Creadora de arquetipos

La capacidad creativa sevillana no se limita a modelos arquitectónicos sino que llega a expresiones culturales más complicadas

10 dic 2017 / 08:35 h - Actualizado: 10 dic 2017 / 08:35 h.
"La memoria del olvido"
  • La Giralda fue imitada en muchas mezquitas del otro lado del Mediterráneo.
    La Giralda fue imitada en muchas mezquitas del otro lado del Mediterráneo.

{A parte de tener una Historia vieja e intensa, o quizás por esto último, Sevilla fue dejando a lo largo de su devenir prototipos o modelos de muchas cosas, empezando por la Giralda, una torre que, en su cometido de alminar, fue imitada repetidamente en muchas mezquitas del otro lado del Mediterráneo y, más adelante –siendo ya torre de iglesia y habiendo gozado de la genialidad de Hernán Ruiz II– consiguió, en los siglos siguientes, ir dejando hijas por buena parte de la geografía española y, ya en el XX, prestó sus formas tanto a rascacielos neoyorquinos y moscovitas como a inmuebles hoteleros en climas más cálidos de Estados Unidos.

Pero la capacidad creativa sevillana no se limitaría a modelos arquitectónicos sino que llegaría a expresiones culturales más complicadas, especialmente en los terrenos de la fiesta, y se desarrollaría en ellos hasta límites insospechados. Ya en el siglo XVI Sevilla creó y procreó los cánones de celebraciones como las pasionistas o las del Corpus Christi; éstas, con sus coros de músicos y danzantes que ejecutaban músicas y bailes imaginados de los países más lejanos y exóticos, distintos en cada grupo y cada año o con otros, como la zarabanda, traída de verdad desde tierras y ceremonias «de negros».

Sevilla exportó a otros territorios peninsulares (incluidos los «herméticos» territorios vascos) y a los de la América entonces española, tanto las liturgias de su Semana Santa como las de la fiesta eucarística que celebraba la presencia en gran parte del planeta de un Dios con características y atributos españoles. También las canciones que animaban el trabajo y los bailes que celebraban su finalización.

La potencia se multiplicaría a partir del siglo XVIII, cuando la decadencia le obligara a encontrar caminos nuevos con los que buscarse la vida. Primero se puso a la cabeza de cuantas poblaciones andaluzas buscaban la tonadilla como solución al veto –a causa del habla y el acento «incorrectos»– de ser actor o actriz de renombre. A continuación encontró la fórmula para democratizar una costumbre que había llegado de América, la de relacionarse socialmente con el tabaco de por medio; para ello inventó el cigarrillo, un producto al alcance de todos los públicos confeccionado con fragmentos desechados de las hojas que se usaban para los aristocráticos puros. Los cigarrillos, salidos de la Fábrica de Tabacos sevillana se extenderían por todo el mundo.

Después, desde la Plaza de la Maestranza, puso punto final a la corrida de toros caballeresca para escribir con la pluma de Joseph Illo (o la del que ejerciera de amanuense de cuanto él le dictara) las reglas de otra, la corrida de a pie o «moderna» que daría la categoría de «científicos» a los matadores y elevaría a la categoría de héroes a los mejores de entre ellos, extraídos en su inmensa mayoría de las capas sociales «de abajo».

El último hallazgo de este siglo fue el Flamenco.

Creo que el Flamenco nació en Cádiz. Es en Cádiz donde vemos que aparece la palabra con el sentido que hoy tiene y de Cádiz eran los cantaores más antiguos que conocemos pero fue Sevilla la que comenzaría a concebirlo como profesión, el laboratorio del que saldrían el cante, el toque y el baile que comenzarían a hacer furor entre los espíritus que buscaban un exotismo capaz de transportarlos fuera del mundo de lo cotidiano.

En cuanto hubo finalizado la Guerra de la Independencia ya era Sevilla la que doraba con el fulgor del mito los palos y las figuras que los interpretaban. Y sevillanos fueron quienes, desde Bécquer a Antonio Machado Álvarez, Demófilo, y los folcloristas lo pusieron en valor, desde Silverio Franconetti al Maestro Otero, de Sevilla fueron quienes trabajaron en profesionalizarlo, abrirle locales y en dar cánones a sus bailes. Lo mismo que ensayistas como Rafael Cansinos Assens que lo arroparon con la teoría y lo convirtieron en rasgo identitario.

En medio de esa trayectoria de más de cien años Sevilla había parido otro arquetipo, el de la Feria de Abril y, con ella, algunos más. Nacido el festejo como cualquier otro mercado ganadero, evolucionó en pocos años hacia una rara fiesta en la que no se conmemoraba nada, nada se vendía y nada se compraba en apariencia pero que, sin embargo, concitaba la atención de todo el mundo, reunía en el Prado de San Sebastián sevillano a príncipes, artistas o potentados de los países más diversos y, además, exportaba ese modelo ferial. Al calor del evento también se hacía con nombre internacional un baile: el de las seguidillas sevillanas.

En las dos primeras décadas del siglo XX forjó el modelo de lo que serían los cánones estéticos por los que discurren las celebraciones pasionistas primaverales de la mayor parte de Andalucía y un buen número de las de España. Así es, guste menos o más.

El último patrón surgido en Sevilla tiene 40 años; es el que gestó la Bienal de Flamenco, surgida en los albores del primer consistorio democrático, que abrió en el arte del cante, el toque y el baile cien escuelas y hoy tiene por hijas las de Málaga, París, Ámsterdam, México, Mar del Plata, Nueva York... y otros muchos eventos que recogen sus formas y se sienten herederos de las noches que Sevilla ofrece en los años pares.

Sevilla –de eso no hay duda– ha sido, sin duda, la madre y maestra de muchas cosas a lo largo de su Historia. Ha sido la gran creadora de arquetipos y de ello se dieron cuenta cuantos vinieron por aquí. Otra cosa es que ella misma haya sido consciente de ello. ~