Menú

El equipo que contó cómo Sevilla rozó el cielo

El Correo destacó una nutrida redacción B a la Cartuja para las crónicas de la Expo 92, con medios digitales entonces a la última

18 abr 2017 / 06:37 h - Actualizado: 17 abr 2017 / 23:43 h.
"Expo 92","Historia de la Expo"
  • El equipo de El Correo que cubrió la Expo, con el director de entonces, Manuel Gómez Cardeña, el primero a la izquierda. / Miguel Mesa
    El equipo de El Correo que cubrió la Expo, con el director de entonces, Manuel Gómez Cardeña, el primero a la izquierda. / Miguel Mesa
  • Incendio del Pabellón de los Descubrimientos. /El Correo
    Incendio del Pabellón de los Descubrimientos. /El Correo
  • El monorraíl. / Paco Cazalla
    El monorraíl. / Paco Cazalla

La Expo 92 supuso la mayor inversión del siglo XX en Sevilla, pero se vivió como una fugaz noche de fiesta de seis meses, que dejó también su resaca de la crisis del 93. Este periódico fue el único de los diarios sevillanos que apostaron desde mucho antes de su inicio por la Expo y siempre ha mantenido su línea editorial favorable al evento.

De manera consecuente una redacción de unos 40 periodistas se dividió y entre 10 y 20 la contaron a diario, sin vacaciones de verano. Media redacción trabajó en el centro de prensa de la Cartuja, y para poder transmitir a la redacción y rotativa, entonces en la Carretera Amarilla (avenida de la prensa 1, donde hoy se alza una hamburguesería) se empleó la última tecnología de entonces.

Así lo recuerda quien fuera director de El Correo entre 1986 y 1999, Manuel Gómez Cardeña. «Acompañé a los directores de Abc y del desaparecido Diario 16 a un almuerzo con los directivos de los bancos de Bilbao y Vizcaya, entonces en proceso de fusión, en el Oriza. Preguntaron ‘¿Qué significa la Expo para Sevilla?’. Uno puso la Expo a parir. El otro también. Yo solo les comenté: ‘Ustedes ¿no han venido a poner mil millones de pesetas [seis millones de euros] a fondo perdido en la ciudad?’ Con eso estaba dicho todo».

Cardeña estuvo casi todos los días en la Expo. Los fines de semana, con sus hijos. Y los días de diario, de recepción en recepción representando al periódico. «Llegaba a cansar y a la hora de comer me escapaba al pabellón de Noruega a comer salmón, tan novedoso entonces».

El Correo de Andalucía, explica uno de sus fotógrafos entonces, Miguel Mesa, fue pionero en emplear un módem para enviar negativos fotográficos escaneados desde el centro de prensa de La Cartuja a la Preimpresión de la Carretera Amarilla.

Una manera rudimentaria de enviar información, cien veces más lenta y menos potente que el peor de los móviles de hoy, pero entonces tecnología punta. Eso sí, las fotos aún no eran digitales: había que revelarlas y para hacerlo en la Expo Mesa utilizaba un chaleco negro muy tupido para manipular los carretes sin que les diera la luz. También los textos se enviaban por módem.

La coordinadora de esta redacción B era Carmen Carballo. Estaba a cargo de un cuadernillo de 24 páginas diarias. «No había móviles, ni internet. Si surgía algún imprevisto, pese a estar el recinto lleno de redactores, era un problema dar con ellos». Así que todos tenían la orden de llamarla a eso de la una y media. Al menos, los fotógrafos tenían buscas. El único móvil, grande como una caja de zapatos, lo tenía el jefe de Publicidad. Las convocatorias tampoco llegaban a golpe de clic. No había internet. Como mucho, algunos pabellones avisaban por fax de los actos del día siguiente. Pero recopilar toda la información solo para la agenda resultaba un trabajo agotador y monótono.

El operativo comenzó a trabajar en la Cartuja una semana antes de la inauguración de la Expo el 20 de abril de 1992. Curiosamente, el tráfico y el aparcamiento no eran un problema, sí el permanecer en la Expo entre las 11.00 y las 22.00 horas: había que comer cualquier cosa en el Centro de Prensa.

«Los más complicado fueron las medidas de seguridad cuando vinieron los príncipes de Gales [Carlos y Lady Di] y Fidel Castro con todos los presidentes de América», prosigue Carballo. ETA estaba activa, aunque con la cúpula de Bidart recién desarticulada, no pasó de ser un problema teórico durante la Expo.

El «mazazo», recuerdan ella y Pepe Iglesias, redactor de Cultura trasladado a la Expo, llegó en vísperas de la inauguración, con el incendio del Pabellón de los Descubrimientos. «Nos molestaban esas críticas de ‘como siempre, en Sevilla, donde todo está por terminar a última hora’ o con la Sevilla conservadora que no veía la Expo más que como una tomadura de pelo o un derroche», rememora Carballo. «Recuerdo», tercia Iglesias, «ver a Jacinto Pellón [consejero delegado de la Expo] llorando. Estábamos en los jardines del monasterio de la Cartuja y ese tiarrón de Santander se derrumbó». Si hay foto, la tiene Raúl Limón, entonces en Diario 16.

