“Educar es hoy evitar que la sociedad genere niños endebles y poco resolutivos”
Fundadora del Colegio Huerta Santa Ana. Pionera en Sevilla de la renovación educativa desde la edad preescolar, y de las cooperativas como modelo de gestión de la escuela, a sus 64 años impulsa con dimensión internacional nuevos proyectos para aprender a emprender
“Mi vida profesional sigue donde empecé, no he parado un momento. No me he aburrido. Me habré quedado noches sin dormir, habré llorado, pero aburrirme... No puedo soportar que una persona que esté en contacto con la educación diga que está aburrida. Quien piensa así no ha de perder tiempo en dejarlo y marcharse. Hasta el último día tienes que estar dando lo mejor de ti. ¡Creo tantísimo en el poder transformador de la formación!, Soy una enamorada de la formación”. A borbotones habla María Luisa González Ripoll, nacida en Córdoba hace 64 años, reside en Sevilla desde 1976, santo y seña de la renovación educativa, valorada en el sector dentro y fuera de España. Identificada sobre todo por su labor pionera como una de las personas que fundó y dirigió el Colegio Huerta de Santa Ana, en Gines, concertado y laico, con capacidad para 350 alumnos, muy demandado en cada fase de escolarización.
Todo el mundo la conoce como Chica González Ripoll, “cuando nací era la tercera de mis hermanos, y pasaron siete años sin que mis padres tuvieran más hijos. Luego llegaron otros dos. Y en ese periodo intermedio crecí llamada por todos en mi entorno como ‘la chica’, ‘la chica’, y se me quedó”. Su marido es arquitecto, llevan casados más de 40 años, viven en Santa Clara, tienen dos hijos.
¿Cómo fue la educación de su infancia?
Mi padre era profesor en la Universidad Laboral de Córdoba. Muy campechano, muy amante de la enseñanza y del campo. Mi madre hoy sería llamada innovadora, porque le aburría el plan de las señoras de su época, no las entendía. A ella le encantaba estar con la gente joven. Mis padres me mandaron interna a Madrid cuando tenía nueve años. Era una costumbre muy propia de la época, consideraban que en un colegio religioso e interna te iban a educar mejor. Allí estudié todo el bachillerato. Regresé a Córdoba para estudiar los dos años comunes de Filosofía y Letras, y después me fui a la Complutense de Madrid para hacer Historia Moderna y Contemporánea, e Historia del Arte. Fue un periodo clave, porque me revolucioné. Viví en Madrid la muerte de Franco, y desperté a un mundo de cambios que marcaron mi personalidad. Para eso sirve salir de casa, para plantearte quién quieres ser.
¿Cuándo comenzó su relación con Sevilla?
Llegué porque había una plaza de profesor no numerario (PNN) en la Escuela de Bellas Artes, y cuando viajé para incorporarme me dijeron que era para otra persona. Empecé a hacer una tesina sobre la Sevilla de Olavide, con Enrique Valdivieso, pero no la acabé porque lo que primaba en mi mente era no depender económicamente de mi familia. Le dije a mi padre: “Ya no me mandes más dinero. Tengo que volar sola”.
¿Cómo empezó en el sector educativo?
De improviso. En 1976, yo necesitaba un trabajo de lo que fuera, para ser autosuficiente. Y un familiar de mi marido se enteró que en la guardería impulsada por la parroquia de San Bernardo, cuyo párroco era José Álvarez Allende, estaban buscando una directora. Y yo me atreví a ofrecerme, con muchas ideas en mi cabeza sobre cómo yo entendía la vida y el mundo, pero sin tener experiencia alguna. Tenía 22 años y un Vespino. Y empecé a dirigir una guardería donde había más de 200 niños y 18 trabajadores. Para tener más respetabilidad, ante ellos y ante las familias, me presenté como María Luisa, y no como Chica. Aprendí de golpe mil y una cosas, desde el primer día y durante tres años.
¿Qué fue lo más difícil?
