«Desde mi infancia tenía tendencia natural a jugar construyendo cosas, a moverlas,... Ese espíritu que, de joven, te lleva hacia la ingeniería industrial. Pero también me gustaban las Humanidades, y no comprendía por qué el sistema educativo te obligaba a elegir Ciencias o Letras. Con 40 años, y un buen empleo, decido compaginarlo con estudiar la carrera de Psicología. Y cuando llevo tres años así, me digo: ¿Por qué no invento algo, uniendo la experiencia que tengo en ingeniería y que sirva para afrontar el autismo, uno de los temas que estoy estudiando?». Así condensa Bernardo Ronquillo su personalidad y su reto, materializado en el Robot Social IO (siglas en inglés de Observador Inteligente). Una de las iniciativas tecnológicas más originales de las que se han puesto en marcha recientemente desde el panorama profesional sevillano.
Nació en Sevilla hace 45 años, reside en Espartinas, y tiene la sede de su incipiente empresa en Gines. Casado y con dos hijos, es el mayor de los cuatro hijos de un matrimonio de Coria del Río. Su madre es maestra y su padre, ya jubilado, trabajó muchos años en Telefónica. Bernardo Ronquillo hizo todo su periodo escolar en el Colegio Maristas, en Los Remedios, y en 1989 entró en la Universidad para hacer la carrera de Ingeniería Industrial, “cuando era mucho más dura y más larga, ahora los alumnos pagan más dinero por cursarla y se forman menos”.
–¿Cuál fue su primer trabajo?
–En el Instituto de Astrofísica de Canarias. Llegué con una beca de tres meses cuando estaba acabando la carrera y me quedé seis años contratado como ingeniero. Me gustó mucho participar en el diseño y montaje de grandes telescopios y otros instrumentos de observación. Era lo que considero ingeniería de verdad: participar de modo integral y con visión global. Iba en contra de la tendencia actual en la profesión: excesiva especialización, ser solo un eslabón de la cadena para hacer solo una cosa.
–¿Cómo entra en la empresa Altran?
–Mi esposa, que se dedica al sector de la comunicación, también es de Sevilla, y en 2001 queríamos retornar, pero no encontrábamos trabajo para los dos. Y sí lo logramos en Madrid. Entré en Altran inicialmente para desarrollar negocio en temas similares a los que yo había acometido en Canarias solo desde el punto de vista técnico. Desde el principio fue muy enriquecedor para mis capacidades profesionales, porque no es lo mismo trabajar en una institución científica pública que en una empresa privada, y en un entorno tan competitivo como Madrid. Tres años después, cuando se anuncia oficialmente a nivel europeo que en Sevilla se culminará la fabricación por Airbus de los aviones A400M, Altran decide abrir también sede en Sevilla para reforzar su posición como proveedor de ingeniería de Airbus, y ya sí retornamos.
–¿En la robótica logra aunar las ‘ciencias’ y las ‘letras’?
–Sí, en mi afán por unir lo tecnológico y lo social me influyó aprender robótica de forma autodidacta viendo el ejemplo de Cynthia Breazeal, una de las personas que ha desarrollado la robótica social. Algo que parece una moda reciente y que, en realidad, se inicia hace más de medio siglo: crear máquinas para atender a personas y resolver sus necesidades. Su robot Kismet, que creó en los laboratorios del MIT en Estados Unidos, y su libro sobre el diseño de robots sociables, han sido mi mayor fuente de inspiración. Ya tiene a la venta un robot mucho más avanzado: Jibo, al precio de 600 dólares.
–¿Por qué decide emprender un proyecto propio y ser a la vez asalariado y empresario?
–En noviembre de 2014, me enteré de la primera convocatoria de la Comisión Europea para apoyar la aceleración de iniciativas de innovación y desarrollo a través de internet y basadas en la tecnología FiWare, que además supongan la creación de empresas y empleos. En mi tiempo libre durante un mes, fuera de mi horario de trabajo en Altran, elaboré mi propuesta, centrada en la robótica social para las personas autistas. Por mis lecturas en la carrera de Psicología, vi que el autismo era un campo con mucho potencial de desarrollo. Y en Psicología, a diferencia de Medicina, la labor está poco tecnificada, no se aprovechan muchos recursos tecnológicos gratuitos al alcance de la mano, y se comparte poca información entre los psicólogos sobre lo que hacen en sus gabinetes y cómo lo hacen. Impera el ‘cada maestrillo tiene su librillo’. Presenté la propuesta en diciembre de 2014, y en febrero de 2015 me comunicaron que era uno de los 10 mejores proyectos seleccionados en toda Europa para ser impulsados por la aceleradora Finodex.
