El enfrentamiento eterno entre lo viejo y lo nuevo

Bienvenidos a la capital mundial de la contradicción, donde la lucha de opuestos –especialidad de la casa– crea la sensación de estar en un lugar anticuado que intenta reinventarse

06 nov 2016 / 09:02 h - Actualizado: 06 nov 2016 / 09:08 h.
"Superando tópicos"
  • La mantilla y el móvil, lo clásico y lo moderno, se alían en esta fotografía de ambiente de la Semana Santa de Sevilla. ¿Alguien diría que se trata de una imagen típica? / El Correo
    La mantilla y el móvil, lo clásico y lo moderno, se alían en esta fotografía de ambiente de la Semana Santa de Sevilla. ¿Alguien diría que se trata de una imagen típica? / El Correo
  • Paisaje de la decadencia en la calle Jesús del Gran Poder. / El Correo
    Paisaje de la decadencia en la calle Jesús del Gran Poder. / El Correo
  • Construcción del rascacielos de la Cartuja, motivo de una de las últimas discordias. / El Correo
    Construcción del rascacielos de la Cartuja, motivo de una de las últimas discordias. / El Correo

Tal vez usted se imagine lo contrario, pero ser de aquí es algo muy extraño. Así comienza el undécimo número –dedicado a Sevilla, para más inri– de Las Ciervas, el proyecto de edición de artista de Rubén Barroso. Como se explica en su web a quienes no tienen el gusto de conocer esta publicación, todos los números son piezas originales y están realizados a mano uno a uno. Puede ser considerada como una revista objeto, una revista de estética, de arte, de humor, de poesía visual, de pasatiempos, de instrucciones, de acertijos, como una caja de juegos reunidos... o como lo que usted estime más oportuno. Tras reconocer que el asunto le fascina y le cansa a la vez, Barroso, creador y director del festival Contenedores, ha alcanzado el nirvana de tomarse la identidad sevillana como un motivo de disfrute, más allá del discurso que enfrenta lo viejo y lo nuevo en un duelo que, en su opinión, ha quedado ampliamente superado por la cultura popular. Aun así, ser de aquí es, efectivamente, algo muy extraño. Como lo es la propia ciudad, pese a su aparente simpleza.

Sea más o menos retórico, ese duelo existe y ha dejado rastros, hazañas y cicatrices de diversa consideración. ¿Qué significa que el mismísimo kilómetro cero de Sevilla, la Encarnación, haya sido durante cuarenta años un descampado poco menos que tabú? ¿Qué expresan aquellos fotomontajes en los que el rascacielos de la Cartuja, entonces aún sin erigir, se mostraba como una especie amenazadora de monstruo de película japonesa que acabaría con la ciudad? ¿Por qué el Patio de los Naranjos, cedido a la Catedral en 1992 para una muestra vinculada con la Expo, no ha sido devuelto a los ciudadanos y por qué no hay un solo concejal en Sevilla que tenga narices de preguntarlo en público, como expresaba días atrás en estas páginas el periodista Nicolás Salas? ¿Cuál es la maldición de las Atarazanas? ¿Y la de los viejos cuarteles abandonados? ¿Y la del Hospital Militar? ¿Y la de Artillería y otras viejas fábricas? ¿Qué pasa con la industria? ¿Aquí solo se avanza a base de expos? Quizá la respuesta a todo esto tenga que ver con esa sospecha de Salas de que Sevilla es una ciudad que no se soporta a sí misma y que por esa razón se autodestruye cíclicamente. «Sevilla es la única ciudad del mundo que no tiene raíces propias», sostiene, para remontarse a los orígenes del fenómeno. «Las perdió en 1248 con la Reconquista, que vacía Sevilla de sus habitantes, que llevaban 500 años y los mandan a todos al carajo. Y se queda sola. Y para el repoblamiento se tira de las mesnadas que vinieron a ayudar a Fernando III: catalanes, aragoneses, valencianos... y toda España repuebla Sevilla desde cero, se mezclan entre sí y crean una sociedad nueva que tiene una idiosincrasia dual: Sevilla y Betis, Triana y Sevilla, Joselito y Belmonte, los Guzmanes y los Sánchez-Dalp... Aquí nunca hay acuerdo por nada. Lo único que se salva son las hermandades y cofradías, que son cada una de ellas un patio de Monipodio donde se matan entre sí por un puestecillo». Parecería, entonces, que esa aparente enemistad entre los defensores y los adversarios del tópico forma parte de esa naturaleza que la hace viable hasta que finalmente se descompone de nuevo, y vuelta a empezar.

Algunos lo dudan, claro. De eso se trata, de mantener vivo el duelo. «No existe en Sevilla confrontación entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que existía y lo recién llegado pues en esta ciudad aquello que nace y logra superar el lapsus del estreno ya es de toda la vida. La ciudad nunca sale de cristos a porras [salir de lo mismo, expresión de La desheredada, de Benito Pérez Galdós], solo se reinventa para seguir siendo la misma ciudad de tardes perdidas. Aunque de forma sorprendente cada presente es un poco mejor que su pasado». Esto lo dice el productor cinematográfico Rogelio Delgado, porque en el ámbito de la creación la discusión no acaba.