El esfuerzo para formar a todo el personal y a mí misma. Descubrí que la mayor parte de los trabajadores no tenían formación alguna, porque eran personas a las que el párroco metía en la guardería para paliar sus carencias y necesidades. Tenían ilusión por aprender, igual que yo. Aproveché los cursos de verano que impulsó el Colegio Aljarafe como escuela pedagógica, que eran muy avanzados para la época, y todos íbamos como alumnos. Y logré evitar que alguien se escandalizara. Recuerdo que algunas guardadoras me decían: “¡Hemos tenido una clase de expresión corporal, y nos tiramos al suelo, apagamos las luces y nos tocábamos!”. Y yo les rogaba: “¡No le contéis eso al párroco, que me despide!” Fue un periodo de fructíferas experiencias, hasta que me decidí a emprender algo propio.
¿Cuál fue el punto de partida?
Crear una escuela infantil, que fuera mucho más allá del mero concepto de guardería como aparcamiento de niños. Y dimos el paso cuatro amigos: Tomás Hernández de la Torre, Tana Hernández de la Torre, Dolores Cruz (que era la novia de Tomás) y yo. Queríamos plasmar la idea de que los cambios sociales hay que basarlos en la educación a edades tempranas. Habíamos leído sobre la experiencia pionera de la Escuela de Summerhill, creada en 1927 en Inglaterra por Alexander Neill, donde fomentaba que los niños fueran felices, que vivieran la naturaleza, que acudieran voluntariamente a las clases, que tomaran comida sana. Nos proyectábamos en ese horizonte, porque queríamos dejar atrás esa España casposa de ‘la letra con sangre entra’, de los internados donde todo era pecado, de una enseñanza donde no se daba rienda suelta a la imaginación, solo importaba memorizar y no razonar.
¿Cómo pasaron de la teoría a la práctica?
Dada nuestra inexperiencia, intentando aplicar la ley de la sensatez, y aprendiendo de la dinámica ensayo-error. Decidimos buscar un lugar con arbolado, que los niños no estuvieran siempre metidos entre cuatro paredes teniendo un clima como el de Sevilla. Y encontramos en Tomares la Hacienda Santa Ana [que hoy es un parque público]. Enorme, nos la alquilaban, y allá que nos metimos en 1979, con nuestro ideario de que íbamos a hacer algo transformador y no a ganar dinero. Empezamos con 8 niños y acabamos el curso teniendo 16. Al siguiente comenzamos con 32 y lo acabamos con 60, con edades de 2 a 5 años. El crecimiento fue constante, llegamos a tener comedor, y dos líneas de autobús, venían niños incluso de Dos Hermanas y Alcalá de Guadaíra.
¿Qué familias confiaban en ustedes?
Padres jóvenes de mentalidad moderna que buscaban algo así, sabían a lo que venían. Casi todas las clases se daban en los jardines, con sillas y mesas de enea. Era frecuente ver a los niños subidos en los árboles. Teníamos perros, ovejas, gallinas. A los padres no les importaba que no cumpliéramos la normativa sobre el tamaño de las aulas, pues las habitaciones del chalé eran muy pequeñas. Teníamos 10.000 metros cuadrados de espacio al aire libre, pero la Administración no podía certificarnos como escuela legalizada, a la vez que nos animaba a colaborar con ella para impulsar la renovación educativa.
¿Quiénes atendían a los niños?
Al principio, lo hacíamos todo los cuatro socios fundadores. Todos dábamos las clases, todos limpiábamos, todos les atendíamos en el comedor, todos nos repartíamos por las rutas en autobús para acompañarlos en la ida y en la vuelta. Era ilusionante y extenuante. Cuando ya creció mucho el número de niños, fuimos incorporando a más personas, y ahí surgió constituir la cooperativa, algo que también ignorábamos cómo gestionar.
¿Cómo la organizaron?
Nos pusimos un salario muy bajo y en función de las necesidades de cada uno. Como yo estaba casada, y los demás vivían aún con sus padres, se decidió inicialmente que en el reparto yo ganara casi el salario mínimo profesional, y ellos la mitad. Fueron muy generosos.