–Explique qué es FiWare.
–Es computación en la ‘nube’ (cloud computing), datos que se generan localmente donde están los clientes, y sus acciones y decisiones son información que se genera y se comparte mediante múltiples dispositivos tecnológicos que están interconectados. Por ejemplo, el recorrido que hago cuando salgo a correr, o a pasear, y sus datos se comparten en Facebook.
–Con su robot, ¿qué objetivo pretende solucionar?
–A las personas autistas les cuesta mucho socializarse. Y todos los seres humanos se desarrollan sobre todo gracias a la interacción con los demás. Cuando llegan a la edad adulta, la mayoría de los autistas son dependientes, no son contratados para trabajar, tienen que recibir un subsidio del Estado. Por eso, las plataformas como la Asociación Autismo Sevilla hacen ver a las autoridades y a la sociedad que la detección e intervención intensa en edad temprana, de cero a seis años, cuando el cerebro de cualquier niño está en formación, contribuye a que los niños autistas sean mucho más autosuficientes y, por ello, pueden ser población activa en edad adulta. En lugar de ser solo dependientes, pueden ser contribuyentes. Invertir en su infancia no es solo un beneficio enorme para la calidad de vida de los autistas sino también un ahorro a largo plazo para toda la sociedad.
–¿Los métodos de la Comisión Europea para la selección y apoyo a proyectos empresariales de base tecnológica son más eficientes que los imperantes en España?
–Sí, porque en su aceleradora nos analizan que comercialmente la innovación interese al mercado, que la empresa pueda ser rentable, que el producto lo quiera y pueda comprar la gente. Si no la ven viable, descartan apoyarla. En cambio, en España, y en Andalucía, ha proliferado dar dinero y limitarse a solicitar la justificación de gastos.
–¿Cómo puede compaginar el desarrollo de su empresa Psykia Tecnología Social con sus obligaciones en Altran? ¿Tanto le cunden las 24 horas de cada día?
–Me dedico a mi empresa por las tardes y los fines de semana. Y no es una aventura en solitario. Somos tres socios: Elisa Macías, que se dedica a la vertiente más social, y mi hermano Mariano, más implicado en la técnica y en el diseño para la fabricación de las piezas. Y hemos contratado a dos ingenieros y un administrativo.
–¿Qué dificultades de mayor calado han de resolver?
–El desarrollo y validación del robot para interactuar con los autistas está ocupando más tiempo del que inicialmente estimábamos. Tecnológicamente está acabado, pero hemos de dedicar muchas horas para que sea probado con los niños y bajo la supervisión de profesionales que les atienden en sus consultas y en los hogares. En coordinación con la dirección médica de la Asociación Autismo Sevilla, y con el Hospital Victoria Eugenia, que también nos apoya. Porque no queremos hacer un juguete, sino algo verdaderamente útil. Ya concluyó el periodo de respaldo a nuestra empresa por parte de Finodex y, para obtener ingresos que nos permitan seguir avanzando, hemos creado este verano otro tipo de robot. Uno muy sencillo para que cualquier persona aprenda robótica. No solo destinado a los jóvenes, sino también para adultos. Y está teniendo buena acogida. Igual que la Escuela de Robótica que hemos puesto en marcha desde septiembre.
–¿En qué consiste esa formación?
–Totalmente práctica y aplicada. Porque se aprende de verdad lo que se hace con las manos. Cada alumno monta un robot, lo maneja y desarrolla. Tenemos como alumnos sobre todo a ingenieros industriales, o de informática, o de telecomunicaciones. Y somos pioneros en España en introducir sistemas operativos robóticos, que es una vía mucho más avanzada. Lo usual, en cambio, es hacer robots que funcionen solo con Arduino, con lo que controlan el motor pero no tienen memoria. Cuando se apagan, hay que volver a cargar el programa desde un ordenador. Nosotros hemos optado por crear robots que tengan un ordenador, y lo basamos en Raspberry Pi, placa que tiene la potencia de nuestros teléfonos móviles y de la que ya se han vendido ocho millones de unidades. Se creó en Reino Unido para enseñar Informática en los colegios, como un recurso educativo, y fue asumido por la industria, ya está siendo usado por empresas para montar sus redes de ‘internet de las cosas’. Consumen muy poca energía, ocupan muy poco espacio, son fiables, pueden estar encendidos las 24 horas de los 365 días del año. Es el corazón de nuestro robot social.
–¿Usted es de las personas que cuanto más se esfuerza, más disfruta?