Y mientras tanto –da igual lo que uno se complazca o se encabrone con ello–, el tópico sigue definiendo a esta ciudad y sus moradores. Somos un pueblo básicamente vago y sestero que se camela al prójimo con la labia para no trabajar, porque el sevillano no se dobla ni jugando al dominó. Es, por lo tanto, un artista de la gracia y del chiste oportuno, una zalamera moza o un sonriente señorito que lleva en una mano las riendas y en la otra la copa de manzanilla. Un paisano que solo habla con cariño de la plancha al pensar en su túnica de nazareno y que «inventó la Feria de Abril para no tener que invitar a nadie a su casa», como dedujo el periodista leonés Teo Brugos. Baila siempre, aunque a veces hace un alto para beber gazpacho, y no le interesa más arte que la Giralda ni más ciencia que la de esa esclusa que separa el Guadalquivir auténtico de ese otro río imaginario que pasa –pasar es un decir, porque está quieto– bajo el Puente de Triana y olé. Lugar que constituye, por cierto, otro ejemplo singular de la maldición sevillana, pues en su lugar estuvo, durante solo siete siglos, el provisional puente de barcas. Las televisiones de la caspa han añadido otro tópico más a la ciudad, un elemento más o menos reciente que aliña y enriquece la opinión que se tiene de ella, fuera: ser patria de todo famosete venido a menos y/o pendón desorejado del que se pueda cotillear algo escandaloso. Ni siquiera la Expo, esa que llamó Curro a su mascota, pudo con esto. Todo lo cual puede ser un muro contra el que estrellarse o un acicate para la rebeldía. O bien una razón para salirse de la angustia y desprenderse de los prejuicios, los propios y los ajenos.

¿O no es para tanto? Desde el Grupo Blogosur, Pepe Santos sostiene que «tras la Sevilla tópica existe aún una Sevilla poco conocida. Una Sevilla a la vanguardia en el uso de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. La capital andaluza es la tercera en España en mayor número de blogs, seguida de Madrid y Barcelona, y una de las principales ciudades de Europa en el uso de redes sociales. Pero estos logros no deben enfrentarse a la Sevilla tópica o clásica, todo lo contrario, deben ir de la mano. Sin lugar a dudas, vivimos en una ciudad que sabe y debe combinar lo clásico con lo moderno. Ese es el secreto. Prueba de ello es que la temática de la que más se habla en las redes sociales es, entre otras, la Semana Santa. Una festividad que también se vive los 365 días del año en el entorno 2.0 sevillano. Hace pocas semanas, la destitución de un reconocido capataz fue trending topic en España durante más de ocho horas continuas. Algo inexplicable desde el punto de vista de monitorizaciones en la red. Y casi fue, por pocas horas, tendencia mundial. Todo un hito que subraya que la Sevilla más tópica puede, y debe, mezclarse con la más moderna. ¿Se imaginan a ese pamplonica preguntándose quién será ese Antonio Santiago que lleva siendo tendencia en España largas horas?», concluye.

Entonces, ¿cuál es el problema, si lo hay? Una pregunta ideal para regresar junto a Rubén Barroso. «El problema tal vez pueda estar en que estamos perdidos en una identidad cultural abrumante, que ha llegado hasta hoy sin haber tenido un fin y un comienzo», comenta, volviendo al tema central del duelo. «Nuestra identidad cultural es un non-stop, una remezcla continua a la que se le van añadiendo cosas sin desechar nada de lo anterior (y esto es fascinante si se lo mira bien). Es una ciudad que arrastra en sí todo lo que ha sido constantemente (no pasa quizá en todos los sitios), una ciudad donde se convive con todo a la vez, con lo de hoy, con lo de ayer y con lo de dentro de un rato... y esto, desde el punto de vista de un creador (al menos desde mi punto de vista) es algo ya digo, fascinante, pero algo que también sale de natural, o debería hacerlo. Creo que se desperdicia mucho un material creativo tan excelente como este por parte de muchos, de muchos que están a un lado y a otro, ojo».

«Claro, el problema de esta identidad cultural abrumante son los prejuicios y o esto lo afrontas sin prejuicios de ningún tipo, con una libertad expansiva, o se cae en las polaridades enfrentadas», advierte Barroso. «Y los prejuicios, lógicos porque nos han educado en ellos, te dan el no poder disfrutar plenamente de las contradicciones, los antagonismos y de la propia ciudad si me apuras».

«Pero ¿qué es lo nuevo y que es lo viejo en una ciudad donde lo viejo puede tener dos días y lo nuevo puede llegar a estar asentado desde hace décadas?», propone.

«Da la impresión de que esa dicotomía se asienta hoy sólo en un discurso hecho, el discurso, terrible a veces, que escuchamos constantemente de aunar tradición y modernidad cuando no se reflexiona acerca de qué es esa tradición y de dónde está esa modernidad. Parece que es cosa sólo de aquí, pero hay una falta de reflexión general acerca del dónde estamos hoy. Está claro que el problema viene de lejos, de los portazos históricos que se le han dado a nuestra cultura y de que la modernidad no se asomó por aquí cuando debió haberlo hecho y eso ha creado un lastre».