¿Les daba tiempo para seguir formándose?
Nos metíamos en todos los cursos que podíamos, sobre todo en los fines de semana y en verano, para consolidar lo que poníamos en práctica de modo intuitivo, con una idea básica: escuela de niños felices. Observábamos a los niños para entender cómo aprendían de modo espontáneo, cómo progresaban. Y por eso decidimos retrasar el momento de iniciar la enseñanza a leer y a escribir, a partir de los cuatro o cinco años. Un día, nos dijeron: “En la Escuela de Magisterio han puesto a vuestra escuela como ejemplo de pedagogía operatoria”. Y no sabíamos qué era la pedagogía operatoria. Descubrimos así a su creador, Francesco Tonucci.
¿Y el salto de escuela a colegio?
Fueron muchos padres quienes nos lo pidieron. Veían felices a sus hijos, y cómo cada día estaban deseando volver a la escuela. No querían que se cortara a los cinco años de edad y llevarlos a colegios tradicionales donde el ambiente fuera castrante. Nos animaron a lanzarnos a ese crecimiento. No teníamos dinero para ello, y fueron los padres más involucrados en las asambleas quienes decidieron anticiparnos dinero, y quienes nos orientaron para crear una cooperativa formada solo por profesores para preservar el espíritu fundacional. En la hacienda de Tomares no podíamos construir. Teníamos que buscar una nueva sede. Y descubrimos en Gines que estaba en venta la casa de un veterinario, con jardines, huertos y una nave de gallinas. La vimos, y fue un flechazo. Pedimos un préstamo y la compramos al día siguiente. Lo llamamos Colegio Huerta de Santa Ana, y empezamos en 1986 solo con primero de EGB, para los niños que acababan en nuestra Escuela en Tomares, y a la vez mantuvimos ésta unos años para no perjudicar a los más pequeños. Tardamos varios cursos en llegar a ofrecer los ocho niveles de EGB.
¿Pudieron delegar más funciones?
Fuimos incorporando profesores y, tras un periodo de prueba, les ofrecíamos ser cooperativistas. Hoy en día somos 16 socios, y en total hay 30 profesores, unos a tiempo completo y otros a tiempo parcial. Al tener solo un grupo de alumnos por curso, no podemos garantizar a todos un horario completo y por eso a quienes están a media jornada no les compensa ser cooperativistas. Unos y otros tienen un alto nivel docente, nos dan mil vueltas a los fundadores. Que no estábamos liberados, al contrario. He sido a la vez profesora, tutora, directora del colegio, presidenta de la cooperativa.
¿Cómo conciliaba ser a la vez empresaria y trabajadora?
Es lo más difícil. Conciliar la cohesión entre los socios, y mantenerla a lo largo de los años, cuando hay que tomar decisiones incómodas. Porque nuestros criterios empresariales también nos afectaban como trabajadores. Para cuadrar las cuentas, en el esfuerzo anual de ir adaptando los espacios para consolidar el colegio, manteníamos el criterio inicial de ser profesores pobres. Durante el periodo en que fuimos centro privado, estuvimos 16 años sacrificándonos y cobrando un salario por debajo del convenio. Era una ilegalidad, pero lo hacíamos porque si no era imposible que el proyecto educativo saliera adelante. Cuando ya adquirimos con la Junta de Andalucía la condición de colegio concertado, pudimos resolver ese problema y dar después el salto para impartir también los niveles de Secundaria.
Al estar bajo el sistema de concertación, solo pueden tener alumnos de Gines.
Sí, eso dejó fuera a personas que soñaban con tener a sus hijos en un colegio como éste. Ha habido casos de familias que se mudaron a Gines porque su prioridad era escolarizarlos con nosotros. Y ahora vamos teniendo alumnos que son hijos de antiguos alumnos. Es un orgullo, y una responsabilidad añadida, para no defraudar tantas expectativas.