–Creo en el trabajo concienzudo y en el esfuerzo. Hay muchas horas de reflexión detrás de la configuración de este robot. Las grandes ideas no se le ocurren a ninguna persona porque sí, salen de sus mentes porque durante años han dedicado muchas horas a estudiar y a currar. Cuando en 2010 me metí en Psicología, solo me dedicaba profesionalmente a la aeronáutica y no pensaba en la robótica. Y como me matriculé para disfrutar aprendiendo, porque ya tenía un trabajo con el que ganarme la vida, le he sacado mucho más jugo.
–¿Por qué a los niños autistas les apasiona especialmente manejar ordenadores y otros dispositivos digitales?
–Sus cerebros funcionan de forma parecida a los ordenadores, por eso se entienden de maravilla con ellos y se estresan en la relación con otras personas. Ante un estímulo, reaccionan siempre con el mismo tipo de respuesta si están en el mismo entorno. Son literales. Y, en cambio, les cuesta entender (igual que les sucede a las máquinas cuando se las entrena) que un vaso corto y un vaso largo (o un vaso redondo y un vaso ovalado) son la misma cosa: un vaso. Por eso será un gran avance si logramos preparar y programar ordenadores (dentro de robots) para que interactúen con los niños autistas y les encaminen hacia el desarrollo de habilidades sociales.
–¿Cuál es el primer avance que alcanzar?
–Mejorar el contacto visual. El robot le enseña a relacionarse mediante el contacto visual. Y, a partir de ahí, en lugar de estar enganchado a una pantalla, asimila el hábito de tener comportamientos sociales, y llegar incluso a compartir cantar canciones, a leer cuentos... El robot es el intermediario entre los terapeutas, psicólogos, educadores y padres con el niño. Y no es solo un objeto físico, el robot está preparado para ser el enlace entre diversos dispositivos conectados y utilizar sus pantallas: teléfono móvil, ordenador, televisor... Eso nos permite no encarecer su precio de venta, no necesita tener una gran pantalla.
–Explíquelo con un ejemplo.
–En la actualidad, el robot IO utiliza lenguaje no verbal. Establece contacto visual y puede responder a comandos de voz, y establecer conversaciones simples con el niño. A partir de ahí, se avanzará con el lenguaje verbal. Uno de los ejercicios que hacemos consiste en utilizar al robot como avatar del terapeuta, en una sala donde éste ve al niño sin ser visto por él. El terapeuta escribe a distancia mensajes con su teléfono o con su ordenador, y el robot los pronuncia. El niño responde y el terapeuta vuelve a indicarle al robot cómo seguir la conversación para que el niño avance en el contacto visual o en el reconocimiento de familiares.
–¿No hay experiencias similares en otros países?
–Muy pocas, y nada sistemáticas. No hay ningún proyecto a largo plazo para consolidar la tesis de que usando la robótica se incrementa el desarrollo de los niños autistas. Y ese es nuestro empeño, en un campo que está casi virgen: hacer una labor sistemática con niños desde los 3 hasta los 12 años de edad, y acreditar los efectos.
–¿Qué datos puede recabar y suministrar su robot sobre el comportamiento de cada niño?
–Por ejemplo, el ejercicio de contacto de la mirada, que se ejecuta todos los días en determinadas horas. En el niño, lo importante es que siempre las cosas se hagan en el mismo sitio, en las mismas condiciones. Los adultos cambiamos los comportamientos de un sitio a otro. Pero un niño en casa puede comportarse de forma diferente a como es en el colegio. En el colegio puede ser muy tímido y en casa puede ser un rebelde. Controlando las condiciones externas para que el niño trabaje siempre en el mismo entorno, hacemos ejercicios como: “Juan, mírame”. El niño responde, y si el robot le mira, el robot lo detecta. Con su cámara, el robot puede saber si lo está mirando y decir: “Ahora que no estás mirando vamos a hacer una cosa: te voy a poner unas fotos (son de familiares) y me tienes que decir quién es”. Eso sería un éxito. El robot le ha pedido al niño que lo mire y el niño lo ha mirado. Esos datos se envían a la ‘nube’ informática. Y es posible analizarlos y compartirlos por especialistas: Por ejemplo: “En el primer mes, el niño respondía positivamente el 20% de las veces que IO le llamaba. En el segundo mes ha subido el porcentaje al 25%. Después de nueve meses, el niño responde en el 95% de las ocasiones”.
–¿La mayor parte de esas experiencias se hará en los hogares?
