El día que ETA enmudeció la cárcel de Sevilla 1

Un paquete bomba de la banda terrorista dirigida al director de la prisión terminó con la vida de cuatro personas en el atentado más sangriento que se recuerda en Andalucía

27 jun 2016 / 20:17 h - Actualizado: 27 jun 2016 / 21:42 h.
"ETA"
  • El exdirector de la cárcel de Sevilla 1, Javier Romero Pastor (a la izquierda), y el actual presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Joaquín Vidal (a la derecha). / Manuel Gómez
    El exdirector de la cárcel de Sevilla 1, Javier Romero Pastor (a la izquierda), y el actual presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Joaquín Vidal (a la derecha). / Manuel Gómez
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28 de junio de 1991. Era una mañana como otra cualquiera en la cárcel sevillana de la Ranilla, hasta que se vio empañada por el que se conoce como el atentado más sangriento de la banda terrorista ETA en Andalucía. La misma rutina para su director, Javier Romero Pastor (Cuenca, 1948), que como cada mañana se disponía a comenzar su trabajo en la prisión. Quién le iba a decir que pocas horas después de comenzar su jornada laboral, sobre las 11.20 horas, una fuerte explosión motivada por una bomba de ETA cambiaría su vida y la de cuatro familias.

«Fue una situación dantesca... El ruido de la bomba nunca se me olvidará. Escuché el choque de un fuerte golpe metálico e inmediatamente me di cuenta de que había estallado una bomba. No cabía otra explicación», relata Romero. Un paquete grande, de unos siete kilos, llegó por mensajería e iba dirigido al director de la prisión, que ya por aquel entonces estaba en el punto de mira de la banda terrorista tras su paso por la cárcel de Herrera de La Mancha, situada en la provincia de Ciudad Real, y conocida como La Cárcel de Exterminio. Fue una de las primeras prisiones de máxima seguridad que se construyeron en España y donde se encontraban la gran mayoría de presos del grupo terrorista. Durante su dirección, Romero tuvo sus más y sus menos con miembros de la banda a los que «hacía cumplir las reglas que se negaban a acatar».

Un paquete sospechoso hizo saltar las alarmas en la prisión sevillana. El propio transportista avisó a los guardias civiles y estos se lo pasaron a Manuel Pérez Rodríguez, el funcionario encargado de su inspección y una de las cuatro víctimas mortales. «En el escáner no se podía ver lo que había dentro y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que alguien quería esconder lo que había. En ese momento fui a mi despacho –recuerda Romero– para llamar a Madrid mientras el administrador llamaba a los Tedax (Técnico Especialista en Desactivación de Artefactos Explosivos) y antes de poder sentarme para coger el teléfono estalló...». Al parecer, el motivo de la explosión «fue que un recluso, supongo que con autorización del funcionario, intentó abrirlo a pesar de las advertencias». La explosión terminó con la vida de un funcionario, dos reclusos y el familiar de un interno que estaba de visita.

En una sala cercana se encontraba el funcionario Joaquín Vidal (Sevilla, 1947), que actualmente es el presidente de la Asociación Andaluza Víctimas del Terrorismo (AAVT). Ese día fatídico, Vidal casi pierde la vida, pero se libró «porque los muros de carga, de esos años, eran enormes». Explica, que estaba en la prisión de Sevilla 1 solucionando unos problemas informáticos. «Yo conocía muy bien el programa que usábamos en las prisiones y me pidieron ayuda para solucionar unas cosas, pero yo no debía estar allí. Me libré por poco». Tras el estallido, los ataques de histeria y de desesperación se sucedieron... «Todo estaba oscuro por el humo de la explosión y los familiares heridos se amontonaban en la sala de espera. Cogimos a los heridos y los trasladamos hasta la enfermería. La imagen fue espantosa, en la que mujeres y niños fueron los principales víctimas», rememoran ambos protagonistas en un paseo hasta la prisión de Sevilla 1, que ya solo se mantiene en honor a las mujeres y hombres víctimas de la Guerra Civil española.