A Pellón lo recuerda también el entonces reportero de calle Jorge Molina: «Se le trató con mucha hostilidad porque por su aspereza se ganó la enemistad de la Sevilla más rancia, pero esa aspereza era eficacia, mientras otros se dedicaban al folclore más vacío. Murió sin el más mínimo reconocimiento».

La jefa del operativo e iglesias no quieren dejar atrás la actividad cultural de primer nivel en La Maestranza –el teatro se inauguró para la Expo–, el Teatro Central –ídem–, la Plaza Sony... y el ambiente, como ese partido de fútbol contra el personal del Pabellón de Canadá.

«Éramos unos paletos», comienza a recordar Iglesias. «Yo me tomé a mal que me sacaran de la sección de Cultura porque de la Expo y la construcción de los pabellones llevábamos años dando varias páginas diarias, entre obras y polémica política, y estaba muy a gusto con mi teatro, mis conciertos y exposiciones. Pero me lo pasé bien, no fue tan grave y la programación cultural fue tremenda, esplendorosa desde antes, como ese Leyendas de la guitarra en el que actuó Bob Dylan.

Pero también hubo lado oscuro. Se ha hablado mucho de grandes desvíos de fondos, de derroche... Tal vez lo que ilustre lo que pasó a pequeña escala fue lo que pasó con el bar del pabellón de Australia, el Kangaroo Pub, auténtica capital de la movida sevillana durante la Expo. Dos semanas antes de que acabara la Expo los dueños desaparecieron con la caja, dejando tirados a los trabajadores, los proveedores... «Ya se aventuraba el pelotazo», recuerda Iglesias. Dos años después se produjo la famosa fuga de Luis Roldán, pronto llegaría el gilismo... toda una resaca de fin de fiesta en el marco de una crisis económica.

SOLO FUE UNA FIESTA, PERO LLEGÓ LA RESACA

La experiencia fue mejor de lo que nos podíamos haber imaginado», recuerda el reportero de calle del equipo, Jorge Molina. «Muchos medios de comunicación enfocaban la Expo como una crisis política: tal país se descuelga, tal pabellón se retrasa... y no entendimos que se trataba de una fiesta, fiesta excitante que yo prolongaba tras el trabajo en algún espectáculo, en alguna degustación como la de café de Colombia con el mismísimo Juan Valdés, al que entrevisté; o en Ciudad Expo, la urbanización de Mairena donde vivían los trabajadores. Imagina la expectativa ante una fiesta de azafatos italianos o azafatas brasileñas».

«Recuerdo», prosigue, «las juergas en el Kangaroo, y anécdotas como cuando entrevisté al jefe de los jardines de la Expo: cuando llegaba la hora de cierre encendía los aspersores de la zona más tupida: siempre salían parejas. Nos acostábamos tarde porque también era excitante estar allí profesionalmente: por allí estaban a nuestro alcance desde [el último líder soviético] Mijaíl Gorbachov a Lech Walesa o Lady Di o García Márquez».

La fiesta también fue negocio. Este periódico facturó entonces, recuerda su exdirector Manuel Gómez Cardeña, el mayor volumen de publicidad de su mandato. La redacción no solo presumía de su transmisión digital entre La Cartuja y la Carretera Amarilla: El Correo fue, un año antes, el primer periódico en trabajar con ordenadores Mac y con el sistema QuarkXPress, lo que daba más autonomía a los redactores (y permitió que el peso de los periodistas en la plantilla pasara del 10% al 80%, al descargar los talleres), recuerda el exdirector.

Pero inmediatamente después llegó el vacío de la crisis. La publicidad se retrajo de golpe y la distribución del periódico retrocedió hasta los 8-9.000 ejemplares. Para colmo de males, cuando Gómez Cardeña se dirigía con el gerente Juanjo Ramírez a Madrid a una reunión en busca de ideas éste se muere de un infarto, el 30 de septiembre de 1992, en el paseo que daban ambos hacia la estación de trenes de Santa Justa. «Fue una subida a los cielos y un asomarse al abismo: el periódico podía desaparecer», recuerda.

El periódico era entonces propiedad de dos empresas: Prensasur –de Emilio Martín, que a la postre controlaría el periódico años después, hasta su venta a Prisa en 1999– y Parso, y la Iglesia Católica, primera editora, mantenía a dos miembros en el consejo de administración. Para superar la falta de ventas y de ingresos publicitarios El Correo volvió a hacer algo que nadie había hecho hasta entonces en la prensa escrita.

Gómez Cardeña propuso editar láminas de contenido cofrade. Fue la primera de las promociones editoriales, a las que luego siguieron libros, vídeos o cedés. Pero la «agresiva reacción comercial» tuvo éxito, elevo las ventas a los 40.000 ejemplares y, pese al anatema de la patronal AEDE, prácticamente todos los periódicos de España fueron copiando la idea. «Ahora también está la prensa escrita en una situación difícil y también hace falta imaginación», apostilló.