–Sí. Autismo Sevilla ha logrado hacer avanzar la atención domiciliaria, porque estos niños dependen mucho del entorno donde aprenden las cosas. Va aumentando el porcentaje de sesiones en las que son los terapeutas quienes se desplazan a los domicilios. Nuestro objetivo es que el robot esté en casa y ayude a estabilizar sus hábitos, que gane en seguridad: Para despertarse, para desayunar, para relacionarse con otras personas...Y la familia está coordinada con el terapeuta para programar al robot la planificación de actividades con el niño en el hogar. También aportará estabilidad a los padres para sentirse útiles en el desarrollo sistemático y práctico de sus hijos, y saber cómo tratarlos de forma más adecuada.
–¿Se ha planteado internacionalizar esta experiencia piloto?
–Este es un tema universal, y es muy importante que cualquier psicólogo, ante un trastorno tan complejo como el autismo, no se vea limitado a los datos y experiencias que se produzcan en su centro de trabajo. La tecnología nos permite compartir datos como un solo idioma. Hagámoslo con profesionales de otros países y continentes. Es uno de mis objetivos: crear una comunidad para avanzar más.
–Ante su proyecto, ¿qué percibe más, exceso de incredulidad o exceso de expectativas?
–Hay padres que están deseando comprarlo ya, porque se sienten desesperados para encauzar el desarrollo de sus hijos autistas. Por eso hemos de ser muy rigurosos, este es un tema complejo. Necesitamos validarlo durante todo este curso. El robot es una herramienta para mejorarles. No es una pócima mágica. El autismo no se cura, no es una enfermedad. En toda la fase de validación, los psicólogos que quieren trabajar con los niños mediante el robot han de tener el consentimiento de los padres. Realmente, a través de Autismo Sevilla, muchos padres se han ofrecido voluntarios. Por otro lado, se percibe reticencia en algunos profesionales porque temen que el robot les va a sustituir, lo cual es un error. El robot es una herramienta y les va a facilitar muchísima información sobre los comportamientos del niño. En general, mucha gente desconfía de la palabra robot porque, por desconocimiento, y por influencia de algunas películas, creen que dentro de pocos años los robots y la inteligencia artificial van a dominar el mundo y las personas estaremos a su servicio. Es justo lo contrario.
–¿Cómo se plantea la evolución de su empresa si la validación del robot es un éxito?
–Mi empeño es ayudar a democratizar el acceso de las familias a la robótica social, con el ejemplo de esta herramienta. Ya cualquier familia con hijos autistas dedica mensualmente una cantidad elevada a pagar los servicios de terapeutas. Intentaremos que el precio del robot no exceda, como techo, de los mil euros. Y, a partir de ahí, ir abaratando, como sucede en cualquier extensión tecnológica cuando se generaliza. Tenemos ya muy estudiada la estructura de costes, el precio de los componentes, qué proveedores, el diseño e impresión de piezas en 3D. Las actualizaciones de software serán automáticas, como sucede en los teléfonos móviles. Los padres no tienen que ser expertos informáticos, manejarlo ha de ser tan fácil como enviar mensajes por WhatsApp.
–¿Tiene previsto disponer de una fábrica para producir los robots?
–En principio, externalizaremos la fabricación. Es mejor que nos centremos en la mejora continua de la tecnología del robot. Si el proyecto es un éxito, nos copiarán. Y eso no me preocupa si somos capaces, como otras empresas ‘startups’, de ir siempre un paso por delante de los posibles competidores.
–Usted, que ha vivido y trabajado dentro y fuera de Sevilla, ¿cómo enjuicia el presente y el futuro de la sociedad sevillana?
–Tengo sentimientos encontrados. Me gustan muchas cosas de Sevilla. Pero no funciona bien el balance entre las personas con talento que se marchan y las que entran. Muy pocas personas llegan desde fuera para crear empresas o establecer una sede de sus empresas. En cambio, son muchos los jóvenes nacidos en Sevilla que emigran. El desequilibrio es grave.
–¿Considera que los dirigentes políticos, sea cual sea su partido, evitan articular iniciativas para captar a foráneos con talento, por miedo a que una parte de la población les acuse de favorecer «a otros que les van a quitar el pan»?
–Esa tendencia está creciendo en Europa, de ahí el ‘Brexit’ en el Reino Unido para intentar discriminar a los extranjeros y que no formen parte del mercado laboral. En Sevilla se topan con otro tipo de obstáculos. Participé en la implantación de Altran, y, por ser francesa y no una empresa local, nos topamos con muchísimas dificultades. Y hoy en día tiene más de 200 personas trabajando en Sevilla, es de las ingenierías más potentes a nivel andaluz. No hay que tenerle miedo a quien llega desde fuera. No le quita el trabajo a la gente de mi tierra. Al contrario, crea más oportunidades de empleo y desarrollo.