¿Siguen manteniendo el espíritu de innovar sin miedo, de probar por intuición, o ahora van más a lo seguro?
Se mantiene la mentalidad de autocrítica y curiosidad para mejorar. Estoy muy satisfecha de cómo se está haciendo el relevo generacional para educar y dirigir el colegio. El equipo docente que está entrando es magnífico, los admiro. Nuestra seña de identidad más clara es sustentar desde lo emocional tanto lo académico como lo pedagógico.
Si se ofrece para trabajar en el colegio una persona joven, como usted hace 40 años en la guardería de San Bernardo, con muchas ideas y ninguna experiencia, ¿tiene alguna opción de ser elegida?
Posiblemente no, porque ahora esas cualidades de entusiasmo y deseos de mejorar el mundo las tienen jóvenes preparadísimos. La competencia es muy alta. En el funcionamiento del colegio todo está organizado por comisiones. También la selección de personal. Buscamos perfiles multidisciplinares, al ser un colegio de una sola línea. Es normal tener, por ejemplo, un profesor de matemáticas que a la vez es músico y puede dar clases de alemán. Al elegir, se valora mucho la práctica docente, pero sobre todo las cualidades personales, que sean capaces de trabajar muy bien con las familias, y que enriquezcan al resto de la plantilla. Como una profesora de inglés que es experta en aprendizaje cooperativo, y a todos nos da cursos de eso, actualizando nuestra formación.
¿Cómo han incorporado los recursos tecnológicos?
A por todas, con un gran esfuerzo de formación continua por parte de los profesores. Todos los niveles de Secundaria están funcionando con ‘tablets’. Ha sido más fácil que en otros colegios porque nunca hemos usado libros de texto, siempre hemos elaborado nuestros propios materiales, y el centro neurálgico del colegio era la biblioteca. Los padres, en lugar de gastar dinero en libros de texto, contribuían de modo mancomunado a reforzar la calidad de la biblioteca. Como tampoco nuestras aulas tenían un estrado para el profesor y todos los niños escuchando una clase magistral, sino que sus mesas estaban puestas en grupos de cuatro, ahora con las ‘tablets’ se hacen mejor los trabajos en grupo. Y los alumnos aportan al aula lo que saben de manejo tecnológico, y les apoyamos. No genera conflicto que sepan utilizar algo mejor que el profesor.
¿Entienden que la tecnología es una herramienta y no un fin en sí mismo?
Es más importante la metodología activa. Trabajar en equipo, trabajar por proyectos, aprendizaje cooperativo y colaborativo. En el colegio, cada curso se plantea un proyecto de centro, eligiendo un tema que vertebra actividades para todos, desde Infantil hasta Cuarto de ESO. En el curso actual, el tema elegido son los héroes. En otro fue el hormiguero, y todos éramos hormigas que formábamos parte de un conjunto. Construimos un hormiguero y cada clase tenía que diseñar cómo eran sus hormigas, pero todas confluían en el mismo. Siempre son proyectos que intentan unir y buscar que las personas sean mejores. Antes, toda la información se buscaba en la biblioteca. Ahora, también la buscan con el iPad o con el móvil. Y los profesores de Secundaria ya disponen de un software que les permite tener registrado todo lo que hacen los alumnos. Más adelante, lo tendrán también los demás docentes.
Los niños que han entrado ahora en el colegio con tres años adquirirán la mayoría de edad en 2033. ¿Cómo les preparan para una vida donde será cierto lo que hoy es ciencia-ficción?
Dentro de quince años, es probable que los coches acudan a nuestra llamada, y que si te falta un dedo en una mano no sea necesario un trasplante sino que se regenerará mediante células madre. Ejemplo de los enormes cambios, a todos los niveles. Hay que repensar la educación y la escuela. Todos los profesores han de tener en mente que su función principal es preparar ciudadanos. Aportarles principios, valores, habilidades, ganas de aprender, creatividad, curiosidad. Sobre todo, capacidad de adaptación. Mucha resiliencia, dominar las frustraciones. Si se forman de esta manera, a lo mejor algunos saben menos matemáticas (las máquinas les ayudarán en eso), pero todos tendrán más opciones de prosperar en una vida donde se cambiará muchísimas veces de empleo y de tipo de actividad.
