El duelo duele, y así debe ser

Dar el tiempo y el espacio debidos a la pérdida es algo que debemos seguir tomando con la naturalidad de otros tiempos, sin evitar mostrar nuestras emociones

01 nov 2016 / 08:00 h - Actualizado: 01 nov 2016 / 09:57 h.
"Sevilla no se olvida de sus difuntos"
  • Fotograma de la película ‘Despedidas’, que se proyecta mañana en el Círculo Mercantil de Sierpes.
    Fotograma de la película ‘Despedidas’, que se proyecta mañana en el Círculo Mercantil de Sierpes.
  • Victoria Mellado, psicóloga especialista en el duelo y la pérdida. / El Correo
    Victoria Mellado, psicóloga especialista en el duelo y la pérdida. / El Correo

Estar un año vestido de luto es algo anticuado, pero la muerte de un ser querido duele lo mismo desde el origen de los tiempos. El dolor de la ausencia ha sido y será idéntico a lo largo de toda la historia de la Humanidad y en cualquier parte del planeta Tierra. La muerte es una de esas cosas que igualan al ser humano en todas sus manifestaciones.

Esta es una de las reflexiones que sacas cuando te cuentan algo que no te esperas: que hace cuarenta años se gestionaba mejor el duelo –al menos en España– que hoy en día. «El luto comunicaba a quienes te rodeaban que aún estabas en ese momento en el que debían respetar tu espacio, comprender que aún no estabas preparado para continuar... Que estabas de duelo». La palabras son de Victoria Mellado, del grupo de trabajo de Psicología del Duelo del Colegio de Psicólogos de Andalucía Occidental, que en estos días se ha ocupado de dar charlas y actividades gratuitas a todo aquél que se acerque a ellos.

Tal vez lo más llamativo que han hecho ha sido abordar en una charla el duelo adaptado a los niños. Papá, mamá, ¿dónde está mi abuelito? es el nombre que dieron a esa sesión de trabajo, en la que se dijeron cosas del más común de los sentidos, pero que tanto nos cuesta poner en práctica con nuestros niños, a los que tendemos a sobreproteger.

«Con los niños no hay que inventarse historias, sólo hay que decirles la verdad», asegura Victoria. Frases como «se ha ido de viaje» pueden resultar tremendamente equívocas y provocar una enorme frustración en un niño que espera lo más lógico: la vuelta del ser querido de ese viaje, algo que no se va a producir. «Los niños escuchan muchas cosas y no escuchan muchas otras, se pueden llegar a montar historias que no les hacen ningún bien. Es fundamental darles la información suficiente para que sepan exactamente qué ocurre. Como, por ejemplo, cuando sabemos que la muerte de un ser querido está próxima... Es fundamental que hagamos hincapié en que ese familiar está muy, muy, muy enfermo...». En este grupo de trabajo recomiendan que se deje a los niños que se despidan del ser querido, siempre que quieran, por supuesto, al igual que permitirles participar de todos los ritos del duelo. «Es extraño ver a un niño en un tanatorio, pero si él pide ir, hay que dejarle. No pasa nada», completa Victoria Mellado.

En una sociedad en la que si no eres la alegría de la huerta nadie te aprecia en Facebook, es difícil sostener algo tan básico y trascendental como el duelo, un «trámite» por el que nuestra mente tiene que pasar más tarde o más temprano. «Es preferible que ocurra de manera natural, porque si se aplaza o se oculta, terminará saliendo, y al hacerlo tarde podría ir acompañado de algún daño psicológico más grave, como una depresión».

Un error común de concepto es pensar que el duelo «tiene etapas», como si con esperar a que pasen pudiera bastar. No es así. En su lugar, para este grupo de psicólogos, lo que tenemos son tareas, es decir, un trabajo que hacer por nosotros mismos.

La primera de ellas es la de aceptar la realidad, algo que normalmente ocurre en pocos días. La siguiente, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, dejar que salgan a la superficie. «Soltarlo», bien en forma de llanto, de tristeza, de culpa, de angustia e incluso de ira. Es lo que comúnmente se llama «desahogarse».

El siguiente «trabajo» es probablemente el más duro: adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente, asumiento según los casos las labores que este hacía y ya no puede hacer, por ejemplo; analizando cómo hemos cambiado desde su marcha, etc. Este proceso es especialmente delicado en los casos en los que se es creyente, pues puede incluso poner en duda algunas de nuestras convicciones más profundas. Superarlo (continuando con ellas o cambiándolas) es también todo un desafío para nuestro interior.

La última «labor» será recolocar emocionalmente al fallecido y seguir adelante. El duelo habrá terminado cuando empecemos a pensar en el presente y a hacer planes de futuro, algo que tienen que llegar por convencimiento propio, no porque los demás nos lo sugieran nada más ocurra la pérdida del ser querido.

Respetar ese tiempo de trabajo y dejar que las personas puedan expresarse emocionalmente es labor del entorno, que tiene el deber de evitar mostrarse incómodo. «Tal vez fuera excesivo tanto tiempo de luto hace unas décadas, pero tampoco es deseable que ahora queramos pasar tan rápido por las pérdidas que sufrimos».

Una de las «técnicas» que se transmiten en los talleres de este grupo de trabajo del Colegio de Psicólogos es la de aceptar «pequeñas pérdidas» que vamos experimentando a lo largo de nuestra vida, intentando no evitar el dolor a toda costa.

«Perdemos nuestra juventud, perdemos un amor, perdemos nuestro trabajo o incluso algún objeto al que le tenemos especial cariño. Es importante no tratar de sustituir este tipo de pérdidas nada más ocurren, pues si lo hacemos, retrasaremos nuestra maduración», explica la psicóloga Victoria Mellado.

Si no podemos soportar pérdidas tan pequeñas, ¿cómo resistiremos cuando se vaya un ser querido?

EL EJEMPLO JAPONÉS

La proyección de la película Despedidas (Oscar en 2008 al mejor film de habla no inglesa) y posterior coloquio es otra de las actividades del grupo de trabajo del Duelo y la Pérdida. Será este miércoles en el Círculo Mercantil de la calle Sierpes a las 19.00. El largometraje de Yojiro Takita aborda la temática del duelo desde el punto de vista del rito japonés, contado a través de un violoncelista en paro que se tiene que convertir en funerario. Preparar debidamente a los muertos es algo que terminará aportándole chispa a su propia vida.