«El apellido Perrate es siempre una ventaja»

El cantaor utrerano Tomás de Perrate, representante de una gloriosa estirpe flamenca, regresa a la Bienal de Sevilla para ofrecer en el Teatro Central su último trabajo discográfico, en el que ha contado con la producción del guitarrista Raül ‘Refree’

18 sep 2018 / 22:31 h - Actualizado: 19 sep 2018 / 09:39 h.
"Bienal de flamenco 2018"
  • El cantaor Tomás de Perrate, en una imagen de archivo. / Javier Cuesta
    El cantaor Tomás de Perrate, en una imagen de archivo. / Javier Cuesta

Tomás de Perrate regresa a la Bienal que lo encumbró en su día, y a la que ha regresado frecuentemente en espectáculos de otras figuras. Hoy presenta Soleá sola.

—Fue usted Giraldillo Revelación en la Bienal de 2002. ¿Cuánto ha llovido?

—Mucho, hace 16 años de todo esto... Toda mi vida artística, prácticamente, la he desarrollado durante este tiempo. Es verdad que he hecho mis pinitos bienaleros, presenté Infundio e hice infinidad de colaboraciones con otros compañeros.

—¿Esa familiaridad con la Bienal le quita presión para esta noche?

—Para todos nosotros, la Bienal es un evento importante, se hace una gran inversión en tiempo y esfuerzo, sobre todo cuando se trata de presentar algo nuevo. En la edición pasada no estuve, porque andaba muy ocupado con cosas mías, de Israel [Galván], de Belén Maya... No tenía nada novedoso que presentar. Ya había empezado con este repertorio, pero no estaba cuajado, y pasé banca.

—Otros compañeros suyos se angustian si no comparecen en una Bienal. ¿Tanto miedo hay a que se olviden de uno en estos tiempos tan veloces?

—Es comprensible. Pero hay muchas formas de estar aquí. Yo, como digo, he estado muchas veces con proyectos de otros compañeros, pero que son como míos.

—Una y otra vez se le recuerda la dinastía flamenca a la que pertenece. ¿Puede llegar el apellido a ser una carga, por la responsabilidad que le cuelgan?

—Al contrario, eso siempre es una ventaja. Si es verdad que soy heredero de tantas cosas como dicen, de lo que sí que me siento heredero es de un sentido de la afinación y del tempo que me hace grande, y que me llevo adonde quiero.

—¿Cree que esos atributos van en la sangre? ¿Todos esos cursillistas de los más variados países que vienen a aprender flamenco a Sevilla deben perder la esperanza de poder aprenderlo?

—Creo que sí es algo que se puede aprender, es todo cuestión de sensibilidad. Las personas tenemos cierta plasticidad en el cerebro, que nos permite llegar adonde nos propongamos. Nos hacemos sensibles a la información que nos va llegando. Y es muy interesante que gente que no pertenece a nuestra cultura conecte con un sentir. También hay quien perteneciendo a ella, no tiene ni puñetera idea de qué es el flamenco. Tal vez lo ven tan obvio, que casi les da asco, o coraje.

—Por otro lado, usted ha hecho un largo camino de investigación y renovación de lo jondo. ¿Seguirá profundizando en él, o se dará por satisfecho con lo recorrido?

—Esa inquietud no se va. Yo lo entiendo de esta manera: como una evolución natural de las personas que cantamos flamencos. Evidentemente, no me puedo comparar, yo o mi situación personal, con la de mi padre o mi abuelo. Antes me decía un colega: no vamos a ir al Teatro Central en burro. Te traes tu A4, con tu wifi y todas tus cosas. No podemos seguir en las mismas. Mi padre hizo en 2015 su centenario, y se buscaba la vida con los señoritos en las fiestas. Y mi abuelo sí iba en burro a los sitios. Yo en cambio soy de los primeros niños que contaron con un radiocassette, crecimos escuchando las cintas de hierro y cromo. Y con 20 años ya había escuchado más música en mi vida que mi padre. ¿Quién no se deja influenciar por su entorno?

—Hay quien piensa que los señoritos de hoy son las instituciones que contratan. ¿Lo cree usted así?

—Hay cosas en las que yo no entro. A mí me gusta cantar, me divierto cantando. Es verdad que el cante duele, pero yo lo gozo. Tampoco busco el comercio, estoy a lo que dios quiera: ahora me traen a la Bienal y voy con todo el cariño del mundo. No entiendo muy bien lo que socialmente se pueda entender como instituciones.

—Tuvo como productor a Ricardo Pachón, y ahora a Refree. ¿Son dos estilos tan distintos como parece?

—He tenido la suerte inmensa, grandísima, de compartir con Ricardo Pachón mis albores, mis comienzos. Y Ricardo ha sido como un padre para mí. Y lo ha sido porque no solo me ha asesorado, también me ha apoyado a ciegas. Le estoy enormemente agradecido, porque en esa época no tenía ni puñetera idea de nada. Con Refree, ya con la profesión más hecha, buscamos otro tipo de sensaciones, pero sin salirme del tiesto. Este proyecto es de toná, soleá, seguiriya y bulería, al más puro estilo flamenco gitano andaluz. Estoy completamente orgulloso de lo que hago, y de lo que puedan hacer mis compañeros, aunque a veces se rayen o se toquen músicas clásicas más contemporáneas, o formas de acompañamiento que no son las habituales. Pero lo que hago es flamenco clásico.

—¿Cómo es un día normal de Tomás de Perrate?

—Ahí le has dado. Yo soy un genio de la familia. Tengo un pequeño gran estudio, pero la mañana la hago comprando, haciendo de comer, estando pendiente de mi mujer, de mis niñas y de sus estudios. Y las tardes las echo casi enteras escuchando a Chacón, a Vallejo, a Manuel Torre, y a Tom Waits y a todas las músicas del mundo, porque soy un gran aficionado a la música.