¿Los padres de hoy en día están tan implicados como los que les apoyaron en sus comienzos?
Ese es un gran reto, porque no es tan fácil como antes. Lo primero: tener un hijo ahora es muy difícil. La natalidad está hundida. Cuando se vive con más de 30 años en casa de los padres, y no tienes perspectiva de estabilidad laboral, choca con la mentalidad de esta época, que alienta a vivir con todas las necesidades cubiertas, y que al niño o niña no le puede faltar nada. En mi generación, cuando yo tuve a mis dos hijos, no me asustaba vivir con poco, había mucho menos miedo al futuro. Y lo segundo: hay que ayudar a los padres a entender cuál es el papel de un centro educativo, y de sus profesores, para formar a sus hijos con el fin de que sepan abrirse camino por sí solos en el futuro.
¿Qué les dicen a los padres, para aconsejarles?
Que entre todos debemos formarles como personas todoterreno, con mucha capacidad de adaptación a un mundo cada vez más cambiante. En cambio, notamos que a los niños de hoy se les sobreprotege muchísimo. Eso no es bueno. Han de ser autónomos, saber levantarse cuando se caen, aprender a tomar decisiones, y a rectificar si se equivocan. La sociedad está generando niños endebles que cada vez son menos capaces de resolver cosas por sí mismos. Por eso en el colegio se le dedican muchas horas a los padres y se les explica la metodología. También para que entiendan y respeten la labor de los profesores. También para compartir con ellos valores en los que la sociedad no ayuda. Como la corrupción protagonizada por políticos en instituciones públicas, que se carga el valor de la honestidad. O la mala influencia causada por algunos medios de comunicación al abordar la actualidad con enfoques sensacionalistas y sin respeto a muchos valores esenciales para la buena educación.
Dígame dos inercias que usted cambiaría porque las considere anacrónicas.
Que las oposiciones a un empleo concedan una plaza fija de por vida. Eso ya no debe existir. Y convertir en España a la docencia en la profesión más valorada, mejor remunerada y con los criterios de selección y preparación más exigentes, como sucede en Finlandia. ¿No nos damos cuenta de que en sus manos está el futuro de nuestra sociedad?
¿Cómo mantener la motivación de los profesores y que no se sientan quemados?
Lo primero: seleccionar como profesores a personas con tanta vocación que se ocupan y preocupan de los demás, con pasión por la infancia y juventud, por dedicarle tiempo a las familias para formarlas, e incluso se interesen por otras materias. Si solo es una manera de tener un sueldo, y no te gusta tratar a niños, estás de más en un colegio. Cuando se elige a buenos profesores, has de ayudarles a su integración en el centro educativo, y has de permitirles que sean creativos, que tomen decisiones, que tienen su espacio, que no sienten con las alas cortadas.
Ponga un ejemplo.
Hace dos años, dos compañeros que son pareja, Ingrid Sanz y Andrés Melero, nos plantearon que querían estar un año entero con sus tres hijas (de 9, 7 y 5 años de edad, respectivamente), recorriendo en coche toda América Latina y hacer un proyecto educativo muy personal, ‘El vuelo de Apis’. Visitando escuelas y alojándose gratis en casas de familias de cada lugar. Desde el punto de vista organizativo, si se van dos profesores, eso te descuadra. Pero si les decimos que no, se hubieran sentido frustrados. Acordamos que pudieran hacerlo, y la experiencia ha sido maravillosa para todos. Las clases que ellos daban a sus hijas incorporaban los proyectos que hacíamos en el colegio, estábamos en contacto a través de internet. Y también para el alumnado del colegio era un estímulo descubrir tantos lugares remotos a través de los proyectos que ellos iban acordando en cada país al que llegaban. Cuando al siguiente curso se reincorporaron en Gines, eran aún mejores como profesores que antes de ese viaje, valoran que la cooperativa ha sido generosa con ellos, y dan el máximo en su labor, motivadísimos.
