Cuando la ‘normalidad’ es irse de copas con 14 años

La muerte por coma etílico de una niña en 2016 activa la alarma en una población que tendía a «banalizar» el consumo de drogas como el alcohol

Iñaki Alonso @alonsopons /
05 mar 2017 / 22:05 h - Actualizado: 06 mar 2017 / 19:59 h.
"Adicciones","Guerra a las adicciones"
  • Las noches del fin de semana congregan a cientos de jóvenes en diversos puntos de la ciudad. / El Correo
    Las noches del fin de semana congregan a cientos de jóvenes en diversos puntos de la ciudad. / El Correo

Ha visto consumir una copa de vino a su tío, tomarse un cubata a sus padres o incluso un anís a su abuelo. La visión normalizada del alcohol hace que, a los ojos de la generación Z, se «banalice» su consumo. Hasta sumarse a la moda del binge drinking (cinco copas seguidas, es decir, los llamados atracones) o el weekend drinking (borracheras de fin de semana). «Nunca se ha asociado al concepto droga», apunta el director general de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD), Ignacio Calderón, que arroja un dato estremecedor, eje de su última campaña: 480.000 menores someten sus cuerpos a una borrachera en un mes.

El peligro sobre el alcohol no se ha calibrado como sí se hizo con, por ejemplo, la heroína en los años 80, cuando hubo tal sensación de pánico que, con los años, su consumo ha descendido. Una percepción que ha cambiado desde que, en verano, trascendió la muerte por coma etílico de una niña de 12 años durante un botellón en San Martín de la Vega (Madrid) a final del año pasado. Eso ha reactivado la alarma social, pese a que los datos de consumo de alcohol sean prácticamente similares a los de hace diez años: la edad media de inicio al consumo de alcohol en Andalucía se sitúa en 13,9 años, incluso algo superior a tiempos pretéritos y siete de cada diez menores encuentran fácil acceder a las bebidas alcohólicas. Sólo varia la sombra de un fallecido, que, además de una tragedia, es una «oportunidad para poner puertas al campo», a juicio de Calderón.

Tras 30 años de lucha, no sólo en el alcohol, sino el resto de drogas han caído en la normalización. «No se vincula el tema drogas como antes a la delincuencia o la destrucción de la sociedad, sino a decisiones individuales y a lo lúdico, el pasarlo bien», insiste el director general de la FAD. De hecho, hay expertos que recuerdan que hasta el concepto de engancharse no tiene las mismas connotaciones que en los 80 años, cuando «se asociaba a heroinómanos». «Ahora se habla de enganchado al móvil con total normalidad», ponen de manifiesto expertos consultados por este periódico.

El alcohol, pese a ese filtro social que rebaja sus riesgos, tiene daños colaterales, sobre todo entre los jóvenes. El director del Centro Provincial de Drogodependencias, José Tenorio, recuerda que al alcohólico crónico, que es una persona bebedora «con complicaciones orgánicas» se le suma ahora las grandes ingestas de alcohol de los más jóvenes, con efectos como los ingresos hospitalarios o comas etílicos, pero también otros como agresiones entre jóvenes o embarazos no deseados en estado de embriaguez. «No tienen el hígado mal ni encefalopatías, pero sí tienen un potencial de adicción», pone sobreaviso este experto.

Tenorio, psicólogo con 30 años de experiencia en este centro, que sólo en 2015 trató a más de 13.000 usuarios, diferencia así entre consumo y adicción. «No todo chico que abusa de una droga debe ir a un centro de tratamiento», aclara. Es mejor un abordaje escalonado en el entorno familiar, educativo e incluso en los centros de salud, que «deberían tener un psicólogo para atender estas demandas». Y, de fondo, el trabajo preventivo. En esta escala, la penúltima carta sería el centro de tratamiento, donde se aborda un crisol de dependencias, desde la heroína a la cocaína pasando por el juego patológico o el tabaquismo.

Una vez que se llega a este punto, los nuevos tratamientos se concentran en tres adicciones: alcohol, cocaína y heroína, por este orden. Incluso el último aparece en menor medida, ya que el grueso de pacientes están localizados en, por ejemplo, los programas de metadona.

De las 13.000 personas atendidas en los diferentes centros de provincia, 4.000 –entre admisiones y readmisiones– iniciaron alguno de estos tratamientos en 2015, de los que el 86 por ciento son hombres y el 14 por ciento mujeres, con un promedio de edad para el inicio del tratamiento de 38 años. De este grupo, 105 eran menores de edad y 534 jóvenes de entre 18 y 25 años, aunque la horquilla de edad más numerosa en cuanto a la demanda de tratamiento oscila entre los 31 y los 45 años. Algo normal porque «el joven es reacio a acudir a un tratamiento porque niega el problema o suele sentir que puede superar el problema por sí mismo».

EL ENGANCHE AL MÓVIL

Tenorio atisba las no tan futuras amenazas en el campo de las adicciones. La primera, más conocida, es el incremento del uso de internet en los dispositivos móviles, que es uno de los desafíos en prevención entre los jóvenes. La delgada línea entre consumo y adicción se percibe por pequeños detalles como «chavales que dejen de estudiar o que no puedan estar en clase sin el móvil», según Tenorio. La otra amenaza está en viejos hábitos, como las compras compulsivas o el juego patológico, que han encontrado en internet un nuevo campo de cultivo.

Ante estas amenazas, Andalucía se ha equipado con el III Plan sobre Drogas, que analiza estos nuevos fenómenos y que ha puesto el foco en los jóvenes. En este plan, sitúan como prioritario retrasar las edades de inicio al consumo de sustancias, sobre todo alcohol y tabaco, que son las más precoces.