LINCHAMIENTO POSTERIOR

Hasta seis presos de ETA se encontraban en Sevilla 1. La incertidumbre de los presos tras la explosión, que no sabían si entre los muertos y heridos se encontraban sus familiares, hizo que los internos intentaran linchar a los etarras que había dentro. «Tuvimos que llevar a los seis etarras que había a una zona especial del edificio porque los internos querían ir a por ellos. «Una vez que pudimos, les trasladamos a la prisión de Sevilla 2, donde también se repitieron escenas contra ellos por lo que había sucedido», afirma Romero, que a su vez, alaba el buen trabajo que se hizo para que no cesara el trabajo diario. «Cuando trasladamos a los etarras la cosa se calmó. Se normalizó todo rápidamente gracias a la actuación de los funcionarios que se encontraban allí».

En Sevilla 2 se encontraba como subdirector, Jorge Castejón Casado, y cogió el mando de la prisión tras la marcha del director, Rafael Fernández Cubero, que fue a apoyar en las labores de emergencia a Sevilla 1. Cuenta Castejón que «fueron días de mucha tensión después de la bomba». Los presos comunes querían linchar a los 14 etarras que había en Sevilla 2 y las autoridades tuvieron que aislarlos. No obstante, –recuerda Castejón– «los insultos y amenazas se gritaban desde las celdas, pero el buen trabajo de los funcionarios evitó que pasara una desgracia». Al final, los presos etarras tuvieron que ser trasladados por su seguridad a otras cárceles fuera de Andalucía.

Los días posteriores al atentado fueron «días de numerosas llamadas» denunciando la existencia de paquetes sospechosos, fundamentalmente en oficinas de organismos públicos. Quienes lo vivieron aseguran que «tardó en desaparecer el miedo de la mente de los sevillanos», que todavía hoy recuerdan el atentado. El de la Ranilla «fue un golpe bajo de ETA», que tenía un objetivo, pero que al final terminó con la vida de cuatro personas inocentes e hirió 32 personas entre las que destacaron mujeres y niños: «Las verdaderas víctimas».

UNA MAÑANA DE MOTINES, NERVIOS Y MUCHAS LÁGRIMAS

«Cuatro muertos y 32 heridos por una bomba en la cárcel de Sevilla 1». Así abrió el periódico El Correo de Andalucía el 29 de junio de 1991. Un día gris para la capital hispalense, que vio como la cárcel de Sevilla 1 se retorcía tras un explosivo camuflado de la banda terrorista ETA. En la página interior del periódico, se contó la crónica de lo sucedido y se dieron a conocer las explicaciones de los testigos que estaban presentes durante el atentado. «Una explosión seca», destacó uno de los ciudadanos a los que este periódico pudo entrevistar tras lo sucedido. Este ataque puso en jaque a los presos de ETA que se encontraban en las cárceles sevillanas, pues tal y cómo explicó el redactor en uno de los apuntes de las páginas, tuvieron que trasladar a varios presos porque los internos querían lincharles tras lo sucedido.

La galería de imágenes que mostró este medio el día posterior al atentado tituló así: «La barbarie terrorista hizo por primera vez... diana mortal en la Sevilla pre Expo... con un aviso de siete kilos de explosivos... que confirma a la ciudad como objetivo». Las instantáneas revelaban lo sucedido: motines, restos de la explosión, bomberos trabajando, familiares impacientes, un coche fúnebre y una ambulancia. Un ataque cruel y villano que 25 años después este medio quiere recordar, para que las víctimas del terror de ETA no caigan al olvido y siga la lucha contra el terrorismo.

LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO

En total fallecieron cuatro personas como consecuencia de una bomba que estalló en la prisión de Sevilla 1.

Manuel Pérez Ortega

Natural de Olivares, de 39 años, soltero, funcionario de prisiones desde 1986 y licenciado en Ciencias Económicas y maestro. Llevaba tres años destinado en el servicio de paquetería de la prisión y no pudieron hacer nada para salvar su vida tras la explosión.

Donato Calzado García

De 27 años y natural de Gilena, era interno en Sevilla 1 en régimen de tercer grado, cumplía condena de dos años por un delito de lesiones desde 1990 y estaba a punto de obtener la libertad. Aquel 28 de junio fatídico ayudaba en la sección de paquetería.

Jesús Sánchez Lozano

También interno clasificado en tercer grado, natural de Sevilla capital y de 36 años. Ayudaba igual que el anterior en la sección de paquetería y le faltaba poco para obtener su libertad.

Edmundo Pérez Crespo

Fue la única víctima mortal que estaba visitando a un familiar. De 27 años y natural de Santander, nunca imaginó que moriría durante un encuentro a su hermano.