El laberinto español (I)

El sur, lo que fue el occidente de Al Ándalus, se ha quedado sin idioma pero sí con miles de vocablos de raíz arábiga

10 sep 2017 / 22:16 h - Actualizado: 11 sep 2017 / 09:28 h.
"La memoria del olvido"
  • Estatua de Fernando el Católico en Madrid. / El Correo
    Estatua de Fernando el Católico en Madrid. / El Correo

En España, cuando aun no sabemos cómo se desarrolló su historia fundamental, vivimos momentos de grandes definiciones que tendrían que sustentarse en sólidas premisas pero que, en realidad, penden del hilo de la ocurrencia, el sentimiento o una presunta oportunidad.

Por ejemplo, en el PSOE, hay quien está seguro de que España es un estado plurinacional y su secretario general, Pedro Sánchez, incluso ha llegado a decir que en España hay, al menos, tres naciones que son, naturalmente, Cataluña, el País Vasco y Galicia.

Tal vez se ha llegado a ese razonamiento porque cada una de ellas tiene lengua propia y, por tanto, una historia particular. Pero entonces habría que concluir que en la península ibérica, aparte de Portugal y de Andorra, existirían cuatro y, dado que eso de «una nación con tres naciones» suena bastante parecido a lo del misterio de la Santísima Trinidad, nos encontraríamos con que, históricamente, la cuarta fue Castilla. Para verlo no hay otro remedio que ponerse en mitad de la Edad Media, en el inicio de la aparición de los reinos peninsulares: el de Castilla y León, el de Navarra y el de Aragón, más Al Ándalus en una franja que iba del Suroeste al Nordeste.

Cada uno de ellos fueron muy cambiantes, tanto en su extensión, sus pobladores y los proceso particulares que siguen. Navarra comienza siendo grande y acaba emparedada y los vascos -a conveniencia de sus señores- son, unas veces, súbditos de los reyes navarros y, otras, de los castellanos.

Castilla pasa de ser un condado de León a principal reino ibérico en poco más de dos siglos y, aunque se le independice Portugal, logra dejar reducida Al Ándalus al reino de Granada, pasar el Estrecho de Gibraltar para llegar a algunas plazas norteafricanas y, sobre todo, a las Islas Canarias, la base de las expediciones posteriores. A Aragón lo vemos hoy centrado en Zaragoza pero lo cierto es que esta ciudad fue andalusí hasta principios del siglo XII. También dos siglos después (en el Compromiso de Caspe, que nombra como rey aragonés al infante castellano Don Fernando el de Antequera, Cataluña pasa a ser hegemónica en Levante (Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares) quedando además su idioma –el catalán– como lengua de estos tres últimos territorios.

Así se llega a finales del siglo XV con una España compuesta por el reino de Aragón, Granada –hasta que en se la anexione Castilla– y ésta misma a la que pertenecen los demás territorios incluidos los hoy vascos por voluntad de sus señores. Navarra seguiría adscrita a la órbita francesa hasta 1512. Sin llegar al mismo número de hablantes –pero casi– las lenguas de la Península se repartían en tres franjas verticales: galaico-portugués, en la occidental, castellano, en la central y catalán en la oriental.

El sur, lo que fue el occidente de Al Ándalus hasta la mitad del siglo XIII y su oriente hasta 1992 se ha quedado sin idioma pero, en compensación, dejará miles de vocablos de raíz arábiga encastrados en el portugués, el castellano y el catalán, estrofas poéticas como la moaxaja y el zéjel... y un sinnúmero de rasgos culturales que, luego, llegarán a tierras muy lejanas...

En el escudo de Fernando el Católico, rey de Aragón y regente de Castilla (que pasará a Carlos V y, en esencia, acabará siendo el de España) figuran Castilla y León, Navarra, Aragón englobando, además a Cataluña, Valencia y Baleares... Y Granada. Estamos en los años en los que comenzaba a delinearse el concepto de nación y de estado; decaía el de territorio feudal o nobiliario y las monarquías organizaban sus territorios en un sentido nuevo (por eso comienza en ellos la Edad Moderna de la Historia).

Aragón buscaba su expansión por Oriente y a Castilla no le quedaba otro remedio que hacer lo mismo yendo por Occidente. Así que –resumiendo– llega, primero, a las Canarias, las coloniza y, después, a un continente del que nadie sabía la existencia, América, y eso lo cambia todo. Tras el descubrimiento de América, de la misma manera que el cristianismo, de ser una religión minoritaria en el mundo pasa a ser mayoritaria, el castellano, un idioma hablado por menos personas que el francés, el italiano o el alemán, se convertirá en una lengua hablada y leída en Europa, casi toda América, algunos territorios africanos y hasta en Oceanía.

Así se convierte el castellano en «español», lo mismo que queda como española la empresa colonizadora americana que era, en realidad, castellana. Por eso los vascos tienen una parte tan importante en ella.

Es aquí donde también se convierte en español el nacionalismo castellano, los métodos y la personalidad que había llevado a aquel pequeño territorio perteneciente a León a convertirse en el motor de lo que hoy llamaríamos «una potencia mundial».

Castilla se convierte en sinónimo de España, o viceversa; así aparece exteriormente aunque, en realidad, en su interior esta tierra sigue siendo tan diversa como lo era antes. Así, cegada por el brillo, primero, del oro y, luego, por el del pan de oro, llega hasta el siglo XVIII y ahí tienen lugar dos hechos que están encadenados: la decadencia y el cambio de dinastía (o viceversa). Fundamentales para lo que, con el andar del tiempo, serían las «cuatro naciones»: Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía (ésta se le olvidó a un Pedro Sánchez, suspenso en Historia Contemporánea) que, al menos, componen la España moderna, muy distinta de la que con el sinónimo de Castilla definió el poeta Don Antonio Machado: «Castilla miserable/ ayer dominadora/ envuelta en sus andrajos/ desprecia cuanto ignora». Pasaremos por ella la semana que viene.