una denuncia falsa?

Me cabrearía mucho. Pero el sistema judicial es garantista. Los datos lo demuestran desde la entrada en vigor de la ley: Si de verdad los jueces aplicaran ese principio de discriminación y creyeran a la denunciante, tendría que haber tres veces más condenas. Y no las hay porque la ley no se está aplicando en todo su rigor. En cuanto tienen la más mínima duda, pulen la aplicación de la ley y no condenan. Porque sobre ellos pesa la responsabilidad de enviar a la cárcel a un posible inocente.

¿Jueces y policías están bien formados en igualdad de género?

Con la polémica por ‘La Manada’, estoy hasta las narices de oír que hay que educar a jueces y a policías. Ya lo hacía yo hace 20 años en Jerez, en coordinación con los juzgados. Y daba cursos a los policías nacionales y a los policías locales. Si no cambiamos de modo general a los hombres, no vamos a cambiar a quienes logran una plaza de juez. Ojo, es urgente y necesario mejorar la formación a jueces y policías. Pero eso no va a ningún lado si no hay un mensaje claro dirigido a toda la población masculina, sobre por qué es necesario cambiar.

Señale una situación donde la formación del juez o del policía es importante.

El policía que es el primero en llegar a un domicilio donde ha habido un episodio de violencia. Y se encuentra a una mujer, atacada de los nervios, que no hay quien la entienda porque le cuesta articular una frase, y a la vez se encuentra a un hombre tranquilo que se explica de forma razonable. Si no está formado bien, el policía acaba hablando más con él, que es el agresor, y no con ella, que es la víctima. El agente va a elaborar el atestado, y es determinante para que luego en el juicio haya pruebas que permitan demostrar lo sucedido.

¿Qué opina del cruce de acusaciones entre políticos y jueces?

Para que una sentencia no provoque alarma social, hay que legislar muy bien para que a un juez no le quepa un margen de interpretación como en la sentencia de ‘La Manada’. La mayor culpa es del legislador, no del juez. Como en el Parlamento se necesitan consensos y hay corrientes de todo tipo, se acaban redactando las leyes de modo ambiguo, para que se puedan lograr mayorías que las voten a favor. Pero eso las hace muy ambiguas e interpretables.

Indique iniciativas desde los poderes públicos que, a juicio, estén funcionando bien.

El programa Gizonduz, adscrito al Instituto Vasco de la Mujer. Lleva varios años, está bien dotado de recursos, y el rendimiento es estupendo. Otro ejemplo: los materiales educativos elaborados por la concejalía de Feminismo en el Ayuntamiento de Barcelona, para ayudar a los hombres en este proceso de cambio. Insisto: cuando estuve en el Ayuntamiento de Jerez y teníamos recursos y apoyo institucional, llegábamos a toda la sociedad, y la implicación era muy grande desde centros educativos, asociaciones vecinales, etc.

¿Qué le ocupa más ahora?

Intentar conseguir que en el Parlamento de Andalucía se aprueben programas dirigidos al cambio integral de los hombres. No enfocarlo solo desde la vertiente sexual, ni tampoco solo sobre la violencia. En el Parlamento andaluz se está debatiendo incluir nuevas medidas mediante el cambio de la ley de violencia machista. Y a mí me gustaría que estuvieran vinculadas al cambio de la ley de igualdad, que es donde encajan mejor. Porque si quieres hacer un trabajo integral, no es mirando a los hombres como si todos fueran presuntos maltratadores, sino mirando a los hombres como potenciales agentes de igualdad, es como yo creo que hay que tratarlos. Y a mí me interesan los hombres. Me interesa su bienestar. Estoy porque abandonemos los privilegios. Pero yo tengo un hijo. Y quiero que mi hijo tenga un lugar en el mundo tan feliz como el de cualquier niña.