El orgullo andaluz de trasladar valores
Fue profesor de Comunicación en las universidades de Texas, Tulane y Wisconsin. También trabajó en la Embajada de España en EEUU. Fue director de relaciones externas de la sociedad estatal Expo 92, es comisario para la conmemoración del XXV aniversario de ese mismo evento y es presidente de honor la Fundación Cruzcampo
El tono que utiliza Julio Cuesta al hablar es pausado, tranquilo, reflexivo. Acaba una frase y se detiene un instante, apenas se puede apreciar, para pensar lo que va a decir a continuación. Señal de prudencia.
Andalucía y la ciudad de Sevilla. La tierra para Julio Cuesta es importante. Sabe que la importancia del territorio es esencial.
«Andalucía es un caleidoscopio. Donde cada piececita tiene su papel. Sevilla. ¿Qué es Sevilla? Muchas cosas. Es su geografía, es su luz, es sus gentes, su patrimonio, su historia, son sus templos, sus devociones, sus sentimientos, sus fiestas... Pero esto mismo ocurre en Córdoba, en Huelva, en Cádiz... Cada una con sus particulares. Para ver Andalucía, una tierra tan rica por donde ha pasado tanto, hay que mirar su conjunto. Porque no se explicaría nunca el Valle del Guadalquivir sin Sierra Morena. Ni se explicaría Sierra Morera sin Sierra Nevada. Ni se explicaría la costa de Huelva sin la de Cádiz. Ahí es donde está su grandeza».
Julio Cuesta habla y sonríe ligeramente cuando va desgranando lo que es su tierra y lo que representa en su vida. Una vida que, aun estando a miles de kilómetros, no perdió su arraigo en Andalucía, en España.
«Yo me siento orgulloso de mis antepasados, me siento orgulloso de mi presente y me siento muy orgulloso de mi futuro y del futuro de los míos. Eso, está vinculado a un territorio y el territorio inmediato es Andalucía, pero el territorio superior es España. Así que, uno puede decir yo soy español, andaluz, sevillano, del barrio del Arenal o al revés. Creo que el orgullo, y esto lo digo con toda sinceridad, me viene por lo que me siento reflejo y heredero de lo que me dieron mis padres, mis abuelos. Una manera de sentir, una manera de ver las cosas, una manera de comportarme. No soy así porque sea así, sino porque me lo han dado y tengo ese orgullo de poderlo transmitir. Además, lo he hecho siempre en mi vida, he procurado trasladar valores. Creo que es ahí donde está la clave del orgullo como persona de Andalucía. Seguro que las generaciones que me sigan van a llevar algo de mí, estoy hablando de mi nieto».
Ríe cuando se refiere al niño. Una risa que quiere matizar que no se refiere a las generaciones de andaluces que están por venir sino a las propias que le seguirán a él. Y no es raro que explique con el gesto eso que piensa porque la arrogancia y Julio Cuesta no van juntos. Al contrario, es un hombre sencillo y de trato exquisito.
Le invito a que me hable de Andalucía. De la de antes, de la de ahora.
«Bueno, creo que esta Andalucía ha sido siempre la misma, ha sido un crisol, ha sido un punto de entrada y salida, ha sido un lugar muy cosmopolita y muy abierto y eso se demuestra en cada una de las grandes ciudades de Andalucía. El gran problema es que el país ha pasado por grandes vicisitudes históricas y cada una de ellas ha dejado su huella. Y, efectivamente, la Sevilla, la Andalucía de la postguerra, era una Andalucía herida; herida, probablemente donde era más sensible, que era en su gente y en su economía. Pero, en general, a partir de ese momento escapó de una dependencia que ha tenido que ir soltando para hacerse cada vez más autónoma y más resolutiva. La Sevilla de los últimos 25 años no tiene nada que ver con la Sevilla de la postguerra y creo que la Sevilla de los últimos 25 años es la que refleja la Sevilla que fue siempre, porque no debemos olvidar que Sevilla fue la capital del mundo durante 250 años. A Nueva York le falta todavía 150 años para alcanzarnos. Aquello no fue una casualidad y tampoco es una casualidad que ahora haya ocupado su sitio hacia la modernidad a partir de lo que ocurrió en 1992».
Esos últimos 25 años han cambiado Sevilla y a su gente de forma definitiva. Pero, tal vez, esté a punto de llegar otro cambio aún más considerable. El tejido empresarial es el camino que elige para explorar ese futuro que arrastra, irremediablemente, todo el pasado de la ciudad.