¿Qué ha marcado su etapa directiva en ACES, la asociación que agrupa a los centros educativos que son cooperativas?
Impulsar en Andalucía la educación emprendedora, aprender a emprender desde edad muy temprana. Eso me conectó en España con quienes considero mis maestros en la materia: Rafael Moreno, José Manuel Pérez ‘Pericles’, Carmen Pellicer, José Antonio Marina. Y desde ACES empezamos a crear cooperativas escolares en el seno de los colegios. Funcionan a imagen y semejanza de una real, se desarrollan en el ámbito escolar, sus proyectos son gestionados por los propios alumnos. El profesor ejerce de guía, les ayuda, ellos toman las decisiones. Fomentamos los valores del trabajo en equipo, la capacidad de iniciativa, la creatividad, y el emprendimiento colectivo, no el individualismo. Las cooperativas son las empresas más democráticas, las más justas, donde los beneficios se reparten entre todos. He viajado mucho por España y por otros países visitando escuelas y cooperativas educativas, y también explicando, como vocera, las buenísimas experiencias que llevan a cabo maravillosos profesores que he conocido. Todo eso me ha ayudado a seguir creciendo como persona. Creo que a través del cooperativismo estamos mejorando el mundo.
¿A qué se dedica ahora con más intensidad?
He dejado mi función directiva en ACES, y mi labor de gestión de la cooperativa del colegio, estoy dedicada a varios proyectos de formación. Para nada soy una jubilada. Estoy elaborando uno de Erasmus Plus con la Escuela de Economía Social de Andalucía, que tiene su sede en Osuna. Además, doy formación a docentes y a futuros cooperativistas que vienen en programas de cooperación internacional, son de países latinoamericanos: Honduras, Costa Rica, México, Argentina,... Quiero apoyar a Anna Ferrer en sus iniciativas educativas en la India con la Fundación Vicente Ferrer. He estado en la India y es maravilloso todo lo que han logrado vertebrar. Y voy a menudo a un pueblo de Marruecos, Khamlia, cerca de Merzouga, al lado del desierto y de la frontera con Argelia, donde hace más de diez años, en un viaje turístico con mi familia, conocí a Mohamed Oujaa, el maestro del pueblo, y de ahí surgió un proyecto para cooperar con su labor educativa.
¿En qué consiste?
Al principio fue algo tan básico como ofrecerle si necesitaba algo. Y me dijo: “Necesito un ordenador”. Le mandamos un portátil. Después le mandamos una impresora. Y le ayudamos a mejorar la biblioteca escolar. Creamos en Andalucía una asociación de profesores para cooperar. Él ya ha logrado ganar en Marruecos un premio nacional por la calidad de su actividad con los niños desde la biblioteca. En mi último viaje allí, he llorado de emoción. El pueblo ha cambiado totalmente, es más próspero basándose en la educación.
Como ciudadana de Sevilla, ¿cómo enjuicia la evolución de la ciudad?
Me gusta la creatividad que tienen muchas personas, y lo mejor está sucediendo en proyectos que surgen de movimientos ciudadanos en barrios. Pero veo a Sevilla y su entorno metida en un bucle. Porque mucha gente innovadora no puede vivir de esa potencialidad. La lucha por sobrevivir es tremenda, mientras persiste la inercia de dedicar mucho dinero y mucho tiempo a la Semana Santa y la Feria. Solo hay sueltos altos para algunas profesiones, como las del sector financiero, mientras que jóvenes preparadísimos y muy comprometidos con la sociedad no tienen ingresos, y no pueden tener hijos. Es a toda la sociedad, y no solo a los ayuntamientos y gobiernos, a la que le corresponde comprometerse y cambiar, no seguir siempre repitiendo los mismos cánones y los mismos patrones. La ciudadanía es pensar en los demás.