El maestro

14 feb 2018 / 09:12 h - Actualizado: 14 feb 2018 / 17:13 h.
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  • Nicolás Salas, en una imagen de archivo en la redacción de El Correo. / Javier Cuesta
    Nicolás Salas, en una imagen de archivo en la redacción de El Correo. / Javier Cuesta

Una de las mejores cosas que le podían pasar a un joven periodista en Sevilla era conocer a Nicolás Salas más allá de la redacción del periódico. Yo fui uno de esos afortunados a los que este cronista eterno sumergió en horas de conversación que iban decapándose como una cebolla hasta llegar al meollo de lo que más le interesó siempre.

La primera capa tardaba poco en desaparecer, un repaso rápido a saludes y ánimos a los que pronto arrollaba algún chiste acompañado de esa risa socarrona de niño, y entonces te sentías como si estuvieras con tu compañero de pupitre comentando alguna trastada a espaldas del profesor. Eran los momentos en los que Nicolás se quitaba de pronto cincuenta años de encima y tú notabas cómo se ponía a tu baja altura. En ese punto, la persona que tenía más cosas que contar –de todas las que he conocido jamás– se preparaba, nada menos, que a escucharte.

Un par de cervezas después, Salas repasaba con mayor o menor gravedad alguno de los temas de esta fase intermedia del palique, a saber: el desmembramiento de la unidad territorial española, la belleza femenina, la debilidad de algunos líderes políticos, el declive urbanístico de la ciudad, la Iglesia como fuerza viva, el origen del marisco del Sancho Panza y los personajes de la Sevilla que se fue cuando llegó la Expo.

Y quitada esa capa, pasado ese primer par de horas, Nicolás Salas cogía por los cuernos a su toro favorito, que también era el nuestro: el periodismo. Para este periodista con un currículum que quitaba el hipo, este oficio seguía siendo «dar voz a quienes no pueden hablar», algo que se había labrado desde que comenzó a escribir artículos de prensa en papel de envolver jamón, allá por 1950. Nicolás pespunteaba el periodismo sevillano evocando ejemplos de compañeros de todas las décadas en las que ha ejercido su labor, comparando tiempos, tecnologías y éticas, sin dejarse llevar en ningún momento por glorias pasadas, pero dejando bien claro que uno de los males de la industria periodística era que había perdido lo que tenía de industria y también lo que tenía de periodística. A pesar de eso, nos animaba a continuar dentro del oficio, siempre con pasión y, sobre todo, con empatía, la misma que nos regalaba en aquellos momentos, la misma que usaba cuando se ponía en la piel de las personas sobre las que escribía, ya fuera para denunciarlas o para defenderlas.

Resultaba entonces que un señor que lo había sido todo en el periodismo de esta ciudad aún seguía complicándose la vida con reflexiones éticas, las mismas que abandonan hoy muchos estudiantes de Comunicación tiempo antes de dejar la facultad, las mismas que, según él, dinamitan las redes sociales, un entorno en el que acertó en no participar (y no precisamente porque se le dieran mal las nuevas tecnologías).

Todas estas cavilaciones son las que se perdieron aquellos compañeros de gremio que juzgaron a la ligera al señor que más Abecés de Sevilla vendió en la historia, al periodista que dio la primera oportunidad a decenas de enormes profesionales de hoy, al hombre que fue amenazado de muerte por ETA y los Grapo, al director que publicaba lo que alguien no quiere que publiques, al ciudadano al que las izquierdas tachaban de retrógrado y las derechas acusaban de revolucionario peligroso.

La mejor fotografía de Salas eran los anaqueles de su propia casa, colmados de libros, instantáneas con personajes públicos relevantes de todos los tiempos, decenas de recortes de periódicos enmarcados y una multitud de reconocimientos en forma de pequeños trofeos, placas y bronces. Dudo mucho que en Sevilla haya una biblioteca privada tan rica como la de Nicolás, a la que tuvo que construir una pequeña casa aneja a su vivienda en Colina Blanca. Miles de libros de todas las épocas clasificados milimétricamente por los temas que más le han interesado: la ciudad de Sevilla, el periodismo, la política, el arte, la economía, las tradiciones españolas, etc. Pero entre todas ellas sorprende la colección de libros de temática andaluza, una de las querencias sobre las que se mostraba más apasionado.

En la ciudad que devora a sus hijos, a Salas nunca le hizo falta formar parte de ningún lobby, y mira que pudo. Los evitó con intención y por propia coherencia con el que fue su oficio: denunciar sus abusos durante años. Mucho tiempo después hemos podido disfrutar del Nicolás Salas más libre, el que no le debía nada a nadie. Sin ni un solo pelo en la lengua, el maestro de periodistas escribió cada semana en El Correo sobre lo que le dio la gana, armando críticas fundamentadas en casi setenta años de oficio. Así seguía demostrando el enorme respeto que tenía por el lector, algo cada vez más difícil de encontrar.

Y mientras tanto, en cada encuentro, en cada almuerzo, en cada café, el disfrute de ir decapando la realidad de la risa al quebradero. Las risotadas de Nicolás al principio... y su pasión de periodista al final.