«Bueno, pues nosotros tenemos, quizás, unos lastres del pasado por ser una economía con una fuerte carga agrícola; una fuerte carga que no es negativa. Las plusvalías agrarias del Valle del Guadalquivir han financiado el desarrollo de toda España, los movimientos de capital que se produjeron fuera de Andalucía (en Madrid y en Barcelona) tienen origen en la liquidez que origina las plusvalías agrarias fundamentalmente del Valle del Guadalquivir. Lo que pasa es que la agricultura, evidentemente, ha ido perdiendo peso como primer sector y han ido ganando otros sectores. Hoy tenemos un sector industrial importante; basta mencionar, solamente, el sector aeronáutico que está disparando las exportaciones de Sevilla por encima de cualquier otra ciudad andaluza, pero, al mismo tiempo, se está produciendo por el nuevo andaluz capaz de construir un sector servicios muy capaz y muy competitivo que llega, por ejemplo, desde la generación del mundo de la cibernética y la informática al parque científico y tecnológico que tenemos en la ciudad de Sevilla, en la Isla de la Cartuja. En realidad no es un parque, es un barrio científico y tecnológico, con más de 400 empresas que facturan por encima de 2.000 millones de euros al año. Esa es la fuerza que tiene el empresariado nuevo. Es verdad que está muy bien formado y es verdad, también, que se tienen muchas oportunidades porque esos lastres que nos ha dejado el pasado, las circunstancias históricas, han dejado muchos terrenos por recuperar y por desarrollar. Sin embargo, creo que el gran potencial que tiene nuestra ciudad y que tiene Andalucía le viene de su proximidad con el nuevo mundo. El nuevo mundo está a 14 kilómetros de Tarifa y el vector por donde entra la cultura de aquí hacía abajo o la de abajo hacia arriba pasa, precisamente, por esta tierra. Ahí es donde Sevilla debería (creo que lo va a hacer porque tiene instinto y tiene capacidad) recuperar la importancia que tuvo su posición geoestratégica. Eso es de nuevo lo que Sevilla fue en los siglos XV y XVI».
¿Entonces la perdió?
«La perdió porque era imposible. Uno se imagina lo que tenía que administrar España en sus territorios y no hay capacidad posible para poder hacerlo bien. Por eso, luego hubo un momento en el que aquel imperio se desintegró en grandes naciones que tienen, hoy, nuestra cultura, nuestra lengua y nuestra manera de pensar. Era el devenir histórico y al mismo tiempo hubo una gran competencia en los océanos que efectivamente hacía todo imposible. El caso de Sevilla, que en 1717 tiene que abandonar la Sede de la Casa de Contratación porque las flotas que había que preparar para ir a América necesitaban 300 buques de escolta, es claro. Eso no se podía organizar en el río Guadalquivir. Fueron circunstancias que ni mucho menos puedan ser achacables a que España lo hiciera mal o a que Sevilla lo hiciera mal. Lo que sí es verdad es que se le presenta una ocasión como que el nuevo mundo está a 14 kilómetros de Tarifa porque ahí están los nuevos mercados, porque ahí se van a comprar ordenadores... Suelo decir con frecuencia que una de las posiciones estratégicas que debería adoptar nuestra ciudad es la de liderar el movimiento para que el túnel o el puente sobre el estrecho se haga cuanto antes».
Le pido que me señale alguna característica de ese empresario actual que tendrá que explorar los nuevos caminos hacia el Nuevo Mundo que tenemos al sur.
«Hombre, hoy el empresario actual tiene una visión del mercado que no es la que tenía hace 50 años. ¿Por qué? Pues porque el mundo se está achicando. No hay más que darse un paseito por ahí y darse cuenta de que el mundo es muy distinto y más amplio de lo que pensamos que es dentro de nuestro propio territorio. Y eso, le da una dimensión al nuevo empresario, que ya no está pensando en su barrio ni en su ciudad, ni siquiera en su región, está pensando en nuevos mercados. Además, eso se está manifestando en cómo se está comportando la exportación en la provincia de Sevilla. Se está trabajando mucho para afuera. Y ¿por qué? Primero porque hay oportunidades fuera, pero también y fundamentalmente porque hay visión dentro».
No podría dejar marchar a Julio Cuesta sin que dijera algo sobre lo que fue la Exposición Universal de Sevilla del año 1992.
«Fue una puerta que se abrió para que ese potencia saliera, porque estaba. De hecho, si tuviéramos que hablar de lo que representó la Exposición habría que verlo desde dos perspectivas. Lo que la Exposición ha representado para el futuro y lo que la Exposición representó en sí misma, que fue un alarde de la capacidad de persuasión y de organización de nuestro pueblo, porque no ha habido ninguna exposición universal desde 1851 tan grande, con tanto éxito y con tanta repercusión como la Exposición de 1992 en Sevilla. Y esa la hicimos nosotros. Luego esto nos vale para documentar que Andalucía y Sevilla siempre han sido grandes, lo que pasa es que cuando se les ha negado las oportunidades por las circunstancias históricas no ha podido ejercer esa grandeza, pero cuando se le abre una puerta y puede correr... corre. ¿Y por qué eso? ¿Porque lo está diciendo un sevillano convencido del cariño que tiene a su ciudad y su tierra? No, porque eso ha sido así siempre. Porque este ha sido el crisol donde ha venido lo bueno y por donde ha salido lo bueno. Aquí llego toda la fuerza cultural que irradiaba el profundo mediterráneo y de aquí salió toda la fuerza cultural que descubrió el nuevo mundo. No por descubrir en el sentido de descubrir, sino por producir ese encuentro entre grandes civilizaciones que nos lleva precisamente a la civilización occidental. Lo que hoy está ocurriendo en todo el marco atlántico, tanto europeo como americano, es civilización occidental, cultura judeo-cristiana que, precisamente sale de Sevilla, sale de Andalucía».
Nos despedimos. Testigo es un sol abrasador que nos esperaba sin ceder ni un segundo desde que comenzamos nuestra conversación. Julio me estrecha la mano, sonríe y me invita a seguir charlando, pero esta vez tomando unas tapas. Prometo que así será. Y un hasta la vista convertido en puente.